Aunque siempre he sentido un gran respeto por Ian
Gibson, también es verdad que me causa cierta reserva ese extraordinario don
suyo de la oportunidad. No hay efemérides, recordatorio u homenaje en el que el
historiador irlandés no saque tajada mediante la publicación del algún trabajo
muy a propósito. Y no sólo eso, sino que, además, parece formar parte de esos
estudiosos omnímodos que pretenden arrogarse el monopolio de ciertos autores o
temas, como si, lejos de su escritorio, tales asuntos estuvieran condenados a
vagar por el yermo páramo intelectual de los usurpadores. Sin ir más lejos, aquí
en Tarragona, hay algún ejemplo de “holding” literario, a propósito de Federico
García Lorca.
Por otro lado, tampoco parece legítimo reprocharle a
Gibson que se gane la vida con su trabajo, sobre todo cuando nos regala
deliciosos divertimentos como La berlina de Prim (Planeta), Premio de
Novela Fernando Lara 2012, “casual” hallazgo que se publica justo en el año de
la exhumación en Reus del cadáver del general Prim para la determinación de las
causas de su muerte. El libro, ambientado en 1873, con la Primera República
agonizando, narra la investigación del periodista irlandés, Patrick Boyd, hijo
ficticio de aquel Robert Boyd que luchara al lado de Torrijos contra la tiranía
de Fernando VII y cuya tumba se halla en Málaga. Las pesquisas del joven
Patrick tratarán de dilucidar la autoría del asesinato de Prim, misterio
todavía hoy sin resolver.
La investigación es verdaderamente apasionante, llena
de medias verdades y de una maraña de intereses enfrentados que colocan en el
punto de mira a grandes personalidades de la política de aquel tiempo, cuya
ambición desmedida los convierten en serios sospechosos del magnicidio, léase
el duque de Montpensier o el general regente Serrano, a los que el nombramiento
de Amadeo de Saboya como rey propuesto por Prim, limitaba seriamente sus
aspiraciones de poder.
Hay que advertir al lector que este libro puede leerse
como una novela pero no lo es realmente. Gibson activa los resortes básicos del
género novelesco pero pronto se impone la figura del historiador hasta el punto
de abrumarnos con profusión de datos, algunos de ellos extraídos literalmente
de las hemerotecas. La novela, entendida como artefacto artístico y literario,
encalla entonces al someterse a la servidumbre de los datos. Pero ocurre lo que
acontece con muchos episodios de la Historia de España; que la realidad histórica es tan tremendamente atractiva, tan
trufada de capítulos que parecen ellos mismos pasajes novelescos, que Gibson sólo
debe tener la habilidad de saber ordenarlos con amenidad, algo que ocurre en la
mayor parte del libro, aunque no siempre. En esto era un maestro el gran Menéndez
Pidal; por eso, sus libros de Historia eran novelas sin serlo. En este sentido, el libro de Gibson es, muchas veces, un refrito de otras obras suyas, de las que se abastece cuando hace falta.
Para el amante de la Literatura, este libro será
también motivo de regocijo cuando vea desfilar por sus páginas a los abuelos y
padres de Antonio Machado; a Eugenio Hartzenbusch, el autor de Los amantes
de Teruel, que en la novela ejerce como director de la Biblioteca
Nacional; o a Benito Pérez Galdós, hablando de política en un café frente al
Teatro Real.
Quizás el libro adolece de cierto maniqueísmo aunque,
en descarga del escritor, hay que decir que ni Fernando VII ni Isabel II
hicieron muchos méritos para resultar con ellos muy condescendientes. Sí es más
discutible, desde ese punto de vista, el personaje de Patrick Boyd como
trasunto del propio Gibson, sobre todo en sus diatribas nacidas del
resentimiento irlandés hacia Inglaterra.
Por lo demás, La berlina de Prim es un
homenaje a los grandes hombres de nuestra Historia, sepultados sistemáticamente
por esa epidemia tan española llamada envidia y por la ambición sin escrúpulos.
El libro rezuma, además, un profundo y doloroso amor hacia España, algo que
siempre se ha percibido en los libros de Gibson y que hay que agradecerle. En
eso quizás merezca la pena, esta vez sí,
pecar de oportunista. Aunque a otros importune.
Opino igual, a veces los datos son tantos que llegan a abrumar al lector pero es imposible dejar de leer ante este apasionante trozo de la Historia de España.
ResponderEliminarSaludos
Ian Gibson me parece un buen historiador y creo que, más allá del oportunismo que pueda tener, siente un profundo respeto y amor por España y por algunos de nuestros escritores más importantes.
ResponderEliminarCelebro que, a pesar del exceso de datos, la novela te haya gustado.
Como siempre, tus reseñas trasuntan un sano espíritu crítico.
ResponderEliminarLU, efectivamente. La profusión de datos no merma el interés del relato. La Historia de España es verdaderamente una novela en sí misma. No entiendo cómo el cine no lo ha explotado más.
ResponderEliminarTISBE, a mí Gibson también me parece un buen historiador. Sus biografías sobre Machado y Lorca son impagables. Gibson se nacionalizó español hace algunos años, lo que da buena cuenta de su amor por nuestro país. Y sí, la novela es entretenidísima.
Gracias, amigo TELLO. Eso intentamos.
Muy bueno
ResponderEliminar