Una de las razones por las que no me había acercado
todavía a la literatura de Álvaro Pombo es que había oído hablar a Álvaro
Pombo. Cuando se escucha razonar al autor santanderino, uno siente la peligrosa
necesidad de cogerle por los hombros y cimbrear su cuerpo para que se arranque
de una vez por todas a decir alguna cosa. La elocuencia oral de Pombo sería hoy
un modelo clásico si Cicerón hubiera incluido en sus tratados de oratoria el
carraspeo perpetuo y la repetición desesperante de la primera palabra de una
frase. La última vez que lo escuché fue en Las noches blancas, el
programa que presenta Sánchez Dragó en Telemadrid. Pombo fue invitado para
hablar de su último libro, El temblor del héroe, y Dragó tuvo que
reconducir en varias ocasiones el diálogo con el escritor para darle a la
conversación un cauce razonable que se perdía ya por vericuetos de pensamientos
deslavazados, divagaciones etéreas y frases inconclusas. La decepción fue
notoria. Debía estar yo sugestionado por el apellido de don Álvaro y esperaba
quizás un remedo de la famosa y mítica tertulia de Ramón Gómez de la Serna en
el madrileño Café de Pombo.
En realidad, detrás de mi frustración al oír a Pombo
se halla todavía la ingenuidad del lector romántico que percibe al escritor
como a una especie de pequeño dios y que espera de sus palabras aquella frase
luminosa que cambie el mundo y mueva algo dentro del que las escucha, como si
de una revelación oracular se tratase. Pero hay que saber distinguir al autor
del narrador, lo dicen todos los manuales de Literatura. Hay quien no se siente cómodo en las
entrevistas o en las presentaciones de libros o en los actos institucionales y,
sin embargo, en la privacidad de su actividad creadora, las palabras fluyen
brillantes.
Prueba de ello es el ya mencionado último libro de
Pombo, El temblor del héroe (Destino), Premio Nadal 2012. Con una
prosa plástica y personalísima (detalle éste muy importante en un panorama
narrativo donde sobra el hacinamiento y faltan voces propias), Pombo nos
plantea una compleja trama de relaciones personales ancladas mediante vínculos
nada triviales. Aunque Pombo rechaza el marbete de novela filosófica, lo cierto
es que el lector sólo puede hacer el pacto de ficción con el narrador si acepta
primero el tono ensayístico del libro, aupado por los resortes literarios. De
hecho, el planteamiento se hace pensando en la complicidad del lector, a quien
se le pide que participe del experimento. Es una novela al modo naturalista,
donde el narrador coloca a sus personajes en determinadas situaciones para
observar sus comportamientos. La diferencia está en que Pombo no esconde su
propósito sino que, incluso, propone sus propias hipótesis sin ningún pudor. El
tono literario de muchos pasajes, con esa lírica urbana tan desazonadora que la
ciudad de Madrid ha inspirado a tantos escritores, atenúa el ensayo y matiza
las fronteras entre éste y la novela. Tras el experimento, de final demoledor,
hay una dolorosa crítica a la insolidaridad, a la vanidad del individuo, al
ascendiente perjudicial que algunas personas ejercen sobre otras que se
encuentran en relación de desigualdad y a la banalización del mal, resultado de
pasar por el mundo sin prestar atención al dolor ajeno, como la figura
despreciable de Bernardo, patinador consumado que resbala por las calles como
resbala por el mundo, sin compromiso ni ataduras morales y que tanto daño
produce en la novela. Al cerrar el libro, el lector, esta vez sí, encuentra la
elocuencia de Pombo. Y es ésta de una diafanidad radical e hiriente para desgracia
del mundo real en el que Pombo se inspira. A Pombo aquí no le tembló la voz. A
nosotros, en cambio, nos dejó dolorosamente mudos.
Buena reseña. En cuanto a mi opinión, coincido en la primera parte (falta de elocuencia de Pombo), no así en la valoración positiva de la obra (descompensación grave entre forma y contenido). Saludos.
ResponderEliminarMi caso es el contrario: es la única novela que aún no he leído de Pombo, quizá porque la deriva que tomó en las últimas me resultaba un tanto repetitiva. Pero léete 'El metro de platino iridiado', amigo, y te encontrarás una gozosa maravilla, una gran obra maestra.
ResponderEliminarConfieso que no he leído nada de Pombo. Ell comentario de El temblor del héroe y la sugerencia de Antonio Castellote, creo que me han despertado el gusanillo.
ResponderEliminarSaludos.
A mí la novela me decepcionó. Me parecieron inverosímiles algunas de sus situaciones; los diálogos, faltos de naturalidad; y el final, efectista (como si fuera una concesión a la editorial para hacerla más vendible). Tampoco entendí a qué venían pedanterías como ésta: "Román y Bernardo tenían el don predigital del uso transtextual de los textos".
ResponderEliminarLo que me sorprende es que Álvaro Pombo haya perdido el don de la conversación. ¡Pues es una lástima! Te lo digo porque recuerdo con admiración la tertulia que a finales de los 80 conducía Manuel Hidalgo en las sobremesas de TVE. En ella participaban Luis Antonio de Villena, Andrés Amorós y Álvaro Pombo. Era una tertulia culta, amena y tolerante; una tertulia impensable, por desgracia, en la televisión de nuestros días. En esto también cualquier tiempo pasado fue mejor.
ÁNGELUS Y JAVIER. Por eso mismo que apuntáis vosotros, que es totalmente cierto, digo yo en el artículo que o el lector hace el pacto de ficción con el autor, en cuanto a percibir el argumento como una especie de ensayo naturalista, o la novela como tal fracasa, puesto que sus situaciones son inverosímiles. Parece que a Pombo le importa poco el marco novelístico y sus leyes, y sacrifica la estructura y la verosimilitud en pos del "experimento" filosófico-antropológico. Respecto al tono pedantesco de algunos pasajes, estoy muy de acuerdo. A la frase que menciona Javier, habría que unirle todas las citas de lecturas filosóficas que Pombo introduce, que si bien demuestran su amor por la filosofía, quizás sean digresiones un tanto exhibicionistas. El final, sí, es efectista. Pero no lo he percibido del modo sensacionalista que lo ves tú. No se recrea en el morbo. Yo creo que es un trallazo final que pone fin al delicado equilibrio de fuerzas que transitaba por la novela y que, por fuerza, había de sucumbir a la tragedia. Finalmente, el don de la conversación de Pombo, sí, ha desmejorado mucho. Cuesta seguirle y, sobre todo, cuesta tener paciencia para escucharle.
ResponderEliminarANTONIO CASTELLOTE,si es la única novela de Pombo que no has leído, eres entonces todo un experto en el autor. Así que anoto tu recomendación. Muchas gracias.
ANTONIO DEL CAMINO, yo intuyo que Pombo tiene mejores novelas que ésta. Hazle caso a Antonio Castellote, cuyo criterio está fuera de duda. ¡Cuánto tiempo, Antonio! Celebro el reencuentro.
Bueno, pues está claro que habrá que leer "El metro de platino iridiado".
ResponderEliminarY ya puestos, dejadme que os haga dos recomendaciones de dos libros que he leído últimamente: "Ayer no más", de Andrés Trapiello (para los que estéis interesados en la Guerra Civil y en la llamada "memoria histórica"), y "Querido Labordeta", de Joaquín Carbonell (para todos los amantes del bueno de Labordeta).
nteresante reseña e interesante modo de traer a colación un punto conflictivo de la crítica, como es el del análisis de la obra como un ejercicio autónomo ¿realmente interesa conocer al autor? ¿interesa al lector saber qué piensa y qué quiso decir en su libro? ¿O sólo interesa saber qué le sugiere éste?
ResponderEliminarAnotadas quedan, JAVIER. ¡Gracias!
ResponderEliminarANTONIO TELLO (hoy estamos llenos de Antonios y hay que dirigirse a ellos añadiendo el apellido). Durante un tiempo la crítica literaria tuvo mucho en cuenta la biografía del escritor y trató de trazar paralelismos, muchas veces forzados, entre obra y vida. Aunque, esta manera de hacer tiene su razón de ser muchas veces, lo cierto es que el lector puede leer la obra literaria como un artefacto independiente de su autor, válido "per se" como obra artística y sacar sus propias conclusiones, independientemente de si coinciden con las verdaderas motivaciones o intenciones del autor. Y, por supuesto, hay que evitar la criba artística de los autores en función de sus ideas políticas o de su carácter.