El pasado miércoles acudí a la Biblioteca Pública de Tarragona con la esperanza de releer algunos de los poemas de Antonio Labordeta porque, después de todo lo que se ha escrito esta semana sobre su vida y obras, he pensado que mejor sea él, con sus palabras, quien me oriente sobre cómo debo despedirlo yo también. Su muerte ha multiplicado la presencia de sus versos en Internet pero leerlos en una pantalla de ordenador es como emprender uno de aquellos viajes a los que nos tenía acostumbrados y contemplar los pueblos, sus parajes, sus gentes y su historia a través del cristal de un autobús que pasara por allí. Yo prefiero mezclarme con Labordeta en la autenticidad franca del papel, de tú a tú, que es como a él le gustaba tratar a las personas. Pero ocurre lo que siempre pasa en estos casos; que la biblioteca le ha preparado durante este mes un expositor con sus obras, y los lectores, unos por simple curiosidad, otros por verdadera estima, han desmantelado en pocas horas el epitafio bibliográfico. Por suerte, a nadie le llamó la atención su Diario de náufrago (1988), lo que es un gran despiste, ya que en esta obra de madurez se resumen los grandes temas de la poesía de Labordeta, dedicación eclipsada por su éxito como cantautor, por los libros de viajes o por la ya manida anécdota de su paso por la política. Y sin embargo, Labordeta concibió su creación poética como uno de los momentos más privados y, por ello, más apreciados de su vida, porque un libro “guarda las más bellas notas del sublime concierto de la vida. Lo abres, lo cierras y toda la plenitud de un hombre solitario te acompaña bajo los árboles dorados del otoño”. El tono de Diario de náufrago transmite una inevitable sensación de despedida anticipada, que estremece aún más si se lee con la también inevitable sugestión de su muerte tan reciente. Entre las principales preocupaciones del poeta en este libro, destacan: el paso del tiempo (“Los ayeres, los ayeres. Los venideros ayeres de todas las mañanas.”); la nostalgia de la infancia, cuyos días infinitos nunca vuelven; el recuerdo de los ausentes, como en aquellos poemas escritos el día de ánimas (“Nunca como hoy toda la voracidad del tiempo en las ausencias”) o la exaltación de la libertad, representada en aquella brújula que marca todos los puntos cardinales pero “nunca hacia ningún lado”. A veces, esa libertad se tiñe de símbolos políticos como aquel martillo que abre “en la pared, un hueco para mirar el final de la intemperie” o la solidaridad con “el Chile lejano y torturado” de Pinochet. Por supuesto, aparecen temas sociales (“¡Ay del horror a la última soledad de los abandonados!”) y el amor a su tierra aragonesa “curtida por ásperos paisajes desolados”. También tienen cabida algunos versos más socarrones, próximos a la greguería, como los que dedica al clavo ardiendo. Pero los verdaderamente sobrecogedores son los que hablan de su propia muerte. La vejez es para Labordeta como otoños interminables: “En el ocaso, mi cuerpo se cubrirá de mansas latitudes” y la muerte esconde su misterio insondable. Instalado en un desesperanzado escepticismo religioso, como se aprecia en el poema “Navidad”, sólo queda la certidumbre de que “nunca sabremos la soledad de nuestra propia ausencia. Es un consuelo magnífico y terrible”. El penúltimo poema reza: “Un día de estos ocultaré la puerta de mi casa a los vecinos y huiré, definitivamente, con los míos hacia la tierra prometida donde los hombres, liberados del tedio de ser hombres, plantan campos de miel sobre sus ojos. Un día de estos, si es que llega”. Y ya llegó. Ya llegó, Antonio Labordeta.
Gracias, Píramo, por tener un recuerdo tan cariñoso hacia el bueno de José Antonio Labordeta. Además, al "Abuelo" le hubiera gustado especialmente el que lo hayas recordado en su condición de poeta.
ResponderEliminarSin entrar en sus ideas poíticas, lo mejor de Labordeta es que es un poeta con voz, algo raro en este mundo, da gusto oírle. Para mí sus recorridos mochila al hombro eran libro de viajes narrados en vez de escritos.
ResponderEliminarLLegó el fatal día. Labordeta nos deja un poco huérfanos pero en su obra nos veremos amparados todos los que le admirábamos.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Recuerdo que hace días me contabas que habías visto a Labordeta en la televisión muy desmejorado por su curel enfermedad. Esas palabras tan cariñosas que empleaste se han tornado ahora en un bonito homenaje.
ResponderEliminarJAVIER, gracias. Sí, creo que se debe reivindicar su condición de poeta, más allá de los tópicos que rodean a su persona.
ResponderEliminarCAPITÁN, totalmente de acuerdo. Todo era lírico en Labordeta, hasta sus discursos políticos, independientemente de su contenido.
ESMERALDA, claro. Las obras es el elixir de letras de la resurrección continua.
TISBE. Sí, cuando lo vi tan mal por la televisión, emocionándose al leer aquellas palabras de agradecimiento, consciente seguramente de que ya no le faltaba mucho, sentí mucha pena por él. Entonces supe que, aunque no hubiera seguido a Labordeta demasiado, tendría que escribirle un artículo. En realidad, mi artículo lo ha escrito el propio Labordeta.