De entre algunos de los
comentarios que ha suscitado el nuevo libro de Luis Landero, me llaman la
atención aquellos que ponderan la veta humorística de la novela. A mí, en
cambio, Una historia ridícula me ha
parecido la amarga crónica de un desahuciado, y su argumento, lejos de provocar
carcajada alguna, se me ha antojado un relato tremendamente serio. Enseguida se
me vino a las mientes aquella anécdota de Ionesco que, al estrenar el 11 de
mayo de 1950 La cantante calva en el
Théâtre des Noctambules de París, asistió perplejo a las risas del público
francés. Ionesco había escrito una tragedia y, paradójicamente, los
espectadores reían. Y aunque puedo comprender a aquellos que ven en la historia
de Marcial un material risible, será en todo caso aquel humor que defendía
Wenceslao Fernández Flórez: «El humor tiene la elegancia de no gritar nunca, y
también la de no prorrumpir en ayes. Pone siempre un velo ante su dolor. Miráis
sus ojos, y están húmedos, pero mientras, sonríen sus labios».
Es cierto que Marcial irrumpe
desde el principio de la novela con el perfil de eso que llamamos –desde
nuestra atalaya de condescendencia– un pobre hombre. Muy pagado de sí mismo, de
carácter atrabiliario y misántropo, rayano en la sociopatía, Marcial expresa,
siempre a la defensiva, una forma de ser y de estar en el mundo, con sus
particulares filosofías sobre la vida y sobre las relaciones humanas. Y en su
reflexiones, que casi parecen diatribas, interpela a veces al propio lector, a
quien presupone prejuicioso, y se adelanta a las posibles reticencias de orden
moral o cívico que este podría argüir contra sus ideas, muchas de las cuales encajarían
muy bien en el marbete de lo políticamente incorrecto. Claro que esta caracterización
del personaje puede provocar la risa, incluso cierta animadversión ante ese
prurito de superioridad y de autocomplacencia, pero detrás de aquella
vehemencia, casi agresiva y siempre alerta, con que Marcial se defiende, hay un
algo de desesperación por encajar y un resentimiento vivo ante un agravio que
va más allá de los pormenores argumentales, y que se relaciona con cierta
sensación de destierro. Salvando las distancias, Marcial es el Pijoaparte de
Marsé, el charnego que quiere medrar entre la burguesía catalana pero a quien
Teresa utiliza para jugar al marxismo, eso sí, desde su palacete de Sant
Gervasi. Marcial, matarife en una empresa de productos cárnicos, sin apenas
formación, también aspira, como el Pijoaparte, a redimirse a través de la cultura
y blande con orgullo su autodidactismo, que podrá ser más o menos sólido, pero
que es auténtico y apasionado y que, por lo menos, no usa como hacen las élites
supuestamente intelectuales para aparentar en el proscenio social. Y Pepita, de
la que está profundamente enamorado, es aquí la Teresa de Marsé. En las páginas
de Una historia ridícula, aunque el
título y el irónico pavo real que ilustra la cubierta, puedan llevarnos a
engaño, se dirime una cuestión social de primer orden, aquella que atañe a todos
aquellos que no tuvieron la oportunidad de granjearse una formación académica
firme y que sienten que hay una vocación ahogada por las circunstancias. Es
también un testimonio de cómo el amor puede hacer tambalear los cimientos de la
más alta coherencia personal. Y asimismo, la novela pone sobre el tablero y
visibiliza la vida gris de muchas personas anónimas, insignificantes en el
maremagno de la Historia, sus aspiraciones truncadas, que alguna vez acaban,
desgraciadamente, copando los telediarios. Es también una defensa de la
anécdota y del poder de las pequeñas cosas.
Por lo demás, no voy a
insistir de nuevo en los méritos de la prosa de Landero, que de sobras son ya
conocidos, pero sí en la maestría para construir un crescendo narrativo que augura, como un terrible redoble de
tambores, el final apoteósico de esta historia donde lo ridículo adquiere, por
una vez, y aunque no lo parezca, categoría trascendente.
Debo confesar que yo me encuentro entre los que nos hemos reído leyendo el libro. Cómo no hacerlo ante el que pide las actas de la comunidad desde su constitución. Pero entiendo tus reticencias. Por otro lado, me parece muy bien traída tu comparación con Pijoaparte.
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