He estado resistiéndome a leer Intemperie
durante varios meses y ello se ha debido a un prejuicio insuperable que me
lleva a mirar con recelo los libros excesivamente publicitados. Cada vez que
acudía a una librería me encontraba con el póster de turno presidiendo alguna
de las paredes o esas separatas gratuitas del libro (que yo siempre he llamado
sobretiros), en el mostrador de la caja registradora. Algo así como cuando uno
se encuentra el paquete de pilas, los chicles o los boletos de lotería en la cola
de la compra del Carrefour. Por no hablar de la lamentable nueva moda de los
tráileres de libros, que preconfiguran los espacios y hasta los rostros y voces
de los personajes, en un ejercicio de injerencia devastadora en la imaginación
del lector. Tanto reclamo publicitario huele siempre a chamusquina porque, una
de dos: o detrás hay mucho dinero (cuando lo que debiera haber es talento) o el
escritor tiene buenos padrinos.
Finalmente me sacudí las dudas tras leer las críticas
de algunas personas en cuyo criterio confío, no de esas que se limitan a copiar
las contraportadas de los libros y que creen que con ello ya han escrito una
reseña.
La primera lección que nos ofrece Jesús Carrasco es
que para hacer buena literatura no se requieren grandes argumentos.
Efectivamente, la trama de Intemperie es tan simple que se puede
resumir en pocas palabras: las vicisitudes de un niño que huye de su casa por
razones que el lector irá descubriendo conforme avance la acción, y las
penalidades derivadas de esa decisión. Y es que, más que en la historia en sí
misma, el valor del libro reside en la literaturización del espacio mítico del
llano, que se convertirá en el verdadero protagonista de la narración. Entronca
así Jesús Carrasco con esa larga tradición literaria donde los marcos
espaciales adquieren tal entidad que convierte a los personajes en meras
criaturas suyas. Con todos los matices que se quieran aducir, a mí el terrible
llano de Intemperie me ha recordado a la hostilidad de la pampa de Don
Segundo Sombra o a la fagocitadora selva amazónica de La vorágine,
por poner dos ejemplos clásicos. El libro de Carrasco está escrito con ese
lirismo descarnado que demuestra que las palabras pueden albergar su carga
poética lejos del bucolismo paisajístico. La novela está cargada de silencios
sofocantes acentuados por el lento ritmo narrativo que no es, como en otras
novelas, una enojosa ralentización de la trama, sino una necesidad
consustancial a la misma. Huye Carrasco del ruralismo idealizado y no se anda
con cortapisas cuando la crudeza de esa otra cara de lo rural se manifiesta
incluso hasta lo escatológico. La prosa de Carrasco no tiene nada de ornamental
pero en esa desnudez retórica se halla gran parte de la exquisitez de su
lenguaje, del mismo modo que hay más poesía en los desnudos muros de piedra de
un viejo templo románico que en todos los retablos dorados que adornan las
paredes de una catedral barroca. La anonimia de los personajes, que son más
bien tipos, y la ausencia de coordenadas espacio-temporales concretas, otorgan
a la historia un carácter universal que redunda en la mitificación de la
atmósfera creada por el autor, que nos atrapa como a los protagonistas. No
renuncia Carrasco a la explicitación, (que no exploración) de las bajas
pasiones humanas de los antagonistas, que contrastan con el enaltecimiento de
la dignidad de los dos protagonistas principales, paradójicamente conforme va
progresando su degradación física. En esa dignidad está su epopeya. Una
epopeya, en fin, que no cabalga asida a las riendas del solemne hexámetro
porque en el paso lento del mulo que carga con las miserias de los personajes
hay más épica que en las resplandecientes armaduras de los héroes griegos.
Yo también tiendo a revelar cuando un libro es tan publicitado pero, en este caso, parece que hace honor a su éxito. Gran reseña.
ResponderEliminarSaludos
A mí hacía tiempo que una novela no me impactaba tanto. "Intemperie" está narrada, efectivamente, sin complacencias ni concesiones a la galería. Y supone un canto a la dignidad humana y a la rebeldía frente a la injusticia y la opresión.
ResponderEliminarA mí, el pastor me recuerda al señor Cayo de la novela de Delibes; y por su parte, al niño, lo veo listo e intuitivo como Alfanhuí, de Sánchez Ferlosio, o como el Nini de "Las ratas", de Delibes. ¿Qué te parece a ti, Píramo?
¿Y qué te parece, por cierto, la portada del libro? Yo no acabo de entender lo de la ovejita limpia y blanca a caballo entre el borreguito del anuncio de "Norit" y las églogas de Garcilaso. ¿Qué tendrá que ver con el espíritu de la novela? Me sorprende que nadie en la editorial haya reparado en ello antes de que el libro llegue a las librerías. ¡Anda que no pasa veces esto!
Muy buena reseña, Píramo. A mí me ha gustado mucho leer esta novela. Esa atmósfera asfixiante en que se desarrollan los hechos va envolviendo al lector hasta atraparlo. Es una lectura muy recomendable.
ResponderEliminarLU, efectivamente, por una vez la publicidad se corresponde con la calidad.
ResponderEliminarJAVIER, sí. Se pueden hallar paralelismos con esos personajes que mencionas aunque, en el caso de Alfanhuí, yo diría que el niño de INTEMPERIE es la versión polvorienta del personaje de Ferlosio, con un empaque más grave. Lo de la portada del libro es realmente desacertado. Quien lea la novela no entenderá el bucolismo de la tierna ovejita. Lo peor de todo es que esta gente que se dedica a ilustrar las portadas de los libros, son asesores asalariados, supuestamente formados. Éste no ha leído el libro, desde luego.
TISBE, me alegro de que la hayas disfrutado. La angustia del lector es una de los grandes aciertos del libro. Esperamos pronto tu reseña de MUJERCITAS.
Estoy de acuerdo con tu matiz con respecto al posible paralelismo con Alfanhuí.
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