Hace unas semanas se dio a conocer el nombre de la ganadora del Premio Nadal 2011, la albaceteña Alicia Giménez Bartlett, con su novela Donde nadie te encuentre. Aún no he podido leer la obra, entre otras cosas porque se pone a la venta el próximo 8 de febrero y mi voracidad lectora no ha llegado todavía al extremo de valorar una obra que no conozco; ese prodigioso hábito queda reservado en exclusividad para los jueces de los premios literarios. Pero sí he leído el libro del penúltimo ganador, Lo que esconde tu nombre, de Clara Sánchez. Y, la verdad, los miembros del jurado debieran marcharse a donde nadie los encontrase y esconder bien sus nombres para evitar el sonrojo público que provoca su deformado criterio.
Porque Lo que esconde tu nombre esconde bien poco. Sandra, embarazada por un hombre a quien no ama, se retira a pasar unos días a un pueblo costero para reflexionar sobre su futuro. Al marearse en la playa, es socorrida por un matrimonio de ancianos con los que traba amistad y decide alojarse en casa de éstos. Por su parte, Julián, un superviviente de Mauthausen, empeñado en vengar su sufrimiento matando a sus impunes verdugos nazis, cruza su camino con Sandra a quien advierte de la verdadera identidad de sus anfitriones.
El tema de la novela alberga en sí una tensión narrativa que augura un gran interés. Pero Clara Sánchez es incapaz de sacarle partido al buen argumento (partido literario, quiero decir, que partido económico le sacó 18.000 € al Nadal). La autora tiene prisa por comenzar la acción y casi empieza por el nudo, como si temiera no atrapar al lector desde el inicio. El planteamiento es bueno pero descuida la transición de los acontecimientos. No es verosímil que la protagonista se aloje con tan pocas reservas y en tan poco tiempo en la casa de unos desconocidos y a los dos días ya se pasee por ella como si viviera desde siempre allí. Cuando Sandra descubre el origen nazi del matrimonio mediante pruebas irrefutables que el propio Julián le suministra, incomprensiblemente tiene momentos en los que duda de la cordura de Julián (no importa haber hallado en la casa un uniforme nazi o una cruz al mérito por los servicios a Hitler). Sandra se enamora, además, de uno de los secuaces del grupo nazi, que luego resultará ser de los buenos, un amor ñoño de primera menstruación que no convence a nadie y que entra en contradicción con la veta épica que se le presupone a la protagonista. La obra tiene pasajes totalmente maniqueos como aquel donde Julián reconoce su ateísmo tras su paso por un campo de concentración y dice que él era un ateo republicano, como si ambos conceptos tuvieran por fuerza que estar unidos. La descripción de la ceremonia en la que Julia es obligada a ingresar en la hermandad nazi es de aventura gráfica de videojuego, infantil donde las haya. Uno de los momentos más esperados es el encuentro entre Julián y el cabecilla del grupo nazi. El diálogo resulta insulso, desprovisto de la grandeza y gravedad que debiera. Hasta la autora parece reconocer este defecto y se justifica poniendo en boca de Julián su escasa capacidad para la dialéctica. El segundo diálogo no es mejor. No hay ni un solo momento feliz respecto al estilo literario, llano hasta la mediocridad, sin atisbo de elegancia, lirismo o carga emotiva en un libro que aspiraba “a la redención de la culpa”. Pero la autora sí se recrea en el vómito de Sandra, hasta la escatología. El libro entretiene, su componente lúdico es muy potente pero se espera algo más que un libro del montón para un premio como el Nadal, donde figuran Delibes, Laforet, Ferlosio o Umbral, entre otros. El Nadal no debería olvidar que el premio recae sobre un artefacto artístico y no sólo sobre un argumento atractivo que, además, está mal construido. Veremos si la “redención de la culpa” llega con Alicia Giménez o hay que constituir otro Nüremberg (literario) para el jurado del Nadal.
Parece que es una tendencia actual que los ganadores de los premios literarios carecen de calidad literaria. Un argumento atractivo es importantísimo, pero también lo es la forma de escribir, la técnica narrativa que se tiene y el no caer en incoherencias. Uno espera, tras leer una novela ganadora, tener la sensación de que ha leído algo especial, diferente, con ese no sé qué que diferencia a los grandes de las novelas a montón que inundan las librerías.
ResponderEliminarComo siempre, me ha gustado mucho tu reflexión.
Sí, Tisbe, la novela es del montón. Estoy por presentarme al Nadal, ya lo sabes.
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