La semana pasada Aurora Egido fue nombrada nueva
académica de la RAE. Es una buena noticia para la institución, primero por su
condición de filóloga, que es la titulación que mejor se acomoda a un académico
de la lengua. Y después por su defensa apasionada de las Humanidades. Entre
algunas de las distinciones que jalonan su trayectoria como investigadora, se
encuentra la Medalla de las Cortes de Aragón. Las mismas que el pasado 9 de
mayo parieron el invento de la LAPAO. Claro que, cuando Aurora Egido recibió el
galardón, en el año 2005, el Palacio de la Aljafería todavía no se había
transformado en el castillo del malo malísimo, nubarrones negros coronando las
almenas y tétrica melodía de órgano incluidos. Es lo que tiene cuando se alían dos partidos como el PP aragonés, con su
españolismo rancio y trasnochado, y el PAR, con su regionalismo de alcanfor. Lo
mismo que ocurre en Cataluña con CiU y ERC y, en definitiva, con cualquier
partido nacionalista sea del signo que fuere: la cortedad de miras y el cerrilismo
exclusivista, restrictivo y endogámico. Las siglas LAPAO no son más que la
compresa que se aplica el nacionalismo allende el Ebro para curar la urticaria
que le supondría incluir en la ley la palabra “catalán” en referencia a la
lengua hablada al este de Aragón. O lo que es lo mismo, para evitar llamar por
su nombre a las cosas. Un eufemismo en toda regla. Para tal guiso (o
desaguisado), se ha sazonado el plato con una pizca de ignorancia y una
generosa ración de estupidez. La ignorancia, que no lo es tanta (el
nacionalista siempre sabe más de lo que aparenta) se puede curar si hay
voluntad; pero la estupidez es para toda la vida. Por esa regla de tres, el
español de Andalucía tiene derecho, a partir de ahora, a convertirse en un nuevo idioma porque aspira
las eses y elide la “d” del participio y, porque, encima, se habla fuera de
Salamanca o de “Valladoliz”. Es la misma terquedad del valencianista a quien no
le entra en la mollera que lo que habla es un dialecto del catalán.
Esta politización de la lengua, respondida con
merecida sorna tanto por aragoneses como por catalanes, tiene, además, una
nefasta incidencia en los esfuerzos de muchos de los castellanohablantes que
vivimos en Cataluña y que, desde hace tiempo venimos defendiendo, mediante
posturas serenas y equilibradas, basadas en conceptos tan justos como los de la
equidad lingüística, una convivencia pacífica de las dos lenguas cooficiales.
Iniciativas como la de las Cortes de Aragón, desmoronan en un momento toda esa
delicada construcción de consenso y favorece al nacionalismo radical catalán,
que desarmado y sin argumentos ante tesis inteligentes y bienintencionadas, se
agarra ahora a la malquerencia española para conseguir lo que desde el
principio ha deseado: la ruptura sin
ambages. Es parecido a lo que debe de sentir un aficionado del Real Madrid cada
vez que habla Tomás Roncero. Pero ni todos los madridistas son Tomás Roncero ni
todos los aragoneses y, mucho menos, el resto de españoles con sesera secundan
las sandeces de las Cortes de Aragón. En esto de las generalizaciones, el
nacionalismo también halla su filón pero no nos encontrarán ahí. Nos hallarán
donde siempre hemos estado: en los argumentos sin estridencias; en las
enseñanzas de la Filología y la ciencia de los grandes maestros dialectólogos,
Zamora Vicente o Menéndez Pidal; en la coherencia y honestidad intelectuales, a
través de las cuales se puede denunciar el trato desfavorable del castellano en
las aulas catalanas y, a la vez, oponerse a las majaderías de las Cortes de
Aragón; en el amor y respeto a todas las lenguas del mundo, cuyos dueños son
los hablantes y no los territorios; y ahora también en Aurora Egido, aragonesa
de adopción que, desde su sillón B de la
Academia, debe devolverle el lustre a la
medalla que recibió.
Ahí has dado en el clavo. Todos estos apaños legislativos de Aragón son la otra cara de la moneda de los excesos catalanistas. Así se justifican mutuamente, dando sentido a sus desvaríos, mientras huye el sentido común que es lo que denominas "equidad". La lengua es una bomba en manos de políticos iletrados.
ResponderEliminarBuen artículo, Fernando. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarLos radicalismos nunca son buenos, sean de la índole que sean. Buen artículo, enhorabuena.
ResponderEliminarMARCELINO, esa es la gran tragedia de las lenguas.
ResponderEliminarRAMÓN, gracias. Otro abrazo para ti.
TISBE, toda la razón. Y gracias por tus palabras.