CESÓ TODO Y DEJÉME. Blog literario

domingo, 30 de octubre de 2011

125. Hora y media con Mario

Quizás muchos pensasen que a la actriz Natalia Millán pudiera pesarle la memorable actuación de su antecesora en el papel de Carmen Sotillo, Lola Herrera. Y la sospecha tendría fundamento si pensamos que ya parecía casi imposible disociar la versión teatral de Cinco horas con Mario de aquella Menchu interpretada por la actriz vallisoletana allá a finales de los años 70. Sin embargo, cuando la memoria, siempre magnificadora, aunque por lo general justa en su dictamen, empezaba a ungir con los aceites del mito a aquel primer velatorio de Mario, Menchu enviuda de nuevo en la carne de Natalia Millán, y se planta en las tablas con la refrescante lozanía de aquellas obras remozadas no para el tonto deleite de los que se gozan de los dislates vanguardistas sino para desentrañar con el mismo espíritu pero con el matiz distinto que da el tiempo, la esencial materia de las obras clásicas. Liberada del lastre de las comparaciones, Natalia Millán es una magnífica reencarnación de Carmen Sotillo y, a la vez, una inteligente, por lo sutil, reformulación del personaje de Delibes.
A Miguel Delibes que, junto a la directora Josefina Molina y al productor José Sámano, había colaborado con ilusión en la adaptación de esta nueva versión, la muerte le ha impedido conocer el resultado. Pero no nos cabe duda alguna de que habría mostrado su entusiasmada aprobación. La sugestión y, por qué no, esas casualidades con las que la literatura comunica creación y vida, nos hace imaginar que el féretro de Mario colocado en mitad del escenario es en realidad el túmulo de Miguel Delibes, que tanto compartió biográficamente con su propio personaje, y que el velatorio de Carmen a su esposo es el velatorio del que participamos todos los que acudimos al teatro para recordar al gran escritor vallisoletano. Las afiladas palabras que Carmen dedica a su esposo no hacen sino aumentar la categoría humana de Mario-Delibes. El público y la propia Natalia Millán desacreditan a Carmen y el silencio de Mario-Delibes es su guiño de complicidad que todos entendemos.
De la novela en la que se basa la obra de teatro, poco podemos añadir aquí. En ese ejercicio de transmutación de géneros que una concepción “hibridista” del arte actual parece legitimar, Cinco horas con Mario es quizás uno de los libros que con mayor naturalidad asume ese cambio de piel. Delibes reproduce el registro oral de Menchu con tal perfección, que su traslado a las tablas, con los arreglos y reducciones pertinentes, no tiene más que seguir el texto. Habilidad ésta la del lenguaje oral no siempre ponderada por la crítica, más atenta por lo general al contenido temático que al genial virtuosismo formal con que Delibes mimetiza la oralidad, cuando en realidad es ésta última un ejercicio de tremenda dificultad, donde muy pocos saben desenvolverse sin ocultar las soldaduras que impone la forja escrita.
Por lo demás, la novela es un vivo retrato de la sociedad española de los años 60. Las ideas que Carmen va hilvanando en el desorden de su discurso, reproducen la mentalidad conservadora de la España de los vencedores: machismo, racismo, exaltación de la autoridad, patriotismo acrítico y xenofobia, conciencia de clase, hipócrita religiosidad, resistencia al cambio, sexualidad reprimida... En boca de Carmen, sabemos que Mario defiende ideas más liberales: justicia social, relativismo de valores absolutos, laicismo, comprensión hacia lo distinto, voluntad conciliadora entre las dos Españas, defensa de la cultura, libertad de expresión… Y el relato se llena también de  detalles circunstanciales que radiografían desde la cotidianeidad aspectos propios de la época. 
Deseamos que el testigo que recoge ahora Natalia Millán sea también por muchos años y que su éxito contribuya aún más a evocar con cariño la figura de nuestro Miguel Delibes.

domingo, 23 de octubre de 2011

124. El Aula de Poesía de Cambrils

No pudo haberse escogido mejor pórtico para la nueva andadura del Aula de Poesía de Cambrils que la presencia en su inauguración de la cantante Marina Rossell, poesía su voz  y poesía la letra de sus canciones. El acto, celebrado en la Ermita de la Mare de Déu del Camí, congregó a los habituales peregrinos, lealtad de sedientos, que se ha convertido ya en una religión a cuyo credo de versos se amparan contra las acometidas de prosaísmo de la vida de ahí fuera. En tiempos tan complicados como los que vivimos, cruzar el dintel de ese pórtico es pisar sobre sagrado, como aquellos perseguidos que se acogían a la inmunidad de los templos. Siempre la cultura y la belleza han sido refugio del espíritu pero quizás en ningún momento relativamente cercano en el tiempo, haya sido tan necesaria (y tan difícil) esa techumbre artesonada de palabras que nos protege, como lo es en nuestros días. A la invasión de lo vulgar, lo feo y lo mediocre, hay que sumar ahora la sensación de incertidumbre que colorea el horizonte de nubarrones parduzcos. Tanto es así que para Ramón García Mateos, el gran artífice, al menos ideológico, de esta heroica resistencia cultural, el mayor premio de la presente edición es el de sobrevivir.
Con esa admirable agonía de las cosas nobles, encara el Aula de Poesía su quinta singladura. De esos cinco años, hemos sido humildes cronistas en estas mismas páginas de los dos últimos y esa seguirá siendo nuestra intención, movida primero por un afán casi lascivo de aprendizaje; después por la voluntad de divulgar a los poetas actuales y, de paso, de ayudar en la promoción del Aula. En el pequeño auditorio del Centre Cívic Les Basses el poema abandonará la seguridad de la letra de molde y del libro para hacerse efímero en la voz de su creador, incensario no obstante, que alojará su aroma imperecedero en el alma atenta de los oyentes. Y cada nuevo poeta nos dejará para siempre la experiencia de un momento bello, como ya hicieran otrora Luis Alberto de Cuenca, Antonio Carvajal, Fanny Rubio, Pilar Blanco, Carme Riera, Manuel Rivera, o Sergio Gaspar, entre otros. Y habrá también tiempo para los homenajes; como aquel cuyo recuerdo continúa emocionándome aún, realizado a Miguel Hernández en el Instituto Cambrils con motivo del centenario de su nacimiento. La actuación de los Goliardos y las palabras liminares del maestro Don Ramón Oteo son ya parte del tesoro sentimental de muchos de los que estuvimos allí; o aquel otro sentido homenaje al malogrado José Antonio Labordeta. Este año, a falta de efemérides sonadas (y esperemos también que a falta de desgraciadas pérdidas) se rendirá tributo a la Poesía en el Día Mundial que la celebra, el 21 de marzo. Y en el programa destaca la presencia de Ángel Guinda, Carme Riera o Jesús Munárriz, por nombrar sólo a unos cuantos magníficos poetas. Veremos también si este año es por fin posible editar la antología que recoge los 5 años del Aula de Poesía y que, a buen seguro, removerá instantes líricos memorables de entre los que vivimos la íntima complicidad de esos viernes poéticos y constituirá para los desconocedores todavía del Aula, un significativo muestrario de la calidad que atesora la nómina de poetas que la visitan.
El Aula de Poesía ha acabado deviniendo referente literario de las comarcas de Tarragona, tanto en lengua castellana como en la catalana, modelo de equilibrio lingüístico del que debieran tomar nota las diferentes instituciones culturales de la provincia que cierran filas en torno a un monolingüismo limitador. Nosotros aplaudimos el espíritu integrador del Aula de Poesía y su incondicional compromiso con la cultura y la belleza. Porque la poesía nos ayuda a entender mejor los versos de una de las  canciones de Marina Rossell: aquella que nos recuerda que la vida es maravillosa pero, sobre todo, que la vida es un delicioso misterio.          
Marina Rossell en la Ermita de Cambrils.
  




















PROGRAMA DEL AULA DE POESÍA (2011-2012) Y OTRAS CITAS LITERARIAS EN EL MARCO DE L'ANTENA DEL CONEIXEMENT DE LA URV EN CAMBRILS.

  • 4 de noviembre de 2011: Rafael Morales Barba
  • 13 de enero de 2012: Ánguel Guinda
  • 30 de enero de 2012: Carme Riera 
  • 3 de febrero de 2012: Jordi Julià
  • 27 de febrero de 2012: "La novela negra de Andrea Camilleri"
  • 2 de marzo de 2012: Jesús Munárriz
  • 21 de marzo de 2012: Día mundial de la  poesía
  • 13 de abril de 2012: Juan Ramón Ortega
  • 18 de abril de 2012: Batalla de microcuentos
  • 30 de abril de 2012: El hombre de los pijamas de seda, de Màrius Carol
  • 4 de mayo de 2012: Matteo Lefèvre
  • 18 de mayo de 2012: "La copla: Historia de una pasión" con la profesora Lina Rodríguez
  • 28 de mayo de 2012: El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas
  • 1 de junio de 2012: Víctor Canicio y Tomás Camacho
  • 15 de junio de 2012: Presentación de la antología 5 años del Aula de Poesía de la URV en Cambrils (2008-2012)

domingo, 16 de octubre de 2011

123. Copistas, incunables y editores en Tarragona

El copista
Tarragona, año 1373. El aire se filtra ululando por las rendijas de la fría estancia y hace bailar sinuosamente la luz de la vela, que languidece sobre la pobre mesa y está a punto de apagarse. Berenguer Company interrumpe unos segundos su trabajo, levanta la cabeza del pergamino y fija los ojos en la llama, temeroso de que ésta se extinga. Luego, al comprobar que recupera su esbeltez, como aquellas sierpes de fuego que había visto alguna vez en los bestiarios, se siente aliviado y retoma su labor. Debe terminar de copiar el breviario en el que trabaja para entregarlo cuanto antes a la iglesia de Les Borges. Le han prometido 300 sueldos si, además, lo ilumina con colores y lo encuaderna. Pero el pergamino es caro y empieza a faltarle. El encargo le obliga a no escribir más de 30 líneas por página, sin abreviar ni colocar palabra sobre palabra, como ha hecho otras veces para ahorrar pergamino. Los reputados copistas de Montblanc y Valls, las grandes ciudades difusoras de libros, disponen de más medios que él. Algunos vaticinan la desaparición de los copistas e imaginan nuevas formas más rápidas de reproducir los escritos. Berenguer Company no cree en más vaticinios que los que prometen los textos sagrados y no necesita de grandes revoluciones. Amorosamente, se afana sobre el pergamino, aunque no entiende nada de lo que está copiando, y se entrega silencioso a la humilde tarea. Sólo se escucha su respiración asmática y el noble rasgado de la pluma sobre la superficie rugosa del pergamino. Un soplo repentino del viento apaga la vela.
Incunables










Tarragona, año 1484. Nicolás Spindeler sonríe satisfecho. Acaba de imprimir en la ciudad el Manipulus curatorum de Guido de Monte y el trabajo no cesa porque ya ha recibido el nuevo encargo por parte del arzobispo de Tarragona, Pedro de Urrea, de un Breviario. Hoy han llegado procedentes de Génova las resmas de papel que solicitó, cuya marca de agua es la filigrana de la mano con la estrella sobre el dedo corazón, el preferido de los impresores de la Península por su calidad. Hay algo de presunción en el porte triunfador de Spindeler. Se jacta de ser el primero que ha imprimido en lengua catalana y también el primero que lo ha hecho a dos tintas. Con sobreactuada magnanimidad palmotea a sus muchachos de la imprenta y desaparece silabando por la puerta.
El editor
Tarragona, año 2011. En el pequeño despacho de la editorial, esa metáfora de soledad emboscada, Manuel Rivera, rodeado por la silva de libros que atestan el reducido cubículo, hojea una edición del Tirant lo Blanch. No es, claro, la que imprimiera Spindeler en Valencia en 1490, sino una anotada por Martín de Riquer. Luego cierra el libro y lo deposita con reverencia dentro del cajón de su escritorio. Se levanta, rescata de la percha su chaqueta y sale a la calle a despejarse, todavía con un pasaje del Tirant rondándole la cabeza. En mitad de la acera, extrae del bolsillo una libretita y anota algo. Luego acude a un bar y pide un café (con hielo). En la mesa de enfrente, un joven lee algo en un libro digital. Manuel Rivera le observa con curiosidad. Luego echa su mano al bolsillo, manosea su cuaderno de notas pero no lo saca. Se limita sólo a sentir sobre la yema de sus dedos el papel de la libreta. Hay  un momento en el que se sorprende apretándola con desmesurada fuerza. Y entonces, aflora de sus labios, musitada apenas, aquella frase del Tirant: “doloroses llàgrimes e aspres sospirs”. El chico del libro digital dirige una mirada irónica a Manuel. Éste se azora y termina su café. En el vaso, el hielo agoniza turbio.

A Manuel Rivera, delicado amanuense de la amistad, incunable de la poesía (también incurable) y generoso guía y benefactor.

domingo, 9 de octubre de 2011

122. Su nombre era el de todas las mujeres

A aquellos a los que nos gustan las canciones de Loquillo y, además, los versos de Luis Alberto de Cuenca, debiéramos estar de enhorabuena al hallar desde el pasado martes en las tiendas de discos, el nuevo trabajo del roquero catalán, titulado Su nombre era el de todas las mujeres y compuesto a partir de poemas del poeta madrileño.
Sin embargo, tras escuchar  las 10 canciones que allí se recogen, no podemos mostrarnos del todo satisfechos. Hay que advertir que el disco debe ser escuchado un par o tres de veces antes de emitir juicios de valor, porque éste gana con las sucesivas audiciones. Recuerdo que me ocurrió lo mismo con las versiones de Amancio Prada de los poemas de San Juan de la Cruz: al principio resultaban incómodas pero al educar con paciencia el oído a la propuesta del cantautor leonés, resultaron ser todo un hallazgo que guardo entre mis querencias musicales más preciadas.
Con las adaptaciones musicales de poemas pasa lo de casi siempre: hay que tener mucha pericia porque el ensamblaje no es fácil. Así, si los encabalgamientos de final de verso en los poemas de Luis Alberto de Cuenca fluyen con naturalidad, en las canciones de Loquillo se vuelven abruptos porque la unidad melódica y la sintagmática no se corresponden. Esto ocurre en la mayoría de las canciones, y  tan sólo en la que da título al disco, se acierta a aprovechar el encabalgamiento como llamada para el estribillo.  En ocasiones, una palabra esdrújula rompe la armonía o se producen aceleraciones silábicas para encajar con calzador palabras largas en unidades melódicas de escasa duración. Loquillo halla enormes dificultades cuando la canción se basa en un poema con verso libre: la ausencia de rimas vuelve el molde musical torpe. La máxima expresión de este desajuste está en la horrorosa canción “El encuentro”, que no hay por dónde agarrarla y que sólo salva los muebles por el crescendo final. En cambio, cuando versiona poemas con rima (sonetos o rimas asonantes en los pares), la música se equilibra. Finalmente, hay finales efectistas en los poemas que Loquillo no sabe sujetar; melodías monótonas y repetitivas; y en “La malcasada”, el cantante pronuncia “alista tus arrugas” en lugar de “alisa”. Menos mal que Luis Alberto de Cuenca no es Juan Ramón Jiménez.
Con todo, el disco tiene también sus méritos: la utilización acertada de estrofas como estribillos (la mayoría de ellos muy aceptables), licencias del cantante como la permuta de algunos versos en pro de una mayor flexibilidad, cambios melódicos en los tercetos de los sonetos (que es donde se condensa el efecto lírico del poema), tonos urbanos, tan propios tanto del poeta como del cantante y melodías agradables y pegadizas como en “Political incorrectness” o “Farai un vers de dreyt nien”. En “La malcasada” hay un muy buen contraste entre la paráfrasis del parlamento de ella y la reacción despechada de él. Son buenos los arreglos “galácticos” de “Alicia, disfrazada de Leia Organa”, aunque le sobra el tufillo a “country”. Hay una sola canción recitada, “La tempestad”, que yo creí erróneamente que pertenecía, por el tono, a la “Serie negra” del poeta y que está muy bien conseguida. Finalmente, encontramos al verdadero Loquillo en las versiones de poemas de temas transgresores (“Political incorrectness”, “Nuestra vecina”).
Lo cierto es que, aunque me he sorprendido tarareando algunas de las canciones del disco y hallo noble y, en ocasiones, hasta bastante meritorias las versiones, creo que sigo prefiriendo evocar a Loquillo gritando desgarrado “¡nena!” desde la ladera del Tibidabo y a los versos de Luis Alberto de Cuenca, parapetados en el sagrario de los libros, libre de la sacrílega mano de los refundidores.

domingo, 2 de octubre de 2011

121. Alba q'está kon bel folgore...

Es el año 1060. El visir Al-Mu’Allim pasea cariacontecido por las calles de Sevilla. Hoy ha vuelto a llegar a la ciudad un contingente cristiano enviado por el rey Fernando de Castilla para cobrar las parias. El Magno, le llaman. Qué vanidad. Mientras camina, Al-Mu’Allim recuerda el rostro desencajado de su rey, Al-Mu’tadid, cuando fue requerido con insolencia por esos rudos mensajeros del norte para recibir el tributo. No profesaba la soberbia el Dios de los cristianos, pero sí lo hacen los que se jactan de defenderlo.
Sin embargo, Al-Mu’Allim siente por ellos una atracción inexplicable. Callejeando por el barrio mozárabe de Sevilla, los contempla en sus rutinas diarias y admira el pulso vital de este pueblo sometido, que ha aceptado el mestizaje en sus ropas y en su propia lengua y que, salvo algunos núcleos rebeldes, se entrega al disfrute llano pero pleno de su existencia. El rico atavío del visir llama la atención de los mozárabes que, durante un instante, abandonan sus ocupaciones para observarle entre el recelo y la curiosidad. Unas lavanderas se afanan de rodillas sobre la colada, le miran fugaz y repetidamente y comentan entre susurros algo que Al-Mu’Allim no alcanza a escuchar. Luego ríen tímidamente a su paso. Una de ellas, cuyos ojos le parecen al visir de la belleza de los de la gacela, al agacharse para lavar la ropa, deja al descubierto sus senos, ocultos parcialmente por las hebras de azabache de su pelo que semejan sierpes protectoras. Al notar ella la lascivia del visir, entona una canción procaz: “Non t’amarey illa kon as-sarti / an tayma jaljali ma’a qurti” (“No te amaré sino con la condición / de que juntes mi ajorca del tobillo con mis pendientes”). El visir apresura el paso ruborizado y detrás escucha las carcajadas de las lavanderas. Cuando ya se encuentra a cierta distancia, sonríe y piensa: las jarchas mozárabes, esas cancioncillas que recopila en sus paseos para ofrecérselas luego al joven príncipe Al’Mutamid. Éste, al igual que su padre, ama la poesía y se ha apuntado a esa moda tan de Al-Andalus de inventar moaxajas tomando como base las cancioncillas mozárabes, que coloca al final de sus composiciones. Hace rimar los estribillos de la moaxaja con la jarcha e intenta engastarla con coherencia en su poema. Cómo se rasgarían las vestiduras los poetas puristas de las casidas de Oriente, que abominan de la poesía estrófica y más aún de la utilización del árabe popular o de la lengua de los infieles. Cuántas veces, en las noches claras de luna, han conversado el visir y el príncipe en el Patio del Yeso de los Reales Alcázares, mezclando sus palabras con la canción del agua de los surtidores, sobre el invento de aquel mítico poeta ciego cordobés de Cabra, que ideó la moaxaja. Pero esta jarcha de la lavandera no puede ofrecérsela al príncipe. Es demasiado atrevida. Sin embargo, más allá, en aquel puesto de especias otra mujer parece cantar. Al.Mu’Allim afina el oído: “Qultu: as / tuhaiyi bokella / helwa mitl es” (“Dije: ¡Cómo / hace resucitar una boquita / dulce como ésa”). No es gran cosa pero valdrá. Y en el puesto de frutos secos, ¿qué canta aquélla? Y el cazador de jarchas anota mentalmente: “¡Ben, ya sahhara! / Alba / q’está kon bel fogore,/ kand bene pid amore” (“¡Ven, oh hechicero! / Un alba que tiene tan hermoso fulgor, /cuando viene pide amor”). Hermosa jarcha, piensa el visir. Y decide que ésa se la queda para él y su moaxaja.
Y aunque la vendedora de frutos secos pensaba en su amante al cantar, a nosotros su jarcha nos evoca otra alba con hermoso fulgor: la del bellísimo amanecer de nuestra lírica, sol que brota de la tierra misma, en el balbuceo mágico del idioma castellano.

Notas

  • El rey Fernando de Castilla, (en realidad de León, pues Castilla era sólo un condado). Muerto en 1065. Es el padre de Alfonso VI, el monarca del Cantar de Mio Cid. El reparto de los reinos entre sus hijos provocará las guerras fratricidas entre éstos y generará toda una literatura épica cuyo máximo exponente es el Cantar del Cerco de Zamora. La taifa de Sevilla era tributaria de Fernando I.
  • El visir Al-Mu'Allim ejercía sus servicios en la corte del rey Al-Mu'tadid de Sevilla. Fue poeta y a él se le atribuye la moaxaja cuya jarcha da título al relato que hemos leído.
  • El rey Al-Mu'tadid reinó en Sevilla entre 1042 y 1069. Cultivó la poesía de carácter báquico y se le recuerda por su gestión suntuosa y cruel.
  • Al-Mu'tamid es hijo del anterior y reinó en Sevilla entre 1069 y 1091. En el relato tiene sólo 20 años. Es el famoso rey a quien el Cid visita para recaudar las parias. La tradición da como motivo del destierro literario del Cid, la apropiación ilegítima de estas parias, aunque sabemos que los motivos reales de los destierros del Cid fueron otros. A este rey se le atribuye la moaxaja cuya jarcha empieza "Qultu: as", que es la que escucha Al-Mu'Allim casi al final del relato en boca de la vendedora de especias.
  • El "mítico poeta ciego cordobés de Cabra" es Muccádam Ben Muafa (siglos IX-X). A él se le atribuye la invención de la moaxaja. Ésta era una composición formada por trísticos monorrimos, un verso de vuelta y un estribillo que rimaba con la jarcha; ésta formaría la base de la moaxaja; es pues, anterior a ella y se trata de la primera manifestación de nuestra lírica. Los puristas cultivadores de la casida árabe rechazaban el estrofismo y sólo admitían el árabe clásico para la poesía.
  • El Patio del Yeso de los Reales Alcázares de Sevilla es actualmente la única parte del palacio islámico conservada que ya existía por los años en los que se inserta el relato.
  • Al Mu'Allim como "cazador de jarchas" para el príncipe es una licencia del autor. Pero es verosímil que muchas jarchas se escucharan así por la calle.
  • La moaxaja que incluye la jarcha procaz del relato es anónima. Parece que nadie quiso atribuírsela. Quizás fuera nuestro visir y ocultara su nombre por rubor...
  • En la imagen, Muccádam ben Muafa. Cartel promocional de la Exposición Filatélica y de Coleccionismo celebrada el 8 de septiembre del 2000 en Cabra, Córdoba