Si damos por bueno aquel criterio cervantino que
salvaba de la hoguera los libros donde los caballeros comen, duermen en sus
camas y hacen testamento antes de morir, entonces La marca del meridiano,
de Lorenzo Silva, superaría la criba del famoso escrutinio del cura y el
barbero. La cita quijotesca no es gratuita como ya habrán adivinado los atentos
y avezados lectores que hayan terminado el libro, en cuyo tramo final, el
brigada Bevilacqua siente su descalabro vital en la playa de Barcelona como
también lo hiciera Alonso Quijano.
Efectivamente, nada hay de ostentoso en las acciones
del protagonista principal. A Bevilacqua no le asiste ningún don especial más
allá de su experiencia, la constancia en el trabajo y un equipo bien
coordinado. No es un héroe de leyenda, porque bastante tiene con las
heroicidades que las vicisitudes cotidianas le exigen. Ni siquiera la
resolución del nuevo caso es del todo suya ni se adorna con la contemplación de
la última explosión, la cara sudorosa y rasguñada, el brazo sujetando el talle
de la chica, mientras la cámara se aleja lentamente para su épico plano general
entre el éxtasis musical de violines y percusiones. No. Nada de eso hallará el
lector en la novela. Podrá decirse que esto no supone ningún descubrimiento y
que otros insignes detectives novelescos ya antes que Bevilacqua habían
adoptado ese realismo desgarbado. Pero pienso que también ha habido cierto
exhibicionismo en la configuración del policía solitario, alcohólico y
existencialmente frustrado que no percibo en Bevilacqua. Lorenzo Silva crea así
un personaje en cuya radical normalidad se cifra precisamente su originalidad y
la huida del tópico, sin renunciar, eso sí, a un cierto quijotismo utópico en
el ideario de Bevilacqua, que la inquina de los años podría haber malogrado.
Desde ese punto de vista, la vocación idealista de Rubén sigue siendo la misma
que la que se destilaba en El alquimista impaciente
Bevilacqua, consumado lector y fan de Gino Paoli (lo
que debiera suponerle directamente el ascenso a teniente general) alterna la
narración de los avatares de su investigación, verosímiles hasta el necesario
prosaísmo, con las sabrosas digresiones con las que interrumpe brevemente la
trama argumental, procedimiento, por cierto, también muy cervantino. Estas digresiones
crean una complicidad con el lector que remansa la acción sin hacerse enojosas.
Al contrario, las reflexiones de Bevilacqua son tan importantes como la acción
misma. Gracias a ellas, se abordan temas transversales como la crítica política
y social, no sin cierto ácido humorismo, o inquietudes que atañen a los
recovecos del alma. Entre los primeros, sorprende gratamente la autenticidad
sin ambages ni medias tintas con la que se trata el problema entre Cataluña y
el resto de España, ya que la investigación del guardia civil se lleva a cabo,
sobre todo, en la provincia de Barcelona.
El estilo de Lorenzo Silva es ágil, sin abusos
líricos, y sabe medir los tempos para evitar la precipitación en las que suelen
incurrir últimamente la novela y el cine. Quizás puedan mejorarse los diálogos,
algo impostados en alguna ocasión. Y a mí también me chirría la inclusión del
vocabulario tecnológico. Palabras como “facebook”, “e-book”, “i-pod” y otros
siguen resultándome desagradables polizones que, con su insolente descaro de
advenedizas, incomodan, profanan y afean el lenguaje literario. Pero esto,
claro está, es un juicio que responde a un gusto personal, seguramente algo
purista, y no es demérito del autor, que debe acudir a estos términos para
cincelar con verosimilitud el friso realista que se propone.
La marca del meridiano, en fin, tendrá buen cobijo en las bibliotecas de
los modernos donquijotes. Y, volviendo a la cita cervantina del inicio, intuyo
que a Vila aún le falta algún caso más para firmar su testamento. Para bien de curas
y barberos. O para bien de Chamorro…
Me pareció más acertada la entrega anterior, "La estrategia del agua": el peso de lo tecnológico -como bien afirmas-, el buenismo pacificador catalano/madrileño y un juego de réplicas y contrarréplicas excesivamente brillantes y retóricas en los diálogos lastran la obra. Aun así, estupenda y casi sin parangón saga negra la de Lorenzo Silva, y buena y argumentada reseña. Saludos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu reseña, Píramo. Te comparto mi reseña de la misma novela. Es curioso leer una tras la otra...
ResponderEliminarhttp://danielheredia.com/un-premio-planeta-para-siete-libros-de-lorenzo-silva/
No he leído la novela, pero espero hacerlo pronto. Por lo que dices, merece la pena. Buena reseña.
ResponderEliminar¿Otra novela con ambientación en Barcelona? Qué pesadez.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando, una excelente reseña, cervantina, como el personaje pide y su autor agradece. Abrazos.
ResponderEliminarAngelus, gracias por el comentario. Es cierto que hay un tono conciliador respecto al problema catalano-español. Pero no me resulta maniqueo.
ResponderEliminarGracias, Daniel. Ya había leído antes tu reseña, aunque la acabo de releer de nuevo. Comulgo con todo lo que dices. Un placer conocerte y compartir experiencias lectoras. Un abrazo.
Mari, en realidad la novela se desarrolla a medio camino entre Madrid, Santander, Barcelona y Gerona. Y creo que se me olvida alguna ciudad más. Tampoco es Barcelona ciudad, sino Castelldefels, Sitges... De todos modos, aunque sé que te quejas de lo de Barcelona por la excesiva profusión de la ciudad condal en la narrativa actual, lo cierto es que el marco narrativo por sí sólo no debiera ser determinante a la hora de enjuiciar la calidad de ninguna novela.
Tisbe, sí que es recomendable. Cuando quieras te la dejo.
Celebro que te haya gustado, Lorenzo. Obviamente, se podían haber dicho más cosas. Pero la tiranía de los 3500 caracteres manda. Felicidades por el libro.