Escritores noveles: abandonad toda esperanza. Después
de leer a Luis Landero, cualquier cosa que escribáis os va a parecer un
sucedáneo literario, la alegoría platónica de la caverna, el caviar de beluga
del Mercadona, la burda estampa de vuestras aspiraciones, el Ecce Homo de Borja.
Entonces, ¿es mejor no leer a Landero para no alimentar frustraciones, lastimeros
ayes de impotencia, papeleras rebosantes y oleadas de suicidios? Pues todo lo
contrario. Nunca ha sido tan necesario como hoy para el escritor novel (y para
los no tan noveles), leer a Landero. Porque sólo leyendo a Landero y a los
otros grandes maestros de la literatura, seremos capaces de ponderar nuestros
propios textos y recibir nuestra buena bofetada de humildad antes de decidir
dar a la imprenta aquel libro del que nos sentimos tan orgullosos y que no pasa
de deplorable pasquín para el autobombo y la tonta vanidad.
Existen muchas maneras de entender la literatura. Pero
para mí hay un requisito que me parece insoslayable: la literatura entendida
como arte. Nicanor Parra tituló a su décimo poemario Artefactos jugando
con la etimología: los poemas estaban escritos, hechos, con arte. Igual
que el pintor utiliza su paleta y el escultor su cincel para sus obras artísticas,
el escritor, que es otro artista, se sirve de la palabra para crear belleza.
Todo lo demás podrá considerarse literatura pero nunca pasará a los manuales,
porque sólo resiste a la inquina del tiempo aquello que en su belleza perpetúa
su atemporalidad y su universalidad. El resto es accidente, circunstancia,
consumo, usar y tirar. Se puede comulgar o no con las novelas de Landero, con
su carácter sugestivo, evocador, con su ritmo demorado, con su prosa
envolvente, con su elegancia cervantina y galdosiana; hay quien dirá que
prefiere la sucesión vertiginosa de lances argumentales y lo cifre todo en el
imperio de la acción; no hallará eso en Landero. Pero nadie podrá negar el uso
exquisito que el autor extremeño hace de la palabra, elevada a categoría
artística; y todo ello sin exhibicionismos retóricos ni prurito de deslumbrar,
sino, simplemente, con el reverencial respeto a la materia prima de su labor
literaria: las palabras. Especialmente sus obras memorialísticas son una fiesta
del verbo, delicado como sus personajes, que acuna y acaricia al lector y lo
lleva en volandas merced a un formidable dominio de los resortes narrativos. Da
la sensación de que Landero podría dilatar sus libros hasta el infinito sin que
tuviera que pasar necesariamente nada trascendental en el argumento y que, no
obstante, el lector lo seguiría sin rechistar, leal, mecido por la prosa,
narcotizado por el simple devenir de las frases, instalado en el mágico estado
de sucederse él mismo en el acto de la lectura, como una verdad ontológica. La
palabra, con Landero, no se siente violentada, no se somete a escorzos extraños
ni al artificio; fluye retroalimentada por su propia inercia, como un río de
aguas calmas, literatura en estado puro. Resulta complicado acabar un libro de
Landero y tomar otra lectura porque, casi siempre, uno debe asumir la renuncia
a esa pureza. Podemos entretenernos con otras historias originalísimas, podemos
sentirnos amarrados a las incógnitas de una trama o sentirnos retados por el
juego intelectual que otro autor nos proponga, pero casi siempre sentiremos que
nos falta algo, que hay un destierro cruel tras acabar las novelas de Landero y
que casi todo lo que leamos después alberga unos visos de provisionalidad, como
el hotel de una ciudad extranjera o el vestíbulo de un aeropuerto, meros
trámites antes de volver a casa.
Así que, escritor novel, lee a Landero. Porque
necesitamos que te frustres, que emitas ayes de impotencia, que colmes las
papeleras de tu despacho y que, en último término, –¿por qué no? – nos hagas el
favor de suicidarte. Literariamente (o no).
El caviar Beluga del Mercadona!!!! Muajajajajá!!! Eres tremendo. Pero totalmente de acuerdo. Viva Landero!!!
ResponderEliminarHola, Fernando. Me ha encantado tu artículo. Luis Landero es un escritor maravilloso, para mí el mejor de los españoles vivos con Gonzalo Hidalgo Bayal. Lo que no sé es si en su editorial se han percatado de ello. Juegos de la edad tardía, una de las mejores novelas del siglo XX, no está traducida al inglés. Los artículos que escribe Luis de uvas a brevas en El País no tienen parangón con nada de lo que publican a bombo y platillo escritores mediocres protegidos y lanzados por este periódico. Pienso, ahora, por ejemplo en "El halo y el falo" y la finura de su crítica política así como la elegancia de su erotismo.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu artículo tan ajustado y bien escrito.