Ramón Bascuñana ha ganado el XXIX Premio Juan Bernier
de Poesía, concedido por el Ateneo de Córdoba, por su libro El centro de la
sombra. El eje vertebrador de su poemario es, eminentemente metapoético.
El poema aparece como el artefacto redentor que alivia el sufrimiento de la
existencia y a cuyo amparo, se halla un atisbo de eternidad. En el espejo de
sus versos, el poeta halla su identidad, aunque sólo vislumbrada por la “frágil
pureza del lenguaje”. El poeta se erige como intérprete del mundo y de sus
arcanos, capaz de descifrar “el alfabeto secreto que yace detrás de todos los
cuerpos”. En esta empresa está siempre asistido por la herencia de los poetas
antiguos, “el eco de los que me precedieron”, cuyas resonancias aparecen transparentes
en muchas partes del libro. Pero la palabra poética no sólo retira el velo de
lo inaccesible sino que también ejerce una labor demiúrgica de construcción del
mundo, “porque las cosas son únicamente / cuando puedes nombrarlas”, fórmula que
ya habían ejecutado con más acierto Jose María Valverde o Blas de Otero, entre
otros. La visión del poeta es siempre hacia dentro, como un parapeto contra el
mundo: fuera quedan sólo los “bárbaros” y la imagen pública del escritor,
cargada de convencionalismos de oficio que nada dicen de su verdadera esencia.
Bascuñana censura también la labor quirúrgica del academicismo crítico, otra
manifestación del bárbaro de ahí fuera, que disecciona el poema hasta
desvirtuar su sustancia (pedimos perdón aquí por aplicar el bisturí).
Otros temas del libro son el amor, repartido entre la
nostalgia y la frustración; la evocación de la infancia, con ecos machadianos
en el poema “Canción”; el paso del tiempo y la decrepitud a él asociado; y
varios poemas metafísicos con tendencia al nihilismo.
En el debe del autor, cabe señalar cierta jactancia y
autocomplacencia en la figura del poeta sufriente, que se antoja algo
exhibicionista e impostada. En ocasiones los versos caen en el puro ripio sin
la necesaria reformulación: valles de lágrimas, castillos en el aire o de
arena, torres de marfil, mares embravecidos, naufragios vitales, levedades del
tiempo, el amor como enfermedad... El catálogo de versos ajenos que le sirven
para la glosa es sobreabundante; he localizado incluso una canción de
Mocedades, que luego escuché en la voz de Cecilia y Julio Iglesias. No todo
vale en virtud de una supuesta intertextualidad. Existen también algunas
contradicciones conceptuales; rimas forzadas, próximas a la métrica urbana del
rap; y un lenguaje que el jurado del premio ha catalogado de “cercano y
directo” y que yo dejaría en “prosaico”. Para terminar, los ejes temáticos que
debieran hilvanar las tres secciones del libro resultan confusos y faltos de
unidad. En definitiva, El centro de la sombra es una obra meritoria,
cuyos defectos sólo encierran la virtud de dejarnos a la espera de un próximo
libro, capaz de reconfortar la tibieza que nos ha dejado éste y de confirmarnos
al buen poeta que sabemos que es Ramón Bascuñana.
Gracias por darnos a conocer a tantos poetas. Estoy aprendiendo mucho. Sigue con esta labor tan bonita y sé fiel a tus principios, diciendo lo bueno y lo malo de un escritor pero sin regodearte en los aspectos negativos.
ResponderEliminarGracias, Tisbe.
ResponderEliminarLa crítica literaria debe ser siempre un acto de amor.