Cuando uno se topa con un prólogo de la extremada
calidad con la que Juan Carlos Elijas ha escrito el suyo, el reseñador tiene ya
poco más que añadir. Debiera, pues, limitarme a decir amén y a no incurrir en
redundancias o matizaciones que siempre acabarían por desmerecer un preámbulo
prácticamente perfecto. Reconforta sobremanera hallar a personas como Elijas,
que todavía creen en el trabajo bien hecho, cargado de compromiso y respeto,
riguroso e inteligente, tan lejos de esos otros prologuistas que cubren el
expediente con cuatro generalidades y luego estampan su nombre en la portada de
un libro que no es suyo para seguir acumulando méritos. En el caso que nos
ocupa, Jaume Palau, el beneficiario del prólogo de Elijas, debiera sentirse
enormemente agradecido y hasta abrumado. Es lo que sentiría yo ante un regalo
así.
Pero Pájaros de niebla (Silva Editorial), tiene
más cosas además de su magnífico prólogo, y de ellas habrá que hablar, aunque
sea someramente, en el poco espacio de que disponemos aquí. Del nuevo libro de
relatos de Jaume Palau podemos empezar diciendo algo que ya sabíamos: que el
autor tarraconense domina con insultante solvencia los difíciles resortes
narrativos del género. Su lectura, pues, se desliza, eficaz, con la naturalidad
de quien hace sencillo lo dificultoso, de tal manera que uno llega al final de
cada relato mecido por la hipnosis de una prosa ensamblada para el viaje
peregrino de los ojos. Pero si el viaje es placentero por el traqueteo
confortador del tren de las historias sobre las traviesas de las palabras, en
cada estación donde se detiene, observamos la desolación de los viejos
apeaderos de la vida, con su abandono y decadencia y su señorío de abrojos.
Porque Pájaros en la niebla es la lírica de la renuncia y de los sueños
rotos, del hastío y de la vida sin horizontes. Ya el primer relato constituye
un pórtico que podría funcionar como poética de la obra. Personajes
desnortados, sujetando la inútil brújula de la pérdida, desfilan por el libro
como fantasmas, como meros sobrevivientes de una frustración que los fagocita.
Y no importa la clase social a la que pertenezcan, desde el drama de las
favelas a los falsos oropeles de los lujosos hoteles, apartamentos y cruceros,
la mayoría de personajes se enfrenta a algún tipo de abismo: la insatisfacción
vital, el fracaso, la miseria, la enfermedad, todo ello vertebrado siempre en
un innegociable sentido ético. Especialmente atractivas son algunas evocaciones
históricas, tremendamente sugestivas, como las de Qin Shi Huang y sus guerreros
de terracota o la historia bíblica de Yrit, narradas con esa reminiscencia a la
tradición y a la oralidad, así como algunas estampas poéticas, como aquella
evocación otoñal o aquella otra que cierra el libro y que guarda resabios de la
delicadeza oriental. Al libro, quizás, le haga falta alguna poda de algunos
relatos que perjudican al conjunto. Y debiera tenerse cuidado también con
algunos pasajes próximos a la literatura de autoayuda (“La cometa”) y a algunos
finales efectistas que pueden resultar algo impostados. El final, por ejemplo,
del relato “Pájaros de niebla”, es tan efectista como inverosímil, y aunque no
se nos escapa su sentido último, creo que la magnífica crudeza, casi
naturalista, de sus páginas previas, reclamaba un final en el mismo tono, sin
concesiones, por esta vez, a la literatura. Con estas salvedades que, por
supuesto, responden únicamente a la opinión personal de quien esto escribe, el
libro de Palau conecta con el lector porque, a la postre, todos somos pájaros
con alas de trascendencia, pero abrumados por esta espesa, inmisericorde
niebla, que es vivir.
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