Juan
Marsé es uno de los veinte intelectuales que se han adherido al manifiesto
contra el Poc Honorable President Quim Torra impulsado por la plataforma
Recortes Cero. Junto a él, otros nombres de reconocido prestigio, como los de
Luis Goytisolo, Javier Marías, Javier Cercas, Juan José Millás o Rosa Montero,
dan lustre y enjundia a un texto que rechaza el sesgo autoritario y
antidemocrático de quien alienta la violencia y el pensamiento único en
Cataluña. La adhesión de Marsé es especialmente significativa. Todavía recuerdo
con tristeza cómo sus libros aparecieron un día en algunas bibliotecas
catalanas señalados por algún cobarde anónimo con el baldón de «botifler» escrito
entre sus páginas, igual que hacían los esbirros de las juventudes hitlerianas
en las persianas de los comercios y en las fachadas de las casas de los judíos.
El señalamiento alevoso siempre ha sido cosa de los niñatos fascistas. Pero
detrás de esos niñatos, manipulables e ignorantes, siempre hay un instigador de
despacho y corbata que les hace creer que su causa es noble e histórica,
mientras él vive de la sopa boba.
Ahora,
esos niñatos estudian en la universidad cuya matrícula les ha pagado papá y, como
queriendo emular la épica de las revueltas universitarias de antaño, hacen su
huelguita de niños consentidos y creen que están escribiendo la Historia. En Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé
retrataba la hipocresía de la joven burguesía catalana que jugaba a la
revolución social, acomplejada tal vez por la incomodidad que en sus
conciencias ejercía su condición de clase alta heredada, en una época, las de
los últimos años de los 60, en que se estilaba, como una moda para estar en la
onda, rebelarse contra el orden elitista de las jerarquías estamentales y enarbolar
la bandera de la lucha por la igualdad. Era muy fácil, eso sí, jugar a ser
subversivos desde los palacetes de Sant Gervasi a cuyo amparo siempre se podía
regresar cuando venían mal dadas. Y así, al final de la jornada de idealismos
de juguete, los charnegos seguían estando donde debían estar y los niños pijos
dormían entre sábanas de holanda con sus caras beatificadas por el deber moral
cumplido.
Marsé
ya había calado hace más de 50 años, aunque en otro contexto, a los mismos que
hoy se manifiestan en las puertas de las universidades e impiden a los que no
piensan como ellos su derecho a las aulas. Ya no son aquellos jóvenes, igual de
hipócritas, que retrató Marsé. Ahora el ideal no es la lucha de clases, sino la
arcadia del independentismo, la gloria de la nación frente a la otra nación,
opresora y fascista, la misma nación opresora y fascista que acaba de exhumar
al dictador o la misma que les permite a ellos manifestarse. ¿Qué sabrán estos revolucionarios
protegidos por sus mamis sobre naciones opresoras, más allá de la que ellos
mismos desean construirse? ¿Qué sabrán de idealismos estos flojos de piel fina
que reclaman exámenes a la carta e indultos académicos? Siempre en las huelgas,
quienes las secundaban, sabían que en su sacrificio había una renuncia, en el
sueldo, en el despido, en la comodidad de sus vidas, porque colocaban sus
principios por encima de sus privaciones. Ahora estos rebeldes de camping-playa
lo quieren todo, faltar a clase y no perder el derecho a examen, y en sus
sentadas exhiben en sus carteles la lista de peticiones solidarias para la
causa: cargadores portátiles para el iphone, almax para las malas digestiones,
comidas adaptadas para las alergias alimentarias. Pobrecitos, qué duras las
revoluciones. Y si apedreo al policía, siempre podrá venir mamá a consolarme y
a gritar a los cuatro vientos que su hijito inocente, el que tiraba los
cócteles molotov ha sido víctima de la represión policial. Luego, en casa, la
mamá le colocará con cariño, unos apósitos mentolados en la frente y le
acariciará el pelo. El nene dormirá hasta el día siguiente. Le espera otra
jornada con su cita con la Historia.
Estupendo. Llevo años diciendo a los alumnos que para entender el problema catalán basta con leer 'Últimas tardes con Teresa' y, de paso, disfrutar de una espléndida novela. De aquella gauche divine viene esta especie de alta burguesía callejera. Un abrazo, y enhorabuena por tus novedades literarias.
ResponderEliminarUn placer leer un texto así, no sólo por el lúcido contenido sino por el espléndido continente.
ResponderEliminarGracias!