Los circuitos veraniegos de teatro clásico permiten el
reencuentro con las grandes obras del canon pero, en algunos casos, también
constituyen un buen muestrario de la reformulación contemporánea que los
autores establecen en ellas, inspirando matices o nuevas sugestiones. De ese
catálogo estival, quizás haya sido Javier Sahuquillo (Compañía Perros Daneses)
quien con más intensidad haya encabezado esa nueva relación con la tradición a
través de su libérrima versión de Fedra, la incestuosa esposa de Teseo enamorada
de su hijastro Hipólito. La obra se ha representado en el Festival de Sagunto y
en el I Festival de Teatro Clásico de Alicante. Sahuquillo evoca a un Teseo, ya
anciano, que capitanea obstinadamente un bastión entre el desierto y el mar
desde donde controlar el paso de los míticos y nunca vistos “hombres de
carbón”, claro trasunto del drama migratorio. En su terquedad, Teseo ha
ordenado matar sigilosamente a aquellos oficiales que se han mostrado díscolos
con la presencia, cada vez menos justificada, del contingente allí, con la
dolorosa connivencia de Fedra. Ésta simboliza a la madre patria, en virtud de
la cual se realizan todo tipo de atrocidades, como el asesinato velado de esos
oficiales. Representa ese hipócrita y ambiguo tutelaje del Estado hacia sus
ciudadanos que, en virtud de las grandes palabras como patria o bandera, son
anestesiados de la verdad o del espíritu crítico. En la obra ejercen de coro y
son tratados como cachorros o niños; en algunas ocasiones hacen el papel de
caballos domesticados que bajan sumisos la testuz. Es bellísima la imagen de
Fedra (espléndida Laura Sanchis en su papel) durmiendo dulce (y siniestramente)
a los niños.
Fedra, además, está enamorada de su hijastro Hipólito
que acaba de llegar con sus rizos altivos y en cuya juventud ve al Teseo del
que se enamoró. Hay paralelismos con el primer Hipólito de Eurípides, el
llamado Hipólito velado, creado antes de que el poeta griego cediera
ante el público ático, que se había escandalizado por nacer el amor incestuoso
de Fedra de sus propios sentimientos y no como designio de Afrodita. En la
versión de Sahuquillo, no obstante, el encarnizado debate interno de Fedra
queda algo diluido quizás porque el dramaturgo valenciano desea tocar
demasiadas teclas. Por su parte, Hipólito se jacta de ser descendiente del Sol
y ha llegado al bastión para vengarse de su padre, que abandonó a su madre,
cargándose así las tintas en la infidelidad proverbial del rey ateniense.
Hipólito deja de ser el virtuoso de la tradición, hijo leal e indiferente al
amor, para convertirse en una alegoría del sexo, desbordando así a Racine, que
en su maravillosa versión ya había humanizado algo a Hipólito al enamorarlo de
Aricia. Más que humano, Hipólito parece aquí un fauno, una oscura energía
sicalíptica, que los movimientos asilvestrados de Laura Romero acentúan. Hace
daño a quien entra en contacto con él: a Fedra pero también al oficial que
enamora (trasunto de la homosexualidad en el ejército) y cuya relación sexual
sobre las tablas resulta altamente plástica. Hipólito, además, se siente
inferior a su famoso padre, quien infravalora el ejercicio de la cacería de su
hijo (Hipólito en la tradición es servidor de Ártemis). Significativamente,
Hipólito narra la cacería de un oso (que es como han apodado a Teseo) y en el
castigo final de Neptuno, el dios del mar hacer emerger un engendro para
aniquilar a Hipólito con todas las trazas de un monstruoso oso, erigiéndose así
esta figura en símbolo del conflicto paterno-filial.
La arena que derrama su nada sobre el escenario y
sobre sus trágicos personajes, y el continuo contraste de luz y sombra, de luna
y sol en su lucha telúrica, completan un compendio de sugestiones, que el
vehemente ritmo de un tambor aboca hacia la inevitable tragedia.
Has hecho una reseña muy buena y tremendamente generosa con esta nueva versión de Fedra. Personalmente, no me gustó la representación. Quizás peco de clásica y tradicional, pero creo que si estos festivales toman la moda de presentar versiones tan libres como ésta de los grandes clásicos grecolatinos se acabará desvirtuando el espíritu de los mismos.
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