Las azoteas eran el mirador de nuestro mundo de
extrarradio, horizonte de cemento, antenas y ropa tendida. El lugar desde cuyas
alturas uno aprendía a amar a su barrio y a la vida. Bajo los cables eléctricos
y la luz cegadora que reverberaba de las sábanas blancas, Bonavista palpitaba
en la honrada pulsión de sus gentes humildes y trabajadoras, a quienes la
miseria o la promesa de un porvenir les habían arrancado de sus lugares de
origen, trayendo entre los dedos la polvareda perpetua de sus desahucios y en
la boca, el tesoro de una lengua tamizada por el cedazo múltiple del
castellano. Andaluces, valencianos, extremeños, murcianos, aragoneses,
castellanos, que educaban con esfuerzo y abnegación a sus hijos, la primera
generación de nuevos catalanes para quienes la capital era sólo una quimera y
el pueblo de sus padres el lugar que se visitaba en los veranos, ni andaluces
ni extremeños ni catalanes ni nada, herederos sólo de una patria chica entre
las lindes de una barriada de periferia rodeada de chimeneas.
Parte de la razón de ser de Bonavista se halla en esas
fábricas. El barrio nació como una extensión de ellas, asentamiento que, al
abrigo incierto de su señor feudal, recogía a los vasallos proletarios. Y como
a todo señor feudal, pagábamos también nuestro tributo a cambio de la
protección del jornal. Soportábamos la polución y los olores nauseabundos. El
azul de nuestro cielo enfermo adoptaba los tintes purulentos de los gases
amarillos. A veces, una fuga accidental de etileno explotaba con estrépito tal
que la onda expansiva quebraba los cristales de las viviendas o bufaba las
persianas de las cocheras. Mientras tanto, los señoritos de la ciudad acudían
al barrio los domingos para comprar en el mercado y tapear en El Paraíso, o se
divertían en la Feria de Abril, como aquellos nobles del Renacimiento que se
disfrazaban de pastores para sus fiestas bucólicas. Pero al igual que éstos
volvían luego a sus palacetes, las gentes de la capital regresaban también a
sus pisos de la Rambla y se llevaban el pintoresquismo del barrio y su folclore
para la tertulia del café. Nosotros, los charnegos, nos quedábamos con nuestras
calles sin asfaltar y las otras viejas demandas urbanísticas; con la
contaminación y el miedo a un nuevo reventón industrial a dos pasos de nuestras
casas. Y con el orgullo de nuestro mercado, lleno de basura y fruta podrida
tras la barahúnda comercial. Las fábricas y el mercado, el segundo más grande
de Europa, eran dos de los principales activos económicos de Tarragona. Pero de
Bonavista, cuyo concurso resultaba clave, sólo se acordaban para el paseo
dominguero, para relatar el crimen del hacha o para constatar que el barrio era
el último bastión que resistía los nobles embates del catalanismo “integrador”.
Ahora Bonavista ya tiene su libro. Federico Bardají,
junto a Salvador Serrano, Josué Navarro y Ana Tere Nula, presentó el pasado
sábado Bonavista. Una biografía social, publicada por Silva, la
editorial de Manuel Rivera, a quien nunca podremos agradecer lo suficiente la
encomiable labor de mecenazgo que lleva a cabo en nuestra ciudad. Pasear por
sus páginas supone, para muchos de los que hemos sido anulados por las
banderas, reencontrarnos con algo lo más parecido posible a eso que llaman
identidad. El exhaustivo volumen de documentación convierte a la obra en un
excelente friso histórico y social que trasciende los límites de su localismo
para explicarnos realidades tan significativas como la inmigración y el
instinto de supervivencia cultural, de ahí su valor científico. Pero es, sobre
todo, una biografía sentimental, un himno de papel que vale para todos los que
hemos crecido y vivido en Bonavista. En Bonavista o en cualquier otro barrio,
porque ser de barrio es universal. Y aunque un libro no pueda explicar nunca
del todo lo que significa ser de barrio, hay barrios que merecen ser explicados
en un libro.
¡Caramba, Píramo! Hoy me has dado una estocada sentimental hasta la bola. Todo lo que pueda decir de mis dos años dando clases en el instituto de Bonavista es poco. ¿Bastará con decir que allí encontré el amor de mi vida hace ya 17 años?
ResponderEliminarPara Bonavista y sus gentes guardaré siempre los mejores deseos. Como Machado quiso para los sorianos, para las buenas gentes de Bonavista quisiera yo que el sol de España los llenara de alegría, de luz y de riqueza.
¡Cuánto cariño le tienes a tu barrio! Estoy convencida de que ese sentimiento es recíproco y muy pronto lo comprobarás.
ResponderEliminarMil gracias ,una vez mas,por tan magnífica prosa.
ResponderEliminarJavier, me alegro de haberte removido tan buenos recuerdos.
ResponderEliminarTisbe, pues sí, le tengo cariño porque es lo más parecido a la identidad del terruño que nunca tuve.
Luisa, gracias a ti por tu lealtad como lectora.
Curioso, esto de la identidad de los charnegos (entre los que me cuento con orgullo). Creo que la tenemos, una identidad muy diferente de las otras que conforman nuestra Cataluña, pero igual de respetable, y también un terruño mítico, un bosque gallego de antenas y postes donde todo es posible.
ResponderEliminarGracias, buenas noches.
Lo he leído. Muy bien escrito. Noto un cierto poso de amargura. Y, en estas asociaciones tan "sui generis" (nos generum) que tenemos los lectores , se me viene a la mente esta canción...https://www.youtube.com/watch?v=VOw9Tc_jsuk
ResponderEliminarLos comienzos son difíciles pero ahora no tiene nada que envidiar a otros barrios.
ResponderEliminarGracias, maestro . Y gracias por seguir sintiéndote de Bonavista.
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