No se trata aquí de remedar aquella vieja canción de
Albert Hammnod sustituyendo el sur de California de su título por el sudeste
levantino español. Aunque la verdad es que Alicante y su contumaz sequía
podrían figurar sin ningún problema en cualquier antología de canciones sobre
el duro estiaje. Porque en esta ciudad, donde conviven mi exilio agridulce y la
nostalgia de la lluvia de Tarragona, lo cierto es que no cae una sola gota. Los
riscos pelados se erigen con la austera nobleza de sus harapos de polvo y
matojo implorándole a este sol sañudo una tregua en el flagelo de sus rayos,
que hienden la carne árida y requemada de la tierra, llagándola sin hacerla
sangrar. Hay un azul inmisericorde en el cielo de Alicante que amenaza con
confundirnos a todos –fagocitarnos– en
su luz cegadora.
Pero resulta que esta última semana sí ha llovido en
Alicante. Vaya que si ha llovido. Y alguna vez nos ha cogido esta lluvia
salvífica tras la acogedora protección del aula. La lluvia para los estudiantes
alicantinos no es aquella monotonía de lluvia tras los cristales que imaginara
–reviviera– Antonio Machado para los niños madrileños o sorianos. Aquí la
lluvia es un acontecimiento. Así que el día que llueve en Alicante, permito a
mis alumnos que abandonen sus pupitres y les invito a apostarse tras los
ventanales de la clase para contemplar el agua, que por aquí es poco menos que
el bautismo auroral del mundo. No hay algarabía ni juego en este paréntesis de
la lección. Los estudiantes observan la lluvia y apenas hablan. Algunos toman
del hombro a su compañero y así, en esa posición de camaradería, admiran juntos
la lluvia con reverencial silencio. Nada se oye en el aula; sólo veintitantas
respiraciones contenidas y el cielo tejiendo su pespunte sobre los cristales.
Fue la lluvia la que me dio la idea. Al día siguiente
traje a clase todos los libros que encontré de todos los escritores que
habíamos trabajado durante el trimestre. Repartí los libros azarosamente. Los
estudiantes los manoseaban, pasaban sus páginas a capricho, a veces se detenían
en algún pasaje y reconocían algún texto que habíamos leído; aquellos se
detenían en la solapilla o en las contraportadas y se topaban con el retrato
del autor, extrayendo similitudes entre la expresión de su cara y la naturaleza
de su obra en una suerte de frenología literaria; esos otros admiraban las
ilustraciones que inspiraban los pasajes narrativos; más allá, un estudiante
hallaba impresa una dedicatoria del autor presidiendo algún poema y se
preguntaba quién sería la misteriosa destinataria, imbricando la vida en la
literatura. Los libros iban y venían. Por un día la Literatura no se limitaba
sólo a unos apuntes teóricos en un cuaderno de notas, escritos con aquella
caligrafía de urgencia; ni las obras eran sólo un compendio de textos
antologizados por el profesor en el desgarbado collage de unas frías
fotocopias. Por un día, los autores tenían rostro más allá de los manuales, y
los títulos no se enumeraban exentos en hileras cronológicas sino que hacían su
epifanía en el atrio de sus propias portadas.
Fue la lluvia. Observando a mis alumnos aquel día,
embebidos ante los ventanales frente al milagro del agua, recuerdo haber
pensado que parecía la primera vez en sus vidas que vieran llover. El día que
llevé todos aquellos libros al aula, el gesto de sus miradas era el mismo que
ante el aguacero de la víspera. ¿Acaso los libros no son también una ventana y
la literatura la fértil lluvia que espera el espíritu en barbecho?
Nunca llueve en Alicante. Pero llueve. Vaya que si
llueve.
Qué preciosidad de artículo. Gracias por ofrecernos un castellano tan rico.
ResponderEliminarPrecioso artículo, en efecto.
ResponderEliminarEn cuanto a la "pertinaz sequía" de determinadas comarcas alicantinas, como las del Vinalopó, supongo que llevará de cabeza a los agricultores de aquel hermoso rincón levantino. Pero lo cierto es que a ella le debemos los amantes de la literatura algunas de las páginas más memorables del maestro Azorín. No sé si te servirá eso como consuelo. En cualquier caso, FELIZ 2017 a todos los lectores del blog y, por supuesto, a vosotros dos que sois sus hacedores.