Hace unos meses leí El manuscrito de piedra de Luis García Jambrina, profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca.
Las primeras páginas de la novela plantean una trama que remite a la archiconocida obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, puesto que la acción gira en torno al misterioso asesinato de un catedrático de Teología. Se trata, por tanto, a priori, de una novela que viene a engrosar las interminables listas de obras de este tipo que con una ambientación histórica más o menos correcta versan sobre el esclarecimiento de algún enigma relacionado, normalmente, con asuntos eclesiásticos.
Ahora bien, el valor de esta novela reside en la maestría con que su autor ha sido capaz de imprimir personalidad a una temática tan manida en nuestros días.
El primer acierto es la elección del espacio, pues a lo largo de 300 páginas se nos ofrece una preciosa descripción de la ciudad de Salamanca. Así, el lector tiene el privilegio de recorrer de la mano de Jambrina algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad: el convento de San Esteban, la famosa Universidad, la Catedral, la Plaza Mayor, el Cielo de Salamanca, el Puente Romano que atraviesa el río Tormes, sin olvidarse de la famosa Cueva de Salamanca que tanta tradición literaria ha generado a su alrededor y un largo etcétera de rincones importantes que son descritos con una plasticidad digna del mejor pintor.
Por otra parte, se recrea perfectamente el ambiente estudiantil de la ciudad dorada que plasma a la perfección el dicho: quod natura non dat salmantica non praestat, en un momento de tanta agitación y cambios como fue el final del siglo XV. De hecho, el protagonista principal es un estudiante de Leyes conocido por todos: Fernando de Rojas. He aquí otro de los aspectos que confieren a la obra un valor añadido ya que aparece un personaje histórico real como personaje de ficción que se entremezclará, a su vez, con otros, como Celestina, a los que él mismo dio vida literaria. De modo que se plantea un curioso juego literario con respecto a los protagonistas que más peso tendrán en la trama descrita. Cualquier lector algo avezado sabrá captar los guiños y la intertextualidad que Jambrina nos lanza en diferentes momentos de la acción.
Las primeras páginas de la novela plantean una trama que remite a la archiconocida obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, puesto que la acción gira en torno al misterioso asesinato de un catedrático de Teología. Se trata, por tanto, a priori, de una novela que viene a engrosar las interminables listas de obras de este tipo que con una ambientación histórica más o menos correcta versan sobre el esclarecimiento de algún enigma relacionado, normalmente, con asuntos eclesiásticos.
Ahora bien, el valor de esta novela reside en la maestría con que su autor ha sido capaz de imprimir personalidad a una temática tan manida en nuestros días.
El primer acierto es la elección del espacio, pues a lo largo de 300 páginas se nos ofrece una preciosa descripción de la ciudad de Salamanca. Así, el lector tiene el privilegio de recorrer de la mano de Jambrina algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad: el convento de San Esteban, la famosa Universidad, la Catedral, la Plaza Mayor, el Cielo de Salamanca, el Puente Romano que atraviesa el río Tormes, sin olvidarse de la famosa Cueva de Salamanca que tanta tradición literaria ha generado a su alrededor y un largo etcétera de rincones importantes que son descritos con una plasticidad digna del mejor pintor.
Por otra parte, se recrea perfectamente el ambiente estudiantil de la ciudad dorada que plasma a la perfección el dicho: quod natura non dat salmantica non praestat, en un momento de tanta agitación y cambios como fue el final del siglo XV. De hecho, el protagonista principal es un estudiante de Leyes conocido por todos: Fernando de Rojas. He aquí otro de los aspectos que confieren a la obra un valor añadido ya que aparece un personaje histórico real como personaje de ficción que se entremezclará, a su vez, con otros, como Celestina, a los que él mismo dio vida literaria. De modo que se plantea un curioso juego literario con respecto a los protagonistas que más peso tendrán en la trama descrita. Cualquier lector algo avezado sabrá captar los guiños y la intertextualidad que Jambrina nos lanza en diferentes momentos de la acción.
Asimismo, resulta interesante la plasmación que se hace de la vida relajada y nocturna que había en la ciudad. No olvidemos que Salamanca fue la primera urbe española en la que, de algún modo, se "legalizaron" los burdeles - bajo supervisión eclesiástica, por supuesto- por petición del infante don Juan a sus padres, los Reyes Católicos; y precisamente, de este lugar es originaria la archiconocida expresión: "irse de picos pardos", en alusión a la vestimenta que las meretrices habían de llevar en época de Semana Santa para ser reconocidas como tales.
Pues bien, García Jambrina logra armonizar el ambiente estudiantil, eclesiástico y prostibulario
mezclándolo con la situación de los judíos conversos, el Humanismo, la pasión... Consigue crear, pues, un todo unitario capaz de entretener al lector.
mezclándolo con la situación de los judíos conversos, el Humanismo, la pasión... Consigue crear, pues, un todo unitario capaz de entretener al lector.
No obstante, más allá del argumento en sí guardo un grato recuerdo de esta novela por la cantidad de imágenes que se agolparon en mi cabeza durante su lectura. Considero que leerla puede resultar una experiencia gratificante para quien, como yo, admire esta ciudad que fue cuna de las letras y de la sabiduría y que actualmente sigue conservando esa magia especial e inexplicable que hace que quien pasee por sus calles caiga rendido a sus encantos.
Bello libro, de tema actual y manido, pero bello libro.
ResponderEliminarGracias por el consejo.
Un placer la visita.
Tisbe, con la bonita glosa que haces del libro de Jambrina, has conseguido que me tomen ganas de leerlo. Así pues, ya sabes: tendrás que prestármelo. Enamorado como estoy de Salamanca (no tengas celos; si fueras ciudad, Salamanca sería un barrio suburbial a tu lado), me apetece recorrer las páginas de esa obra para reconocer todos esos rincones por los que he paseado (ya, por fin, de tu mano). Ciertamente, Salamanca es un manuscrito de piedra. En ellas leemos su historia centenaria y siempre queda algún renglón por descubrir o, por qué no, releer. Salamanca es la Meca del amante de la Literatura. Interesantísimo el juego metaliterario donde Fernando de Rojas se encuentra con sus criaturas, siendo él otro ente de ficción más. Gracias por tu artículo, que me evoca la ciudad más bonita del mundo. ¿Cuándo volvemos?
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