Vale que escribamos más rápido si utilizamos un boli
que si utilizamos un bolígrafo. Concedamos que cuesta menos ir al cine que ir
al cinematógrafo. Aceptemos que llegamos antes si montamos en moto o en bici
que si lo hacemos en bicicleta o motocicleta. Que se hace antes una foto que
una fotografía. Que se oye antes una radio que un radiorreceptor. No lo digo
yo. Lo dicen los gramáticos de la RAE. Le llaman apócope o acortamiento y ahora
se puede decir sin temor a errar que lo enseñan (o lo enseñaban) en el cole,
vocablo recogido ya en el próximo diccionario. A esto se le llamaba antes “ley
del mínimo esfuerzo” y luego el lingüista André Martinet difundió la más
eufemística acuñación de “principio de economía lingüística”, que es una manera
fina de legitimar la holgazanería verbal.
La cosa tiene su miga, no se crean. El experto
fonetista Philip Lieberman concluyó que un hablante inglés que pronuncia la [u]
de la palabra two, abocina los labios 100 milisegundos antes de
empezar a pronunciar la vocal. Según Belinchón, Rivière e Igoa, se sabe que la
articulación del habla oral implica la movilización y coordinación de cerca de
100 músculos distintos. Como consecuencia de tamaño esfuerzo, el hablante
tiende a una indolencia instintiva basada en la mayor productividad con el
menor coste posible, algo así como la reforma laboral de Rajoy pero aplicada a
la lengua.
Pues eso, que no es pereza, que es economía verbal y
energética, no vaya ser que nos herniemos. Ahora bien, tampoco nos pasemos.
Porque hoy día vamos al cole a aprender con los profes las Mates, las Socis,
las Natus y el Caste y luego vamos al insti donde nos las enseñan de verdad, y
después quizás vayamos a la uni pero allí nos hacemos rastas y en lugar de
estudiar nos vamos a la mani para protestar ¡contra los recortes!, muy progres,
excepto las niñas bien que se emperifollan (y otras cosas con aféresis) y van a
la pelu con sus amigas la Mari, la Tere, la Trini y la Fulgen y se ponen minis para
echarse un cari que la suba en su moto y así poder presumir delante de las
compis. Y alguna sueña con ser actriz y salir en la tele pero la engañan porque
el casting era para una peli porno y entonces se frustra y le entra la
depre y toma pastis que la dejan grogui. Las amigas la animan y se la llevan de
vacas a Barna (esto sería una síncopa) y bailan en las discos de moda y del
calor le da un yuyu, se la llevan al hospi, le hacen un electro, todo perfect,
y cuando abre los ojos, ahí está la ilu de su vida, con su bata blanca. Amor a
primera vista. Se casan, tienen hijos, éstos crecen y primero van a la guarde y
luego al cole y después al insti donde el profe de Caste enseña tonterías como
las apócopes.
No se trata de fomentar el apocalíptico panorama que
algunos vaticinan para la lengua, debido a su evidente empobrecimiento. Las
lenguas siempre han resistido los usos incorrectos de los hablantes y el
apócope, como otros mecanismos morfológicos que van contra la norma, no va a
afectar a la estructura esencial del idioma. Entre otras cosas, porque el hablante
es consciente de que el mecanismo del que se vale no es normativo y sabe
corregirlo cuando el contexto se lo exige. Pero sí resulta sintomático
comprobar cómo las tendencias lingüísticas de los hablantes, descuidadas y
perezosas, son un reflejo de la cada vez más acuciante desidia por todo aquello
que suponga un esfuerzo añadido. El otro día, en el tren, un viajero hablaba
por teléfono a voces y repetía continuamente: “¡Qué malro!” Cuando descubrí que
quería decir “qué mal rollo”, tuve que girarme para observarle la cara, como
intentando escrutar, al modo de aquellos frenólogos del siglo XIX, la tara
fisonómica causante de tal desafuero lingüístico. Aproveché para reprocharle el
volumen de la voz. Seguidamente, bajó el tono y escuché que le decía a su
interlocutor telefónico: “Nada, que me ha mandado callar un carca”.
De carca, nada. Eso que vaya por delante.
ResponderEliminarMe ha encantado tu artículo: ameno e interesante a la vez.
Tu artículo es divertidísimo. Los hablantes debemos escapar de las garras de la economía del lenguaje que nos llevan a situaciones tan ridículas como la del "malro". Gracias por hacernos esbozar una sonrisa.
ResponderEliminarSoy un apócope y me encanta. Fdo: Inma
ResponderEliminarJajaja, qué díver...
ResponderEliminarMuy bueno, Píramo.
ResponderEliminarVoy a compartirlo en "las lecturas..."
ResponderEliminar“¡Qué buenro!” jajaj. Me encanto, es increíble cómo se ha degradado un lenguaje tan hermoso. Gracias.
ResponderEliminarJavier, Tisbe, muchas gracias.
ResponderEliminarInma, lo malo sería que fueras aféresis. Es broma.
Mari, Francisco, Dolores gracias.
Sandy, gracias a ti. La esperanza es que podemos evitar esa degradación si ponemos un poco de nuestra parte.