Qué refrescante resulta toparse de repente con una voz
narrativa distinta que se desmarca del abotargamiento literario, tejido siempre
de las mismas hechuras, y que rompe su vivificante oleaje artístico sobre este
Acantilado nuestro desde cuya hermosa escarpadura de libros, los amantes de la
literatura llevamos saltando a su sugestivo abismo durante casi veinte años.
Porque mira que es difícil hallar en el catálogo de la editorial Acantilado
algún libro malo desde que en 1999 ese exquisito editor que fue el tarraconense
Jaume Vallcorba la fundara para deleite de los lectores más exigentes.
Si con El anarquista que se llamaba como yo,
Pablo Martín Sánchez sorprendió a propios y extraños con una de las mejores
primeras novelas de la última década, con Tuyo es el mañana, el autor
reusense consolida su condición de escritor, mostrándonos un desparpajo y una
soltura de narrador maduro, que se maneja con aparente sencillez y comodidad
por vericuetos no tan fácilmente domeñables. Es esa sensación de inercia
narrativa, ligera y alada, la que hace más meritoria una novela, cuya
estructura argumental no hace precisamente fáciles tales desenvolturas.
La novela narra las historias de 7 personajes: un
neonato, una niña, un profesor universitario, una estudiante de Periodismo, un
empresario, un cuadro y un perro. Las 7 historias acabarán cruzándose y dando
sentido a los relatos particulares. Es precisamente la promesa de esa
confluencia la que mantiene en vilo al lector, que aguarda con curiosidad la
forma en que elementos tan dispares puedan completar el puzzle. Y, sin embargo,
hay momentos en que el lector puede permitirse el lujo de olvidarse de la
prometida encrucijada de los relatos atrapado como está por la autonomía de las
distintas historias que valen por si mismas sin necesidad del asidero
unificador porque funcionan bien ellas solas como entes narrativos
independientes; de tal manera, que la convergencia de las 7 historias acaba
siendo, más que un objetivo deseado por el lector, la genialidad final que pone
el broche a una experiencia lectora que ya había sido grata sin la necesidad
perentoria de esa concurrencia.
Es también estimable, el dominio de los diferentes
registros que demandan los distintos personajes. Y no me refiero sólo a los
registros lingüísticos, a los idiolectos, sino al tono expresivo, al timbre,
que los individualiza. Especialmente memorables son las intervenciones de María
Dolores desde su cuadro, que a mí me han recordado por momentos, con todas las
reservas que se quieran, a la Menchu de Delibes en Cinco horas con Mario.
El marco temporal de todas estas historias son las 24
horas que preceden al 19 de marzo de 1977, hecho que permite al autor jalonar
su relato con acontecimientos de la época, algunos entrañablemente cotidianos,
otros más generales, dando buena cuenta de aquella España convulsa que
desmiente el idílico relato que sobre la Transición se ha ido vertiendo hasta
hoy. Especial relevancia en la historia tiene el deleznable episodio de los
bebés robados. El trabajo documentativo tiene, pues, su relevancia,
especialmente en el acopio de aquellos detalles más relacionados con la vida de
a pie de las personas, lo que permite hallazgos curiosísimos que contribuyen
eficazmente a construir el sabor de época.
En cuanto a los rasgos estilísticos, más allá de la
soltura reseñada más arriba, destaca el gusto por el detallismo, esa especie de
zoom tan del gusto del autor que recupera de su ostracismo literario a
los objetos y actos más comunes.
Si con su primera novela, Pablo Martín Sánchez partió
de un personaje real que se llamaba como él, en esta segunda lo hace partiendo
del año en que nació. Su próxima novela, anunciada por él mismo, que debiera
completar esta suerte de trilogía genésica de su yo trascendido, partirá del
lugar donde nació: Reus. Y será, lo sabemos, pétalo en su rosa heráldica.