En el instituto donde ejerzo eso que un día llamábamos
docencia (la juglaría se la dejo de momento a los pedagogos de nuevo cuño) el
tesorero ha hecho público el gasto trimestral de fotocopias. Se trata de un
listado donde aparece el nombre de cada profesor junto a dos cifras, la primera
de las cuales señala el número total de fotocopias realizadas por el docente en
cuestión y la segunda traduce ese mismo dato a su correspondiente dispendio
económico.
Juro por Cervantes que cada año hago lo que está en mi
mano; reduzco el tamaño de la letra, utilizo las dos caras del papel, invento collages
de corta y pega para aprovechar cada rincón de la hoja, sacrifico dolorosamente
a las fraguas de Vulcano alguna estrofa… No importa, es inútil:
indefectiblemente mi nombre aparece cada trimestre acompañado del terrible
sintagma escrito en rojo: “GASTO SUPERIOR A LA MEDIA”. Uno siente entonces en
su fuero interno el escarnio público como si fuera uno de los morosos de la
lista de Montoro: ahí lo tenéis, el manirroto gastador de fotocopias,
responsable de resentir con sus desmanes el presupuesto del centro, el
fotocopiador compulsivo, el despiadado aniquilador de árboles.
Y, sin embargo, qué quieren que les diga, cuando
Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León o San Juan de la Cruz se perpetúan en
cada fotocopia y visten los pupitres con su fiesta de tinta, se me antoja muy
pequeño aquel milagro de los panes y los peces y aquel otro de la resurrección.
Cuando por prodigio de la luz, Góngora, Quevedo y Lope colonizan carpetas,
paredes y el iris de los estudiantes, la clonación genética me parece un
juguete de laboratorio. Cuando Lorca se reduplica en la tinta del papel
caliente, siento que ese mismo calor del papel, que es como pan recién hecho,
reconforta la fría fosa donde yace y que se levanta de ella con su traje blanco
manchado de tinta porque su traje blanco es el papel mismo donde la tinta
todavía fresca de la fotocopia irriga de vida la muerte alba.
Mientras las diputaciones provinciales malgastan su
dinero en editar el deplorable libro de un fulano amiguete del alcalde que
quiere satisfacer la vanidad de verse publicado en letra de molde, yo creo que
no haré ningún daño si Miguel Hernández se vuelve cómplice mío en eso de gastar
por encima de nuestras posibilidades.
Yo propongo una bacanal de fotocopias, una lluvia de
hojas volanderas que caiga sobre el mundo como caen esos paquetes de comida
sobre las gentes menesterosas del tercer mundo tras una catástrofe; propongo
serpentinas de versos, confeti de palabras, propongo un plan Marshall de
fotocopias que reconstruya esta intemperie, propongo un aguacero de pasquines
clandestinos donde la poesía diga su verdad, quiero un diluvio de fotocopias,
feliz azote de los barrenderos ilustrados.
En el tablón informativo del instituto luce en rojo mi
nombre. Justo en frente, el conserje se afana con mi nuevo encargo de
fotocopias. Me quedo observando su labor. Primero introduce el papel, luego
cierra la tapa. Todo está listo. Pulsa el botón. La máquina empieza su retahíla
rítmica. Y hay en el fragor de su mecánica una algarabía de versos. Y hay en
sus haces intermitentes de luz una tormenta desatada que amenaza con cernirse
majestuosa sobre la mediocridad de los que gastan… por debajo de la media.
Me encanta la imagen de la bacanal de fotocopias y serpentinas de versos. Si es la única forma de acercar los clásicos a nuestros alumnos, no hay que tener reparo en hacer fotocopias. Digan lo que digan los secretarios de turno. Enhorabuena por el artículo.
ResponderEliminarFernando: si alguna vez te ves en apuros, silba hacia el norte, envía el texto por e-mail y recibirás ayuda élfica por vía postal. Y sí: Cesó todo y dejéme es grande, como sus responsables, así que estos siete brillantes primeros años son sólo el preludio de otros setenados que vendrán, a no dudarlo.
ResponderEliminarAmigo Fernando: Felicidades por el blog que perdura maravilloso. Siento no leerte como te mereces pero el tiempo, ese villano, las ocupaciones...me lo impiden
ResponderEliminarQué bien escribes, chaval!!! Me encanta como cuentas el asunto de las fotocopias.
Me ocurre cada año. Me avergüenzo como niña chica!!! Pero... vivan las fotocopias, gracias a las cuales, los profes de la pública difundimos la cultura como podemos.
seguiré apareciendo en la lista roja hasta que me jubile.
un abrazo.
Esmeralda
Bendito tú que trabajas en un instituto en el que aún te hacen las fotocopias para los alumnos. En el mío no, en el mío no podemos ir nosotros -como se ha hecho toda la vida- a hacernos cargo de las fotocopias. Se obliga a los alumnos a ir ellos en persona a pedirlas y pagarlas con una tarjeta. El resultado es que a la hora del patio los aledaños de la conserjería están como el metro en hora punta y, además, cuando llega el momento, muchos chavales se presentan en clase sin las fotocopias de marras.
ResponderEliminarPor cierto, ¿publica también el tesorero de tu centro cuánto gastáis en ordenadores? Porque aquí parece que los profesores de Literatura, con las fotocopias y los libros de lectura, arruinamos a las familias y al erario. En cambio, cualquier gasto que se haga en nuevas tecnologías se da por bien empleado.
Ave, Fernando. Otra profa compulsiva te saluda. Aunque en mi instituto no nos zahieren con semejante escarnio, cosa de agradecer.
ResponderEliminarA bombardejar, s'ha dit. Amb el teu permís, comparteixo.
ResponderEliminarPues sí, me suena el asunto
ResponderEliminarSiempre que leo tus artículos y en mi humilde entendimiento en los que de unos me entero y en otros na de naaa.....este de hoy me he recreado leyéndolo como otros muchos. ...estupendo (mijo )
ResponderEliminarSi con sus fotocopias contribuye a que nuestros clásicos estén menos muertos , pues que vivan sus serpentinas de versos como el dice , muy bueno!
ResponderEliminarEstupendo artículo, te superas cada día.
ResponderEliminarMuy bueno.(A ver si Los herederos de te van a pedir explicaciones por fotocopiar) broma de lado, no hay manera de que los tengan en forma digital en parte?
ResponderEliminar¡Genial!
ResponderEliminar¡Precioso!
ResponderEliminarA veces me dan ganas de pedirle a alguno de mis compañeros de los que apenas hacen fotocopias que hagan alguna de las mías en su nombre
Soberbio.
ResponderEliminar¡Bacanal de fotocopias! ¡Confeti de palabras! Comparto, compañero
ResponderEliminar¡Felicidades por el aniversario! Yo también me veo envuelto en la misma problemática: de momento, el aviso ha sido únicamente oral. Saludos.
ResponderEliminarJavier Angosto, ¡¡concuerdo contigo en todo!!!
ResponderEliminarEsas fotocopias, Fernando, son las huellas que llevan hasta la palabra siempre viva de los clásicos. Una orgía, sí, pero también un rito, lo lúdico y lo sagrado unidos en esa lluvia de papel y tinta.
ResponderEliminarGracias a todos. Sois estupendos.
ResponderEliminarComo disfrutan los profesores de la pública haciendo fotocopias para su alumnado mientras fuera de sus murallas copisterías tienen que cerrar sus puertas gracias a sus actos.
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