Uno de los ejercicios que
tienen que desarrollar los estudiantes de Bachillerato en la prueba de
Selectividad de Lengua Castellana es la redacción de una opinión personal
acerca del texto propuesto «a partir de la cultura del alumno y de su
conocimiento del mundo». La idea es que los muchachos demuestren que son hijos
de su tiempo, que están informados del mundo en el que viven y que puedan
cimentar sus argumentos sobre ese bagaje académico y vital. Como la mayoría de
alumnos no ve el telediario ni lee los periódicos, yo les proponía una manera
directa y sintética de estar al pie de la calle de lo que ocurre más allá de
los Pokémon: echar un vistazo al
Teletexto. Y, claro, nadie en la clase sabía lo que era eso del Teletexto. Uno
de los indicios que demuestran que los profesores nos hacemos mayores es que ya
no nos sirven algunas de las estrategias o de los recursos nemotécnicos que hasta
no hace tanto ofrecíamos a nuestros estudiantes. Por ejemplo, cuando les
explicaba la filosofía de los estoicos, les proponía que se acordasen de Hristo
Stoichkov, el famoso jugador búlgaro del Barcelona. Pero ya nadie en el aula
sabe quién es Stoichkov. Otro tanto ocurre con las canciones de Sabina, de
Madonna o de Mecano que usaba para explicar la tradición oral de los cantares
de gesta, el hibridismo del mozárabe o el «Romance de la luna, luna» de García
Lorca. O cuando hablo de Rosalía o de Quevedo y surge, indefectiblemente, el
rumorcillo jocoso entre los pupitres.
Viene todo esto a que el
Teletexto de TVE cumple ahora 35 años, aunque fue la BBC quien lo introdujo
hace ya 5 décadas. A día de hoy, en Europa, solo permanece en España y en Alemania
y se estima que un 4% de los españoles aún lo utiliza. Así que resulta que no
estaba uno tan solo: el 4% equivale aproximadamente a unos 2 millones de
habitantes, que no es poca cosa. Esta lealtad viejuna por algo tan rancio como
el Teletexto, con esa interfaz casposa de pajillero de los 90 o de clandestino
delincuente cibernético, responde seguramente a una necesidad de conservar los
orígenes en un mundo que empezamos a no reconocer y que se nos escapa
vertiginosamente de las manos. Pero no se crean, tiene su utilidad. Uno busca
el número 102 para las noticias nacionales; el 120 para las internacionales; el
135 para los deportes; y el 185 para los titulares de la prensa escrita, y
tiene una panorámica del mundo en pocos minutos en su pantalla del televisor,
sin la dispersión de los periódicos digitales y su apremiante clic en los
inúmeros enlaces, que tientan como las sirenas a Ulises. Por cierto, que
durante un tiempo, el encargado de colocar los titulares de los periódicos en
la página 185 y siguientes olvidó lamentablemente sus obligaciones, reduciendo
la sección tan solo a los fines de semana, por lo que tuve que elevar,
indignadísimo, una queja al defensor del espectador para que se retomara su
regularidad semanal. Oye, pues me hicieron caso. De nada, aguerrido ejército
del 4% de nostálgicos.
Y así llevo, toda una vida,
cumpliendo con el ritual teletextario. Aunque es cierto que he reducido algo
las consultas a las otras secciones. Antes leía incluso el horóscopo y el ranking de los libros y discos más
vendidos cuando todavía era un ingenuo y creía en algo; y el mapa con el
recuento de pólenes; y la agrosfera; y el santoral; y los husos horarios del
mundo; y la predicción de la salida y la puesta del sol; y los ciclos de la
luna; y el zoco; y todas esas cosas que no sirven para nada a las que accedía
por el mero placer de trastear cuando internet todavía era una quimera y la
tecnología, aún en ciernes, nos fascinaba.
El viernes volví a
intentarlo. Podéis consultar el Teletexto, les he dicho a mis alumnos. Y al
sentir clavadas sobre mí sus miradas de extrañeza, me he sentido como un viejo
televisor de tubos catódicos.
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