Aunque de memoria,
parafraseo ahora una de las sentencias recurrentes del nuevo libro de Paco
Cerdà: la guerra no es el final. Para muchos, ese final es el principio de otra
guerra. Así que, recogiendo esa máxima, empiezo el libro de Paco por su coda.
Veintisiete páginas donde el escritor valenciano resume su impresionante
trabajo de documentación, algunas de cuyas fuentes, de gran extensión, quizás
se traduzcan luego en una pequeña frase de la que el lector apenas sospechará la
descomunal inversión de horas y esfuerzo que la ha propiciado. Y, sin embargo
(o por eso mismo) el libro nunca encalla en la profusión historicista y fluye
amparado por el magisterio estilístico de su autor, auténtica orfebrería
lingüística al servicio de la literatura.
Presentes (Alfaguara)
narra el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante
hasta El Escorial, en uno de los capítulos más sorprendentes de nuestra
historia reciente caracterizado por la espectacularidad de su despliegue,
verdadero ejercicio de barroquismo épico-litúrgico para mayor gloria del
fascismo español. Cerdà mimetiza su prosa con la solemnidad del traslado, lo
que otorga a las páginas una especial cadencia rítmica, elegíaca, fúnebre, tan
a propósito para el compás procesional de las escenas, y una vampirización de
toda la retórica franquista, con su vocabulario grandilocuente y pomposo que,
más que prestarse a la parodia, parece aspirar a recrear literariamente aquella
atmósfera ceremoniosa. La preocupación estilística es tal, que el propio autor
reconoció durante su presentación en Alicante que llegó a contar las sílabas de
cada palabra para ese encaje rítmico.
Asimismo, me ha
parecido inteligente la falta de ensañamiento fácil para con Primo de Rivera.
En su noble afán de evitar todo maniqueísmo, Cerdà retrata la figura de José
Antonio con las contradicciones que el personaje, como antes su padre, había
mostrado en vida: su voluntad regeneracionista; la sensación que siempre le
acompañó de que no se había entendido su programa; la instrumentalización
hipócrita de la que el franquismo sacó partido;
pero, a la vez, el incurrimiento en la defensa de las pistolas si estas
fueran necesarias. Hay un intento de entender al hombre y no tanto al político
fracasado, con sus claroscuros y matices, lo que no obsta para que, obviamente,
se infiera un posicionamiento claro respecto a su rechazo.
Junto a los
capítulos dedicados al luctuoso traslado, Cerdà intercala otros episodios que
recogen las vicisitudes tanto de personajes conocidos como de personas anónimas
que vivieron la contienda o la inmediata posguerra. Esta atención a los
invisibles de la Historia rescata del olvido a aquellos que forman parte de la
crónica pequeña, aquella «intrahistoria» con que Unamuno acuñó las vivencias de
la masa ignota más allá de los grandes nombres y que, en realidad, conforma la
verdadera esencia de los pueblos. Casos ominosos, tristes o paradójicos, como
aquel en el que se relata la devoción lectora de la hija de Franco por los
libros infantiles de Elena Fortún, mientras ésta vivía el trance del exilio.
Llama también la
atención el precioso ejercicio de intertextualidad del que hace gala Cerdà.
Imbricados en la lírica de la prosa, se oyen ecos de los versos de Lorca, de
Miguel Hernández, de Machado o de Estellés que parecen tocar a rebato frente a
las campanas lúgubres de los fastos franquistas y que parecen querer alertarnos
de nuestra actualidad.
Presentes
consolida a Paco Cerdà como el esteta comprometido, cuyo estilo exquisito embelesa
por su belleza pero que, a la vez, golpea con su aldabonazo poético a la puerta
del corazón herido de la memoria.
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