“El
árbol desterrado es siempre exótico.
Sólo la mitad de sus raíces arraiga
en
la tierra extraña. En la casa nueva.
¿Será esta la raíz de su doble
sombra?”
Este
es uno de los poemas recogidos en el nuevo libro de Antonio Tello, O las
estaciones, publicado hace apenas un mes por la editorial in-Verso. Aunque
la interpretación del poema adquiere mayores matices leído en el contexto del
poemario, es inevitable tomarlo como trasunto biográfico del exilio del poeta. Amenazado
de muerte por la Alianza Anticomunista Argentina, Antonio Tello abandonó su
país en 1975. Recaló primero en París y después en Barcelona, ciudad en la que
reside actualmente y donde ha llevado a cabo la mayoría de sus obras.
Contra
ese desamparo del desterrado, Antonio Tello ha hallado en el territorio de la
poesía, la colonia inexpugnable donde plantar las raíces de un árbol siempre
autóctono, independiente y libre de acechanzas. Esto, que pudiera parecer
metáfora más o menos manida sobre la irreductible libertad de la patria de las
palabras, alcanza en este último libro de Antonio Tello un verdadero sentido
ontológico. A través del espacio mítico del bosque, auténtica cosmogonía
poética de reverberaciones pánicas, el poeta construye un refugio cuya
naturaleza cíclica, las estaciones, y su capacidad de retroalimentación,
permiten la pervivencia de un ámbito en constante cambio pero esencialmente el
mismo. A esta esencialidad del bosque (“traspasar la inicial de tu nombre y
entrar / así en el secreto de las estaciones”), contribuye un lenguaje
admirablemente depurado, limpio. El bosque es, además, el templo de los
amantes. Los paralelismos entre los elementos forestales y el imaginario
amoroso son constantes y tienen especial significación en la figura del árbol y
en su vulnerabilidad y finitud, desprovista de la anhelada trascendencia. Así,
“aunque crece hacia la luz, / el árbol sólo conoce el día /desde las lindes de
su sombra”; y “el destino del árbol / no se lee en las estrellas / sino en las
líneas de sus ramas”. Pero el amor redime esta finitud en la eternidad de los
instantes, propiciados por la amante; por eso no importa que ésta no pueda
“detener el paso de las estaciones”, porque ella es todas las estaciones.
He
aquí otro de los aspectos narcotizantes del libro de Tello: el estatismo de
muchas de sus imágenes, ese instante detenido que, reverentemente silencioso,
triunfa del tiempo. Así, el viento desgaja las hojas del árbol, “con arrebato
de fuego eleva / hasta las nubes sus vestiduras / de otoño. Y arriba las
abandona. / Flotan. Quedan flotando. Las hojas. Un instante en suspenso y caen.
/ Caen sin prisa oxidando la nieve”. A veces, el amor se tiñe de erotismo en la
figura del jaguar y en la turbadora del fauno, con la complicidad de los
elementos naturales que, en unicidad de ente orgánico, participan del “gozo de
la espesura”.
Este
espacio, que es una brillante reformulación del hortus conclusus
clásico y que deja de ser un mero marco para transformarse en una entidad
activa ("...el claro / ¿es suspiro de la fronda o impronta de una estrella?"), tiene su contrapunto en los confines del bosque, aquella inquietante
linde que el poeta llama enigmáticamente “más allá”, como si no quisiera
nominar esa realidad tabú. Cuando ésta ingresa en el territorio sagrado del
bosque, el equilibrio se deshace y triunfa el caos. Las últimas páginas del
libro son un excelente ejercicio de
deconstrucción lingüística, cuya puntuación acelera el ritmo apocalíptico del
desastre y en la que la expresión gráfica se suma a la imagen visual de la
desintegración del paraíso. Y el fauno, en su desesperación, cae y “sigue
cayendo, sigue cayendo / en el silencio / o las estaciones”.
Magnífica sugerencia, Píramo.
ResponderEliminarTus reseñas de poesía son siempre magníficas. Enhorabuena.
ResponderEliminarA tu lectura sólo cabe un enorme ¡gracias!
ResponderEliminarJavier, Tisbe: gracias por vuestras palabras.
ResponderEliminarAntonio, celebro que te haya gustado. No sé si he estado atinado del todo. Por otro lado, el espacio del periódico no me ha permitido extenderme más en otros aspectos de tu libro muy interesantes.
Estupenda reseña
ResponderEliminarLo que tienen las buenas reseñas, como ésta tuya, estimado Fernando es que no necesitan mucho espacio para decir lo esencial. Gracias.
ResponderEliminarVerónica, gracias. Es Antonio quien la inspira.
ResponderEliminarGracias a ti, Antonio.
No cabe duda por lo que sé del libro. Y lo que nos ha ofrecido por aquí, [Facebook] además del prólogo. Cuando lo lea estaré más de acuerdo, imagino.
ResponderEliminarCuando Antonio lee sus poemas adquieren magia, se convierten en melodía, embriagan , suscitan tantos matices que los hacen irresistibles, en su voz te cautivan ... Además tengo a mi lado su mejor y acertado crítico. ¿alguien lo duda? Yo no.
ResponderEliminarPíramo y yo coincidimos en los versos del claro: ¿es suspiro de la fronda / o impronta de una estrella? ¡¡Tan bellos!!
ResponderEliminarExcelente nota critica: una valoración profunda, por fundamentada- de la escritura de Antonio. Hacer hincapié en ese "árbol de doble sombra", gracias Píramo.
ResponderEliminarPepi, comulgo con las sensaciones que destacas. Yo, no obstante, sólo tuve como fuente la letra impresa. Pero sí, casi siempre es una experiencia bonita oír recitar al autor.
ResponderEliminarClaudia, ciertamente. Esos son 2 de los versos más bellos y plásticos del poemario.
Gracias, Silvia. Y sí, ése es un verso clave en el poemario de Antonio Tello y, según sus propias palabras, de toda su poesía.
Sí, Píramo, acuerdo con A., ya que se lo he escuchado decir en diferentes oportunidades- "soy un árbol de doble sombra", remitiéndose siempre al exilio, de su condición de transterrado. Me gusta tu nota porque hace hincapié en esto que es decisivo en su escritura, aparte de la calidad intrínseca del poemario.
ResponderEliminarTengo que decirte Píramo, que Silvia es autora de una tesis sobre mi obra a la que bellamente tituló "Estética del cuerpo ausente".
ResponderEliminarNo sabía, Silvia, que eras autora de esa tesis. Ahora siento hasta cierto rubor...
ResponderEliminarGracias Píramo, -me hace reír eso del " rubor-. Ya tenia una tesis sobre literatura de Exilio, en Letras, y luego hice una tesis en Arte Lat.,una maestria, y analice todo ese corpus de exilio de la obra de Antonio Tello, que tiene un registro muy particular, porque refleja esa " quebradura", esa marca que es el destierro, y en particular el argentino. Eso también me llevo al teatro, y al Teatro por la Identidad, que tuvo un sentido de muy fuerte compromiso. La tesis en Mendoza (Cuyo), fue una buena oportunidad para que se conociera y valorara el trabajo profesional de Antonio Tello.´La reflexión de tu nota enriquece la lectura de su libro, y me gustó mucho.
ResponderEliminarMe gusta el término "quebradura" que utiilzas para referirte al exilio. Tiene una intensidad casi lírica. Celebro tu entusiasmo en tu tarea investigadora. Y te animo a que continúes. Un saludo muy afectuoso con la sal de ultramar.
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