El Premio Alfaguara de novela de 2008 fue otorgado a Chiquita de Antonio Orlando Rodríguez. He de confesar que no conocía a este autor cubano, pero dos fueron los motivos que me empujaron a comprar la obra. En primer lugar, los elogios que la crítica le había dedicado: "Una verdadera obra de arte, que de seguro deleitará a numerosos lectores en todo el mundo" (Cristina Selva) o "Uno de esos milagros que se dan de tanto en tanto en la literatura latinoamericana" (Frank Báez). En segundo lugar, el argumento que, a priori, me pareció atractivo pues Rodríguez recrea la biografía de un personaje real, Espiridiona Cenda, una cubana de veintiséis pulgadas de estatura que a finales del siglo XIX consigue triunfar en Nueva York como artista de vaudeville. La protagonista se presentaba, por tanto, como un ejemplo de superación que despertó en mí la curiosidad lectora. En el preámbulo de la novela, su autor confiesa que supo de la existencia de Chiquita en 1990, cuando conoció a Cándido Olazábal. Éste estaba vendiendo su biblioteca y al tener noticia de que Antonio Orlando Rodríguez era escritor le ofreció la biografía de la liliputiense para que terminara de escribir sobre un personaje que, pese a su diminuta estatura, había sido conocida como la "bomba cubana". He aquí, por tanto, el germen de la novela que no deja de recordarme -salvando las distancias, por supuesto- a esos legajos escritos por un tal Cide Hamete Benengeli.
A partir de este momento, el lector es testigo de la andadura vital de Espiridiona desde su nacimiento hasta llegar a su ocaso. Ciertamente, no tuvo una vida fácil pues vivió protegida en una especie de burbuja de la que tuvo que salir cuando sus progenitores fallecieron y, pese a los prejuicios sociales de la época, consiguió triunfar y ser reconocida en la Gran Manzana y en otros lugares de América y de Europa como una pequeña gran artista: "¿Es un atrevimiento decir que me gustaría tener algo más que el honor de estar viva? Lo siento, pero quisiera poder vivir la vida. Gozarla, no sólo mercerla. Probar suerte como artista podría ser una manera de intentarlo. Nunca se sabe (...) puede que más de uno se lleve la sorpresa de descubrir que un gran espíritu puede habitar en un cuerpo insignificante, que la grandeza no tiene tamaño". En efecto, Chiquita cumplió sus sueños y llegó a brillar incluso en la Exposición Panamericana que se celebró en 1901 en Búfalo. Fue declarada mascota oficial y consiguió que en torno a ella se organizasen las filas más largas de admiradores deseosos de ver a la artista. Paralelamente a su vida profesional, se va perfilando su azarosa trayectoria sentimental por la que pasó un número considerable de varones y su vida familiar, marcada por la pérdida de sus seres queridos y por el intento de explotación económica por parte de uno de sus hermanos. La imagen que se ofrece de ella no es maniquea, sino que está llena de aristas, de matices que la hacen aparecer ante los ojos del lector como un ser entrañable a la vez que detestable, que llega a no tener escrúpulos, dependiendo de la situación.
Quizás se deduzca de mis palabras que la novela me ha gustado. Nada más lejos de la realidad, pues lo que ha sido un verdadero milagro es haberla terminado. Su lectura se me atragantaba y mis sesiones lectoras no se extendían más allá de veinte páginas. ¿Por qué un argumento y un personaje tan atrayentes han dejado un sabor tan amargo en mí? Los ingredientes parecían ser de calidad, novedosos, frescos, originales y con buenas críticas mas el pastel se me indigestó. Parece ser que comí sólo con la vista puesto que el sabor me decepcionó. Permítanme este símil culinario tan poco original, pero es que cada sesión de lectura se me antojaba a las cucharadas de comida que nuestras madres nos daban cuando éramos niños y no teníamos hambre.
Puede que uno de los desaciertos de la obra sea el estilo narrativo de Rodríguez. Los hechos se suceden, en ocasiones, de forma tan vertiginosa que no son sino una mera enumeración en la que se echan en falta descripciones y figuras literarias ya que, pese a ser una biografía, ésta no deja de estar novelizada y, en consecuencia, podría haber un tratamiento más cuidado de las palabras y de la forma de narrar. En ocasiones, el autor se dirige directamente al lector con expresiones que, desde mi punto de vista, rozan lo coloquial con un estilo demasiado cercano y dialogado. Puede que el objetivo de las mismas sea lograr la complicidad de los lectores. Juzguen ustedes mismos: "Supongo que conocerás la historia de esos siete tipos que ahorcaron echándoles la culpa del bombazo que mató a unos policías en una huelga. Y si no la conoces, búscala en algún libro, porque este que está aquí no piensa gastar ni una gota de saliva contándotela"; "¡Maldita sea! Otra vez perdí el hilo. No sé por qué rayos empecé a hablarte de los Barcsy, si ellos no llegaron a Estados Unidos hasta 1903". He aquí otro error: la dispersión argumental. Se ofrecen muchos detalles de personajes o hechos que no son relevantes para la historia y ello produce una sensación de pesadez en el lector. Es digno de resaltar el trabajo de documentación que se ha llevado a cabo y que se refleja en las notas a pie de página que hay en la obra así como en los apéndices finales de la misma en los que se recogen textos de diversa índole sobre Chiquita y el mundo de los artistas liliputienses e, incluso, un álbum fotográfico de la protagonista. No obstante, considero que dicha dispersión le hace un flaco favor al argumento ya que éste pierde fuerza.
En definitiva, si tuviera que definir con una palabra la experiencia de haber leído Chiquita ésta sería decepción. Quizás me creé unas expectativas demasiado elevadas al ojear el argumento en la contraportada y el placer que obtuve leyendo fue tan chiquito como las escasas pulgadas de altura de Espiridiona. Supongo que a ustedes también les habrá pasado esto alguna vez ¿o me equivoco?
A mitad de la entrada creí que era casi una biografía de Chiquita, y que habíais cambiado el objetivo inicial de hacer una crítica literaria, y os confieso que he disfrutado leyendood como si fuese una pequeña novela.
ResponderEliminarLa crítica, como siempre, clara y argumentada.
Un abrazo
P.S. Bonita la foto nueva.
Qué rabia da, es verdad, cuando te adentras en una novela atraído por los mimbres argumentales y, luego, ves cómo se malogra el cesto a pesar de los mimbres tan prometedores.
ResponderEliminarFelicidades por la foto. Es muy original.
Habrá que sumarlo a la lista de lecturas pendientes, dado que las recomendaciones de esta bitácora son de garantías.
ResponderEliminarPor cierto, dejé dicho que cuando tuviera ocasión asistiría a la representación de "Días de vino y rosas", comentada en este ámbito. Lo hice y disfruté de un tiempo de Teatro (con mayúsculas). Sin buscar comparaciones con la película, la obra va in crescendo, y los actores, tanto Carmelo Gómez como Silvia Abascal, dan todo un recital interpretativo.
Gracias, nuevamente, por tales recomendaciones.
Un abrazo.
Que no, Antonio. Que lo que no hay que hacer es leerla. Qué bonita cita, Tisbe, has encontrado para el libro. ¡Desmerece tanto del conjunto! Eres benévola hasta para las obras malas. Por cierto, a la tal Cristina Selva y el tal Frank Báez, hiperbólicos ellos con la calidad de la obra, habrá que buscarles una mordaza igual de hiperbólica. La mejor de ellas es no volverse a fiar más de sus críticas. Interesante historia la de Chiquita, tan llena de pormenores potencialmente novelizables. Lástima de que el autor no le saque el partido suficiente. Bueno, Tisbe mía, a veces hay que comer bellotas para darse cuenta de lo buenos que son los solomillos. Buen eructo tu artículo para desintoxicarte. Muy divertido tu juego de palabras del final con ese placer chiquito que te produjo Orlando; esperemos que no se ponga furioso como el de Ariosto. Coincido con Capitán. Es un placer leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestros comentarios.
ResponderEliminarCapitán, siempre de los primeros en opinar. Me alegro de que te haya gustado la nueva portada de nuestro blog, es una forma de hacerlo más nuestro si cabe.
Javier, espero que no nos encontremos muy a menudo con cestos malogrados, es el riesgo que se corre al dejarse llevar por las contraportadas de las novelas.
Antonio, celebro que disfrutaras como yo de la obra DÍAS DE VINO Y ROSAS. Es una de mis favoritas, de ésas que no dejan indiferente a nadie. Dentro de poco habrá más artículos sobre teatro, mi gran pasión. Si acudes con frecuencia a ver representaciones, no dudes en comentarlas con nosotros.
Píramo, tú sí que eres hiperbólico con las palabras que me dedicas. Siguiendo con tu símil, la novela en la que estoy inmersa ahora sí es un buen "solomillo". Gracias por regalármela. Un beso.
Saludos.