Quizás muchos pensasen que a la actriz Natalia Millán pudiera pesarle la memorable actuación de su antecesora en el papel de Carmen Sotillo, Lola Herrera. Y la sospecha tendría fundamento si pensamos que ya parecía casi imposible disociar la versión teatral de Cinco horas con Mario de aquella Menchu interpretada por la actriz vallisoletana allá a finales de los años 70. Sin embargo, cuando la memoria, siempre magnificadora, aunque por lo general justa en su dictamen, empezaba a ungir con los aceites del mito a aquel primer velatorio de Mario, Menchu enviuda de nuevo en la carne de Natalia Millán, y se planta en las tablas con la refrescante lozanía de aquellas obras remozadas no para el tonto deleite de los que se gozan de los dislates vanguardistas sino para desentrañar con el mismo espíritu pero con el matiz distinto que da el tiempo, la esencial materia de las obras clásicas. Liberada del lastre de las comparaciones, Natalia Millán es una magnífica reencarnación de Carmen Sotillo y, a la vez, una inteligente, por lo sutil, reformulación del personaje de Delibes.
A Miguel Delibes que, junto a la directora Josefina Molina y al productor José Sámano, había colaborado con ilusión en la adaptación de esta nueva versión, la muerte le ha impedido conocer el resultado. Pero no nos cabe duda alguna de que habría mostrado su entusiasmada aprobación. La sugestión y, por qué no, esas casualidades con las que la literatura comunica creación y vida, nos hace imaginar que el féretro de Mario colocado en mitad del escenario es en realidad el túmulo de Miguel Delibes, que tanto compartió biográficamente con su propio personaje, y que el velatorio de Carmen a su esposo es el velatorio del que participamos todos los que acudimos al teatro para recordar al gran escritor vallisoletano. Las afiladas palabras que Carmen dedica a su esposo no hacen sino aumentar la categoría humana de Mario-Delibes. El público y la propia Natalia Millán desacreditan a Carmen y el silencio de Mario-Delibes es su guiño de complicidad que todos entendemos.
De la novela en la que se basa la obra de teatro, poco podemos añadir aquí. En ese ejercicio de transmutación de géneros que una concepción “hibridista” del arte actual parece legitimar, Cinco horas con Mario es quizás uno de los libros que con mayor naturalidad asume ese cambio de piel. Delibes reproduce el registro oral de Menchu con tal perfección, que su traslado a las tablas, con los arreglos y reducciones pertinentes, no tiene más que seguir el texto. Habilidad ésta la del lenguaje oral no siempre ponderada por la crítica, más atenta por lo general al contenido temático que al genial virtuosismo formal con que Delibes mimetiza la oralidad, cuando en realidad es ésta última un ejercicio de tremenda dificultad, donde muy pocos saben desenvolverse sin ocultar las soldaduras que impone la forja escrita.
Por lo demás, la novela es un vivo retrato de la sociedad española de los años 60. Las ideas que Carmen va hilvanando en el desorden de su discurso, reproducen la mentalidad conservadora de la España de los vencedores: machismo, racismo, exaltación de la autoridad, patriotismo acrítico y xenofobia, conciencia de clase, hipócrita religiosidad, resistencia al cambio, sexualidad reprimida... En boca de Carmen, sabemos que Mario defiende ideas más liberales: justicia social, relativismo de valores absolutos, laicismo, comprensión hacia lo distinto, voluntad conciliadora entre las dos Españas, defensa de la cultura, libertad de expresión… Y el relato se llena también de detalles circunstanciales que radiografían desde la cotidianeidad aspectos propios de la época.
Deseamos que el testigo que recoge ahora Natalia Millán sea también por muchos años y que su éxito contribuya aún más a evocar con cariño la figura de nuestro Miguel Delibes.