Alguien que conocí me dijo un día que el viaje a
Córdoba que tenía proyectado no le hacía especial ilusión porque ella, que era
muy viajada, había visto ya tantas mezquitas, que ver una más no le aportaba a
su vida gran cosa. De tal afirmación se infieren dos conclusiones. La primera
tiene que ver con la ignorancia que impidió a esta persona valorar la
singularidad de la mezquita de Córdoba respecto a todas las demás. La segunda
es aún más triste y se relaciona con la incapacidad para gozar, siempre con
ojos nuevos, del patrimonio que nos regalan todas las ciudades. Y esta
incapacidad para el disfrute se basa en un supuesto hartazgo, en un estar de
vueltas de todo, en una visión elitista del mundo que hace que todo lo demás
sea insatisfactorio para su refinado espíritu. Pues qué vida más triste, la
verdad. El día que pierda la capacidad para emocionarme, para sorprenderme,
para admirar, aun las cosas más pequeñas, dadme por muerto. Es esa disposición
de ánimo la que me acicatea para pegarme más de 400 quilómetros sólo para ver
la torre de Ateca, aunque en Teruel haya visto ya sus majestuosas cuatro torres
mudéjares.
Con la literatura pasa lo mismo. El lector que tiene
el prurito de haber leído a Joyce ya no quiere saber nada de las obras “menores”.
Pero hasta un libro malo puede esconder
en una de sus páginas un pasaje que emocione, que produzca embeleso, placer
estético, una frase ingeniosa, inteligente, un hallazgo sorprendente. Y, en
último término, quizás haya en ese libro que se desdeña muchas horas de
trabajo, las ilusiones de un escritor pertinaz, la brega siempre desigual por
domeñar el idioma a la categoría de arte. Siendo el libro malo, es eso también
un mérito.
Uno de los críticos que mejor entendieron esa
condescendencia generosa para con los libros de peor calidad fue Rafael
Cansinos-Assens: “En la obra ajena, -dice Cansinos-, entra [el crítico] lleno de buena voluntad,
venciendo todo desdén y todo silencio, ávido de encontrar belleza y escondidas
gracias. Y la menor que halle, aunque esté oculta en el cáliz de la araucaria,
la sacará a la luz y la festejará. Y por desgraciada que la obra ajena sea, si
no está absolutamente desprovista de belleza, más bella se tornará y más clara
en su belleza, después de la visita del crítico”. Para Cansinos, la crítica literaria no es más
que el anhelo de comprender y de calibrar, con las obras ajenas, la suya
propia. Por eso, “su mirada, sea de aprobación o de disgusto, y cualquiera que
sea la expresión en que se manifieste, será siempre un homenaje a los
hermanos”, esos otros escritores que también orientan al crítico al decirle en
sus obras cómo, dónde y en qué forma han hallado ellos mismos la belleza, pues
no podemos ser tan ingenuos de pensar que estamos solos para recogerla toda. Se
opone así a la crítica malediciente que se goza en hacer escarnio de la obra
ajena para alimentar la polémica y el escándalo sensacionalista. Y, en última
instancia, si la obra es muy mala, el crítico tiene también derecho al
silencio, que puede ser más elocuente que cualquier diatriba. ¿Qué gana un crítico
con hacer sangre con la obra de otro? Dice Cansinos: “se supone al crítico
lleno de animadversión, deseoso de encontrar fealdades. Pero ese será el
crítico impotente, al que ha sido negada la facultad creadora y puede sentir la
envidia de las madres estériles que oprimen, llenas de rabia, un pecho enjuto”.
Porque el espíritu cultivado gozará muy fácilmente con Joyce y con la Mezquita
Azul. Pero hay que tener el pecho muy enjuto para no hacerlo también con la
Mezquita de Córdoba o con la torre de Ateca.
Totalmente de acuerdo, Píramo.
ResponderEliminarQué bonita labor la del crítico que construye, no destruye; que intenta hallar, desde el respeto, un mérito, por pequeño que sea, a la obra que va a reseñar. Creo que para ello es fundamental el respeto y no sentirse un ser superior por el hecho de hacerse llamar "crítico".
ResponderEliminarAnte una obra mala, lo mejor es el silencio.
Enhorabuena porque tú sí eres un buen crítico.
Absolutament d'acord.
ResponderEliminarSiempre precioso e interesante.Gracias.Comparto absolutamente tu opinión.
ResponderEliminarExcelente, como siempre, Fernando. Y, sin embargo, siempre será necesario separar el grano de la paja. Sin saña ni afrentas personales, ni tampoco prejuicios literarios. Vuestra labor es compleja y está llena de peligros. Hay gente que piensa que escribir una buena reseña es fácil, pero ignora las horas dedicadas a la lectura de un libro determinado, las notas, los versos señalados, y, sobre todo,la responsabilidad de no juzgar desde púlpitos.
ResponderEliminarMés clar que l' aigua. Llegint coses així penses que encara no està tot perdut. Bon article, Fernando, i a seguir donant la matraca.
ResponderEliminarApunta también la torre de la Magdalena en Zaragoza. Y estupendo artículo. Me parece muy acertado. Un abrazo.
ResponderEliminar