En el cementerio de San José, en Granada, se ha congregado una multitud de personas para honrar la memoria de los fusilados de la Guerra Civil. Las tapias del propio camposanto fueron el mudo testigo de los fusilamientos. Los muertos fueron enterrados allí mismo, en una fosa común. Se leen manifiestos, hay vivas y mueran, discursos graves pronunciados con ese atropellamiento disculpable que confieren la reivindicación de la dignidad y la emoción. La muchedumbre escucha cabizbaja, los ojos fijos en la tierra y, de vez en cuando, levanta la mirada y la dirige a alguien que, al hilo de las palabras del orador, ha interrumpido inopinadamente el discurso. Lo ha hecho entre dientes, apenas un murmullo gutural, primitivo en su queja, humo lastimero de alguna quemazón del alma.
El periodista que ha sido encomendado para cubrir la noticia, se mantiene a cierta distancia del acto. A su izquierda se abre un camino de tumbas; una de ellas le llama la atención por su lápida blanquísima. Se dirige hacia allí. Las chinas del sendero crepitan bajo sus pies y apagan la voz del orador. Cuando se sitúa ante el sepulcro, lee el epitafio: “Federico García Lorca (1898-1998)”. Sobre la lápida hay una rosa marchita y un papel arrugado sujeto con celo a la superficie. En él, unos versos borrosos que probablemente el paso del tiempo y la lluvia han hecho ilegibles. El periodista sonríe melancólicamente al recordar la última entrevista que Lorca concedió antes de morir, precisamente a él. Todavía lo evoca sentado ante su piano de la Huerta de San Vicente, vestido de blanco pulquérrimo con aquel traje que no se acomodaba ya a su ancianidad, y su franca sonrisa hospitalaria al verlo entrar por la puerta y acudir con su eterna cojera a estrecharle la mano. Aunque le incomoda hablar de la guerra, Lorca desvela algunos detalles interesantes. Le cuenta su viaje a Granada desde Madrid, durante los primeros días del conflicto, desoyendo todos los consejos de sus amistades y cómo, cuando las cosas se pusieron feas, acudió a su amigo falangista Luis Rosales, quien le ocultó en la planta superior de su casa de la calle de Angulo; cómo un día los Rosales reciben la visita de Ramón Ruiz Alonso, exdiputado de la CEDA, que viene a detener al poeta. Afortunadamente, Luis Rosales se halla en casa en ese momento y apela a su rango para impedir la detención. Ruiz Alonso se marcha airado. Lorca contempla desde la ventana cómo se disgrega en la calle el operativo militar comandado por Ruiz Alonso. Entre los visillos de las cortinas de su refugio, Lorca asegura haber visto detenidos a Joaquín Arcollas y Francisco Galadí, dos banderilleros muy conocidos en Granada. Esa misma noche, continúa Federico, Luis Rosales le aconseja pasar a zona republicana porque no puede asegurarle la protección en adelante: ha arriesgado su vida y no tendrán tanta suerte la próxima vez. Lorca vuelve de incógnito a su casa de la Huerta de San Vicente, donde su padre tiene escondido a su amigo Alfredo Rodríguez Orgaz, quien tiene intención de pasarse a zona “roja” merced a la ayuda de unos campesinos amigos de la familia. Federico decide acompañarlo y, al amparo de la luna, llegan sanos y salvos a Santa Fe.
Luego vendrán el exilio y el posterior retorno y enclaustramiento en su casa de Granada...
Se oyen unos aplausos finales. Los manifestantes empiezan a dispersarse como sombras hacia la salida del cementerio. Ha comenzado a llover. El periodista interrumpe sus recuerdos. Vaya, no ha cubierto la información para el periódico. Corre presuroso en busca de alguien a quien entrevistar. El sepulcro de Lorca queda otra vez solo. La lluvia acaba por borrar totalmente los versos del papel.
Ucronía: Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder
- En el cementerio de San José de Granada fueron fusiladas cerca de 4000 personas.
- Efectivamente, Federico podría haber salvado la vida si no hubiera decidido abandonar Madrid para marcharse a Granada. Le pudo un ingenuo exceso de confianza.
- Luis Rosales ocultó a Federico en su casa cuando éste conocía ya que lo estaban buscando. Pero cuando Ruiz Alonso viene a detenerlo, no están ninguno de los hombres de la casa y la detención se lleva a cabo sin dificultad. Meses antes, Ruiz Alonso había salvado la vida tras un accidente de tráfico en el que su coche chocó con un camión.
- Joaquín Arcollas y Francisco Galadí, los banderilleros, fueron fusilados junto a Lorca en el barranco de Víznar el 19 de agosto de 1936. El próximo jueves se cumplirán 75 años.
- Alfredo Rodríguez Orgaz se oculta en casa de los Lorca antes de que éste haga lo propio en la de Rosales. Federico se niega a acompañarlo a zona republicana porque todavía cree que el conflicto no va a durar. De haberlo hecho, habría salvado la vida.
- No existe ninguna tumba de Federico García Lorca. Pero el barranco de Víznar donde se le supone sepultado en una de las diversas fosas comunes que hay allí, recibe innumerables visitas cada año. No hay rosas marchitas ni versos borrosos en ninguna lápida: el barranco es un jardín de flores y un enorme libro de visitas donde dejan sus versos los peregrinos. Los tenaces exhumadores quieren una lápida con rosas marchitas y versos borrosos en un cementerio.
- Véase también mi "Ucronía hernandiana"
Preciosa, Píramo, tu "Ucronía lorquiana".
ResponderEliminarCoincido con Javier en su apreciación del artículo. Son tan estremecedoras las últimas horas que vivió el poeta... Pero, sobre todo, no olvidemos que "Lorca eran todos".
ResponderEliminarSin Lorca, sin sus gitanos, sin sus lunas ce cobre y sin sus versos a las cinco en punto de la tarde, todo ha sido más oscuro. Más dificil. QUE NO MUERA LORCA
ResponderEliminarGracias, Javier
ResponderEliminarTisbe, toda la razón.
Salvador, en eso estamos, en que no muera. Gracias.
Hermoso. Gracias.
ResponderEliminar--Galadí