Uno de los personajes más desconcertantes de la
literatura es Hedda Gabler, creada por Ibsen. Hedda Gabler forma parte de la
nómina de mujeres que luchan por sobrevivir en una sociedad hecha por y para
hombres. Se rebelan ante el papel sumiso que les ha sido impuesto, no se
resignan a ser meras espectadoras del teatro de su vida y aspiran a ser las
protagonistas con mayúsculas. Nora Roberts, Emma Bovary, Anna Karenina… son
algunos de los nombres con los que el público / lector suele empatizar con
facilidad.
Ahora bien, la hija del general Gabler suscita más
desconcierto que empatía en un primer momento. Es una mujer con carácter,
casada con Jorge Tesman –joven que la adora y que se desvive por cumplir los
deseos de su esposa -. A priori, nada hace pensar que Hedda haya sido obligada
a elegir esa vida. ¿De dónde procede, por tanto, esa angustia vital, ese
inconformismo extremo? A diferencia de otras heroínas, que tienen una vida que
les insatisface y sienten la necesidad imperiosa de buscar su propia felicidad,
Hedda ha elegido libremente a su esposo y se deduce que ha tenido aventuras
amorosas con diferentes hombres antes de comprometerse con Tesman. Parece que
este joven bibliófilo representaba la mejor opción que tenía Hedda, pero ¿por
qué? Es una mujer que nunca ha conocido el amor, esa “empalagosa palabra”, y su
única inclinación en la vida es “aburrirse de muerte”. Únicamente siente
atracción por sus pistolas, peligrosas amigas en las que halla consuelo y
emoción. Evidentemente, Hedda Gabler es víctima del momento histórico en que
vive, marcado por convenciones estrictas que coartan la libertad de la mujer,
quien se ve relegada a la función de esposa y madre. Totalmente escandalosas le
resultarían al público de 1891 las angustiosas sensaciones que experimenta
Hedda al pensar en la maternidad. Ella no encaja en el rígido molde femenino,
pero tampoco sabe qué hacer para ser feliz. Ni lo era siendo soltera ni lo es
estando casada. La solución no está en lanzarse en brazos de otro hombre ni en
abandonar a su nueva familia. El origen del problema es, por tanto, más
profundo que las convenciones sociales. La hija del general es víctima de sí
misma, de un hastío vital que la condena a la infelicidad y a la insatisfacción
perpetuas, un spleen que la aboca a la muerte como último acto de
rebeldía. Ensalza la belleza del suicidio, acto heroico según su opinión puesto
que pone de manifiesto la libertad del individuo. La única forma de sentirse
libre es decidiendo cuándo poner fin a su existencia y a la del hijo que alberga
en su vientre. Este desenlace bien puede interpretarse como un triunfo o como
una derrota que evidencia que sólo los humildes y conformistas triunfarán en la
vida, mientras que los inconformistas desaparecerán ante su incapacidad para
adaptarse a un mundo encorsetado por férreas normas.
En cualquier caso, no cabe duda de que Hedda Gabler es
un personaje complejo. He ahí el origen de
su grandeza y de su actualidad. Henrik Ibsen sigue estando vigente gracias a
estos personajes femeninos tan vivos, tan llenos de aristas, tan complejos y
tan fascinantes.
El drama que nos ocupa fue estrenado en Madrid en 1901
ante un público dividido entre el fervor de la élite intelectual y el recelo de
los más conservadores. Actualmente, Eduardo Vasco nos ofrece una nueva visión
de la obra en un espectáculo en el que Hedda cobra vida en la figura de
Cayetana Guillén Cuervo, quien nos regala una interpretación bastante acertada
junto al resto del reparto. La frialdad nórdica de Hedda se respira en la
representación, con un decorado minimalista que cede el protagonismo a la
palabra. Sin duda, la compañía Noviembre nos brinda la oportunidad de ver en
escena a una de las protagonistas femeninas más inquietantes. El debate está
asegurado.
Me parece una semblanza del personaje muy atinada, Tisbe. En ese desconcierto que apuntas está su universalidad y, paradójicamente, su singularidad.
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