Siempre me ha llamado la atención la portentosa
inventiva que atesoran algunos escritores para el arte de la dedicatoria. Me
refiero a esos escritores que, parapetados tras una mesa después de haber
presentado su obra en algún recinto cultural o en un centro comercial o en
alguna feria del libro, se disponen a recibir con estoica paciencia (o
inconfesable vanidad e interés) el interminable goteo de lectores que aguardan
disciplinadamente su turno en la cola para que el autor a quien admiran estampe
su autógrafo en las páginas iniciales del libro (que en su inmaculada blancura
parecen estar diseñadas para tal efecto) y, si es posible, para que, además,
añada alguna frase ingeniosa, personal y emotiva que satisfaga la antojadiza
pretensión de sentir el guiño del
escritor en una dedicatoria pensada, por supuesto, para él, intransferible y
portadora de secretas y sugestivas complicidades.
No me gustaría estar en el pellejo de esos escritores
en situaciones como la descrita. Menuda responsabilidad. En estos casos se
espera del escritor (porque se le presupone) una habilidad que no siempre está
a su alcance. Hay que improvisar una dedicatoria tras otra, con el tiempo justo
para que una musa sustituya a la siguiente. No se puede caer en el ripio, en el
tópico, en la frase protocolaria de siempre porque uno es un poeta o un
novelista de gran imaginación; no se puede repetir la misma dedicatoria para
varios lectores porque defraudaría sus expectativas y heriría su amor propio al
sentirse el lector compartido con otros, él que no es como los otros ni le lee
como los otros. Es la misma expectación que se siente cuando un escritor es
invitado a un coloquio o a una charla informal. Se espera que cada vez que abra
la boca aparezca allí una frase oracular. Se nos olvida muchas veces que hay
escritores que son canteros pacientes, callados, cuyos hermosos párrafos
literarios pueden ser el resultado de varias horas de trabajo y que no se
gestan al dictado imperioso de una inspiración romántica y mística. Hay escritores
que son inmensos en sus libros y muy pobres en sus apariciones públicas; y escritores con gran verborrea que naufragan
ante la exigencia del arduo trabajo literario.
De todos modos, hay veces que hubiera sido mejor no
esforzarse demasiado con las dedicatorias, habida cuenta del poco aprecio que
algunos lectores manifiestan hacia ellas. Uno de los mayores encantos que
tienen las ferias de libros viejos y usados es que permiten adentrarnos en la intrahistoria que
se esconde tras las cubiertas. El hallazgo de dedicatorias en el interior de
los libros apilados en los puestos de estos mercadillos es muy frecuente. ¿Cómo
ha llegado a esa fosa común bibliográfica aquel libro en cuya dedicatoria se
infiere que dos personas llegaron a conocerse, a respetarse, quizás a quererse,
que tal vez estrecharon sus manos ante el mudo testigo de este libro, hoy
abandonado a su suerte? ¿Qué se rompió entre ellos, qué traición se pertrechó
para que el destinatario de la dedicatoria se deshiciera del libro? ¿Qué debe de
sentir un escritor que, revolviendo entre los volúmenes de ese puesto, se
encuentra aquel libro suyo que una vez dedicó a alguien a quien quizá apreció?
Estas dedicatorias misteriosas alimentan la
imaginación y acaban siendo ficciones ellas mismas que complementan la ficción
literaria del propio libro. ¿Acaso no están escritas también en él? Pero, sobre
todo, estas dedicatorias me producen una inexplicable tristeza, al verlas allí,
desahuciadas, meros borrones del tiempo sin solución de continuidad.
Pues es verdad... nunca había pensado en esos libros abandonados. Las cosas de segunda mano me dan mucha grima y no por ningún prejuicio. Siempre pienso que la otra vida se ha quedado prendida en alguna esquina y que no te pretenece aunque hayas pagado por el objeto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Precioso artículo. Y respecto a la dicotomía que estableces al final del segundo párrafo, yo te propongo un ejemplo de cada tipo de escritor: Azorín entre los primeros, y Sánchez Dragó entre los segundos.
ResponderEliminarSi es que existe toda una ciencia no escrita tras las dedicatorias. Muchas de ellas están vacías de sentimiento y dan al lector lo que quieren leer. También sería interesante indagar sobre las dedicatorias que los escritores hacen a otros escritores en las primeras páginas del libros. A veces se dedica a tu enemigo literario para que no te ponga a caldo en su crítica... ¡En cualquier caso, la dedicatoria es todo un mundo!
ResponderEliminarUn saludo :)
María B.
Las dedicatorias que encontramos en las ferias de libros antiguos son todo un misterio y nos invitan a dejar volar nuestra imaginación intentando descubrir la historia de esos libros. ¿Qué circunstancia habrá motivado que ese volumen se haya desligado de su dueño?
ResponderEliminarEnhorabuena por tu artículo.
LULA, te entiendo. Es como si se apropiase uno de una vida que no le corresponde. Pero también es esa la grandeza del libro: la multiplicación de sus vidas.
ResponderEliminarJAVIER, gracias. Y no puedo estar más de acuerdo con los dos escritores que mencionas. A mí me encantaría que Sánchez Dragó me gustara literariamente porque comulgo con él en muchos aspectos y me gusta oírle hablar. Pero no he podido acabar ninguno de sus libros...
MARÍA, lo último que apuntas es una buena idea. Da para otro artículo.
TISBE, pues inventemos juntos las historias de los libros en nuestros gratos paseos por las ferias.