En el fotograma aparece el actor Haley Joel Osment,
que se hizo famoso por interpretar al niño Cole Sear en la película dirigida
por Night Shyamalan, El sexto sentido. En esta escena, Cole le está
confesando al doctor Malcolm Crowe (Bruce Willis) su gran secreto: “En
ocasiones veo muertos”, le dice con esa carita desamparada que dan ganas de
achuchar. Pero resultaba … ¡Que el muerto era Bruce Willis! ¡Ups!
Si hace 15 años, cuando se estrenó la película,
alguien hubiera osado desvelar en mitad de la proyección tamaño enigma,
probablemente habría sufrido el linchamiento del resto de espectadores de la
sala. Yo no creo haberme expuesto a tal castigo porque, como digo, la película
tiene ya 15 años y, aunque alguien no la haya visto todavía, creo que le habrá
resultado imposible sustraerse de una de las secuencias más icónicas de la
historia del cine, llevada y traída hasta la saciedad y objeto de parodia, que
es, probablemente, el indicio más palpable de su popularidad.
Sin embargo, algún lector sí me ha reprochado mi
“manía” de desvelar algunos de los finales de las obras que reseño en este
espacio. En concreto, la reprimenda ha llegado tras mis últimas tres críticas
teatrales: El baile, de Édgar Neville; El malentendido, de
Albert Camus; y Julio César, de William Shakespeare. Efectivamente, en
las tres he revelado el desenlace. Puedo comprender que alguien no conozca la
obra de Neville, autor, por otro lado, injustamente olvidado; y hasta puedo
entender que nadie esté obligado a leer a Camus. Pero oiga, la cosa ya va
siendo algo más grave si se ofende usted por haberle descubierto que al final
de la obra de Shakespeare, Julio César es asesinado ¡Y a manos de Bruto! A este
paso, cuando hable del Quijote tendré que evitar decir que Alonso
Quijano muere. ¡Y que muere cuerdo! Sí, sí, cuerdo, como lo oye. O que Romeo se
suicida tras creer que Julieta había muerto. ¡Pero ella no estaba muerta, que
estaba dormida! Hay que ver qué cosas se inventaba el Güiliam Sequésperi, ese. O
que Jesucristo resucitó. Pues sí: abrieron el sepulcro y allí no había ni Dios.
Vaya, lo he vuelto a hacer. Es que no lo puedo controlar, tengo una manía de
chafar los finales al personal…
La anécdota ilustra dos problemas graves de nuestra sociedad.
Primero, su alarmante nivel cultural, lo que no es óbice para que este lector
molesto utilizase para reprenderme el término spoiler, que de
estúpidos modismos sí estamos bien servidos. Este es de los que se van de shopping pero nunca a las librerías. El segundo problema es el ya insoportable
pragmatismo que, en literatura, va unido a esa necesidad de consumir libros con
el único fin de deglutir historias. Como si un producto artístico no valiera
por sí mismo, independientemente de conocer o no el final de su argumento. Bajo
ese punto de vista, las relecturas, por ejemplo, no tendrían ningún sentido
porque el final ya se conocería de antemano; o el género del romance no se
entendería, porque, por no tener, no tiene ni final. Cuando voy al teatro,
suelo leer la obra previamente, aunque me anticipe el desenlace. Ello no resta
un ápice del placer que experimento una vez sentado en el patio de butacas. Porque en literatura no interesa tanto el
“para qué” sino el “cómo”. Nuestro spoiler más trágico e infalible es
aquel que nos asegura que la muerte a todos nos aguarda. Sí, lo siento: una vez
más le he chafado el final. Pero acabará disculpándome si se olvida de ello y
atiende a lo que realmente importa: cómo escribe uno las páginas de su vida
antes de cerrar el libro. Así en la vida como en la literatura.
Tu artículo es muy divertido, no he podido evitar sonreír al leerlo. La reflexión final es muy acertada.
ResponderEliminarVaya, había empezado mal la semana porque se me ha escacharrado el ordenador "titular", pero leyendo tu reseña se me ha pasado algo el mal humor.
ResponderEliminarLo de las relecturas, en particular, es algo que, por ejemplo, los alumnos no entienden. Pero yo siempre les digo lo mismo: ¿Acaso vosotros no volvéis a escuchar una canción cuya letra ya conocéis...?
A mí me surge esa duda si tengo que reseñar un libro que acaba de salir, pero aún así, me cuesta no ser una aguafiestas. Ahora bien, si tenemos que reseñar un clásico y no podemos hablar del final... Bueno, será que eso "motivará" (palabra clave para sobrevivir en el siglo XXI) a los posibles lectores. Quedémonos con esa ilusión. Y ya sabes, si eres capaz de hacer spoilers es que tienes un genial background
ResponderEliminarTisbe, gracias.
ResponderEliminarJavier, los alumnos son hijos de este mundo práctico en que vivimos.
Inma, si evitar desvelar el final de los clásicos contribuye a ganar un lector, haremos el esfuerzo. Lo de la motivación y el aprendizaje significativo se lo debemos a las LOGSES, el constructivismo educativo y demás desatinos.