Quien no haya abrazado a su madre. Quien en mitad de
la zozobra de la vida no se haya sentido cierto otra vez en ese abrazo. Quien
no haya levantado su casa verdadera sobre los hermosos cimientos de los cuerpos
entrelazados, los del hijo y su madre. Quien no se haya sentido felizmente,
libremente, impudorosamente desnudo en el letargo balsámico de esa placenta
recobrada después de en el mundo haber sido. ¿Haber sido quién? Haber sido un
trabajo, haber sido una apariencia, un papel, haber sido, tal vez, una vanidad.
Haber sido después de mi madre. Quien no se haya vuelto un niño grande en el
sortilegio de las caricias sin tiempo. Quien, finalmente, en la separación, no
haya notado cómo se quiebran los cauces de la sangre para verterse entre las
grietas de ese abismo que es seguir siendo en el mundo, seguir no siendo,
después de mi madre…
Amigo lector, tienes que perdonarme estas efusiones
del alma, surgidas así, torpemente y a borbotones en medio de lo que pretendía
ser una crónica teatral. Pero si tienes la desdicha de no reconocerte en el
párrafo de marras, te conviene ir al teatro a ver Conversaciones con mamá.
Y, claro está, también en el caso de sentirte reflejado.
El pasado 6 de abril asistimos al estreno nacional de
esta obra de Santiago Carlos Oves en el Teatro Principal de Alicante, que
presentó el lleno de las grandes ocasiones. Continuará su gira por toda España.
Quizás contribuyera al éxito de público el perfil mediático de sus dos
magníficos actores: Juan Echanove (también director de la obra) y María
Galiana. Jaime es un padre de familia agobiado por la tiranía de su mujer y su
suegra, quienes buscan mantener la ficción de unas vidas desahogadas que lo son
sólo en apariencia. Como Jaime no puede satisfacer la tonta vanidad de su mujer
al haber perdido su trabajo, acude a casa de su madre para pedirle que abandone
el inmueble, a la sazón futura herencia, para poder venderlo y pagar así las
deudas que le acucian. Pero la madre se niega rotundamente. Se siente a gusto
allí y permanecerá mientras viva. Además, a sus 82 años se ha echado un novio,
Gregorio, de 62. Porque no querría Jaime, -dice ella-, que se echase uno de 120
para guardar las formas… Esta visita interesada y desesperada que Jaime hace a
su madre, a quien solamente suele llamar por teléfono para preguntarle
lacónicamente cómo está, permitirá al protagonista recuperar su vínculo
maternal, tan maltrecho por las “prioritarias” urgencias de la vida que, a la
luz de las reflexiones derivadas de esta larga conversación con “mamá”, se
antojan completamente baladíes. Con emotividad y un humorismo sabiamente
dosificado, la obra es un canto a la sencillez, que impone su cálido imperio
sobre esas supuestas preocupaciones que absurdamente ponderamos sin pensar en
las cosas que realmente importan. Es inevitable comparar la obra con la
laureada película argentina que da origen a esta historia, protagonizada por
Eduardo Blanco y China Zorrilla. Quien se acerque a la película conocerá a la
suegra, a la mujer y a los hijos de Jaime, además del famoso Gregorio, el
indignado y anticapitalista “anarcojubilado”, como se hace llamar. En la obra
de teatro, la omisión de estos personajes, configurados en la mente del
espectador sólo por las alusiones que de ellos se hacen en los diálogos, resulta
muy sugerente y evocadora. Eso sí, a María Galiana le falta un poco del
simpático tronío aguardentoso de China Zorrilla y, cuando lo pretende, no es
creíble. Quizás le lastre la imagen de la dulce abuela de la serie Cuéntame.
Con todo, está muy bien en su papel.
Tras acudir a esta obra, a uno le dan ganas de abrazar
largamente a su madre. Pero es deseable que para darse cuenta de eso, no tenga
uno que ir al teatro.
¡Qué bonita reflexión sobre las madres! La obra es bastante recomendable, aunque comparto tu opinión sobre la interpretación de María Galiana en algunos momentos.
ResponderEliminarGracias, Tisbe. María Galiana lo hizo bien pero, cuando veas la película, verás que su homóloga tiene una chispa que le falta a la tierna abuelita de "Cuéntame".
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