Ángel Guinda nos visitó en Cambrils el pasado viernes en un Aula de Poesía a rebosar. Hubiéramos deseado que leyera un número algo más amplio de poemas pero suplió esta sed de versos del auditorio con su inagotable fuente de anécdotas, reflexiones y profunda humanidad.
El paso del tiempo y la muerte vertebran los grandes temas de la poesía de Ángel Guinda. La angustia resultante desfallece en versos nihilistas que nos recuerdan “que no somos más que briznas” ante la indiferencia del viento. La conciencia de la caducidad de la vida se hace más dolorosa en aquellos poemas en los que se comparan los años de la juventud, cuando el poeta “tenía la vida entre las manos”, y el inicio del ocaso con su “diario desencanto de vivir, / esa creciente desazón incómoda / de mantener amores con la muerte”. Otras veces, la decadencia se simboliza a través de la descripción de casas palaciegas en ruinas; mediante la devastación de un aguacero cuyo torrente se abre paso para anegarlo todo, porque “el agua, como el tiempo, busca siempre caminos donde huir”; o en estampas crepusculares o de soles vencidos por la lluvia. No obstante, hay ocasiones en las que el poeta se rebela y cree en su propia trascendencia y “ansia de infinito”; y, así, la cruda biología de los “virus patógenos” o la “cámara mortuoria de una sala de tanatorio donde tu ausencia eterna estará expuesta”, dejan paso a la “grandeza desde las constelaciones de tus pensamientos”. La vieja fórmula del “ubi sunt” se vuelve dinámica y esperanzadora: el “dónde están” se transforma en un “hacia dónde van”. La madurez consigue pequeñas victorias sobre la fogosa juventud porque “nadie puede avanzar / en medio de un bosque en llamas, / [pero] sí a través de un desierto”. E incluso, el nihilismo descorazonador que apuntábamos más arriba, puede tornarse en un refugio edénico contra el mundo. En Espectral (2011) esta tímida rebeldía adopta ya un tono de rotunda exaltación vitalista de tal intensidad que se nos antoja, precisamente por su desbordada energía, un dramático y desesperado afán de asirse a la existencia, convirtiendo el aparente optimismo de los versos en un “carpe diem” agónico.
Pero la verdadera fórmula de la inmortalidad la halla el poeta en la Poesía, una poesía que nos “contramuera”. El poeta es un visionario capaz de interpretar el mundo invisible. “¿Qué hay una palabra más allá?”, se pregunta en su búsqueda del gran arcano, sintiéndose depositario de todas las voces antiguas. Para ello, rechaza la luz, que simboliza en la poesía de Ángel Guinda todo aquello que ciega y aparta del camino. La poesía se halla en la sombra, que es la introspección: “¡Salgo del mundo para entrar en mí!”. Otros refugios o huidas ante la zozobra vital son el mar, el reencuentro con el origen ancestral (“a veces vuelvo donde nunca estuve”), y con el origen personal (el poema “Una vida tranquila” es de una sencillez deliciosa); también el amparo culturalista al que, con moderación, acuden diferentes poemas de Espectral, y los viajes, que son la búsqueda insaciable del nómada en pos de una verdad que le afirme, y cuyas descripciones son capaces de tamizar las esencias más genuinas de sus destinos, del mismo modo que hace con la Naturaleza en 3 hermosísimos poemas de La voz de la mirada (2000-01).
Notable importancia tiene el carácter social de su poesía, especialmente en Espectral, donde denuncia de manera muy sentida las guerras y la pobreza y aboga por la deconstrucción del orden establecido (“Todo lo que hay que hacer es deshacer”) y la libertad (la misma que defiende en el himno de Aragón, del que es coautor).
Poeta de gran hondura, alterna los trallazos de sus versos inflamados con la ternura de las cosas pequeñas. Grande, Ángel Guinda.
Hondo y transcendente, sí señor... Una suerte haber podido asistir a la lectura.
ResponderEliminarAbrazos
Me gustó mucho el recital, aunque tenía ganas de escuchar algún poema más. Asimismo, me parece muy acertada la enseñanza que nos transmitió sobre la importancia de ser un eterno aprendiz.
ResponderEliminarLa sala que da hospedaje al Aula de Poesía se nos quedó pequeña para oír a Ángel Guinda decir sus versos. Emoción y sentimiento. Humanidad y rebeldía. Y un dulce sabor acibarado entre los labios. Como dice Fernando en su reseña: Grande, Ángel Guinda.
ResponderEliminarEsmeralda, una suerte, sí. A ver si algún día te escapas a hacer turismo poético, aunque en Salamanca estáis sobrados de eso.
ResponderEliminarTisbe, tienes razón. Faltó algún poema más. Tiene algunos muy buenos que habrían hecho las delicias del auditorio.
Ramón, algo tendrás tú que ver en que el Aula esté cada vez más llena. Ello demuestra la buenísima gestión que llevas a cabo y da fe de la calidad de los poetas que nos visitan. Nos vemos en la próxima que, en mi caso, será cuando acuda Jesús Munárriz. Un abrazo.