Cada día que pasa me resulta más difícil encontrarle
un sentido a mi labor como docente. La última patochada la publicó el
Ministerio de Educación en su página web el pasado 17 de abril, donde
ratificaba que los alumnos de la ESO podrán titular con dos asignaturas
suspensas, siempre que éstas no sean, simultáneamente, Lengua y Matemáticas.
Además de la evidente discriminación a otras áreas del saber, que choca
hipócritamente con la tan traída educación integral del alumno, las
implicaciones derivadas de esta normativa son muchas otras. El mensaje que se
envía a los estudiantes es, básicamente, que uno puede llevar a cabo sus
obligaciones a medias; se trata del chapucerismo patrio elevado a decreto
oficial. Pero es, además, una estafa para los propios alumnos, porque aquellos
que finalmente hagan un bachillerato y emprendan luego una carrera
universitaria, no comprenderán por qué no han podido acceder a los estudios
superiores que deseaban por estar sólo una décima por debajo de la nota de
corte, o por qué la universidad les niega su licenciatura (ahora le llaman
grado), al no superar todas las asignaturas correspondientes, o por qué en una
oposición no obtienen plaza pese a haber aprobado los exámenes o, más
probablemente, por qué nadie les va a pagar la birria de alicatado que han
hecho en el cuarto de baño. Es decir, se les está vendiendo y acostumbrando a
una realidad que no existe. ¿Pero por qué nos extrañamos? Yo mismo he recibido
llamadas de atención de inspectores educativos (la mayoría de los cuales no son
más que desertores del aula, que salieron por patas de las trincheras incapaces
de controlar a una clase pero que luego se permiten el lujo de darte lecciones
sobre eficiencia didáctica), reprochándome el alto número de alumnos suspensos
en mi asignatura. Pero nunca les vi acercarse a los profesores enrollados, esos
que ponen un 10 a todo quisque porque, al parecer, eso no les parece una
anomalía del sistema. Esos profesores no han pegado chapa en todo el curso ni
se han pasado innumerables horas corrigiendo exámenes con el rigor que se les
presupone, pero son unos aliados del sistema porque, con ellos, claro, no
existe el fracaso escolar y podemos darnos la palmadita en la espalda
congratulándonos de lo bien que funciona todo. ¿De qué nos extrañamos sin en
las juntas de evaluación se presiona a los profesores para que aprueben a un
cupo mínimo de alumnos para evitar la masificación de repetidores en las aulas
el curso próximo o por la buena imagen del centro? ¿De qué nos sorprendemos si
esa infame raza de psicopedagogos, orientadores y demás ralea del buenismo
pedagógico de nuevo cuño (con felices excepciones), le miran a uno como a un
criminal sin entrañas por no aprobar al pobre chico que no ha pegado un palo al
agua porque, aseguran, tiene un conflicto emocional que debe de ser
determinante para saber distinguir una palabra aguda de otra esdrújula? Y,
total, ¿para qué sirve eso de poner tildes, no? Si lo importante es que el
chaval sea feliz y tal y pascual. Oigan,
a mí díganme a cuántos tengo que aprobar y acabamos antes; y así me evito la
tortura de leer los exámenes de algunos alumnos y me dedico a otra cosa, yo qué
sé, a pasearme, a leer novelas, o a reflexionar para qué narices me levanto
cada mañana empeñado en hacer de mis alumnos ciudadanos responsables, educados
en el espíritu del sacrificio, cívicos y cultos si luego la psicopedagoga, que
lo mismo se hernia por tener a dos alumnos en el búnker que ella llama
despacho, menosprecia tu trabajo y te llama retrógrado sin escrúpulos ni
empatía. Qué razón tenía Elvira Roca Barea, cuando dijo que analfabetos los ha
habido siempre pero que nunca habían salido de la universidad.
Piramo, Tisbe muy buen artículo, no podéis tener más razón. Solo espero que los médicos del mañana no hagan las operaciones "casi" bien.....
ResponderEliminarBuf!!! Verdades como puños. He leido tu articulo en Diari de Tarragona y no puedo estar mas de acuerdo.
ResponderEliminarTristemente, todo está legislado y organizado para que la realidad educativa sea como tú la describes. Lo lamento. Ya resulta imposible luchar contra esos molinos de viento. Ánimo y un abrazo.
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