Desde 1971, han sido varias
las iniciativas que han tratado de sacar a la luz una novela inédita de Emilia
Pardo Bazán hallada en el interior de uno de los baúles que la hija de la
escritora coruñesa había donado por decisión testamentaria a la futura sede de
la Real Academia Gallega ese mismo año. En los baúles, además de mobiliario y
documentación diversa, hallábase lo que la hispanista Nelly Clemessy
consideraba «una tentativa frustrada de novela policíaca», cuyo mal estado –la
novela estaba incompleta y algunas cuartillas eran ilegibles– hacían
prácticamente impublicable la obra pese al entusiasmo inicial que su hallazgo
suscitó en el profesor Varela Jacome, a la sazón el primero que trató de poner
orden en aquel caos. Tal ha sido la dificultad para editar la novela, que solamente
ahora, transcurridos 40 años desde su descubrimiento, se ha podido dar a la
imprenta gracias al apasionado trabajo de los escritores José María Paz Gago y
Alfredo Conde, y el del editor de Ézaro Ediciones, Alejandro Diéguez. La
publicación de esta obra convierte a Emilia Pardo Bazán en la primera mujer en
cultivar el género policíaco, anticipándose a Agatha Christie, quien publicaría
su primera novela en 1920, un año antes del fallecimiento de doña Emilia. No
obstante, la autora de Los pazos de Ulloa
ya había coqueteado con el género en su novela corta o relato largo La gota de sangre, publicada en vida de
la escritora en Los contemporáneos, en
el número 128 del 9 de junio de 1911 donde ya se perfila su protagonista
principal, el detective Ignacio Selva, un diletante, castizo, cosmopolita, algo
impertinente, misógino y con una natural propensión a convertirse en sospechoso
de los crímenes que justamente quiere resolver, y que ayuda a la policía en la
investigación de un asesinato. La gota de
sangre aparece también publicada en la actual edición de Paz Gago y su
inclusión no es baladí, pues en la novela inédita que le sigue –y que los
editores han titulado simplemente Selva–
hay multitud de referencias a la resolución del crimen de marras.
Desde luego, esta novela
inédita de Pardo Bazán no es, ni de lejos, lo mejor de la producción literaria
de la escritora. El propio Chema Paz Gago reconoce en el prólogo que quizás la
decisión de doña Emilia de no publicar el libro respondiera a las serias dudas
que la calidad de la novela suscitara en la propia autora. Paz Gago, le afea,
además, la inclusión de algunas digresiones intelectuales que, a su parecer,
restan dinamismo a la acción. En esta segunda aventura de Selva, el detective
se ve involucrado en la investigación de una serie de robos de obras de arte.
Pero, efectivamente, la estructura es algo deslavazada –ignoro si algo tendrá
que ver también la necesaria y complicada labor de ensamblaje y relleno de sus
editores– y la trama resulta previsible y algo tediosa. Descartado, pues, el
disfrute argumental (más sugestiva, por cierto, en La gota de sangre), interesan sobre todo los elementos
coyunturales: el contexto histórico de los robos de piezas artísticas (con el
robo de la Gioconda en el Louvre en
1911, aún reciente); el desprecio institucional por el patrimonio nacional; la
moda, las costumbres y la cotidianidad aristocrática del momento, pintadas con
sorprendente frescura; y sí, también las digresiones de la Pardo Bazán sobre la
naturaleza criminal humana y sobre la metaliteratura policiaca, de cuyas obras
critica justamente el inverosímil embrollo folletinesco llegando a la
conclusión de que las motivaciones humanas y psicológicas para el crimen suelen
ser siempre mucho más simples y prosaicas que lo que proponen las tramas
urdidas por la novela policiaca al uso.
En definitiva, una rareza
curiosa sin más que bien está conocer en este año conmemorativo de los cien años del deceso de doña Emilia.
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