Con la llegada del verano, se pone punto final a la
temporada de teatro, con permiso, claro está, de los festivales de Almagro o
Mérida, entre otros. Este año hemos tenido la suerte de disfrutar de una
brillante puesta en escena que, cual broche de oro, nos deja ansiosos de más
teatro del bueno. Nos referimos a Maribel y la extraña familia, obra
archiconocida de Miguel Mihura que Gerardo Vera ha renovado con la maestría que
le caracteriza y con la ayuda de un elenco de actores espléndidos.
El
germen del argumento radica en una experiencia autobiográfica del propio Mihura
que le valió para crear una obra que se ha convertido en un clásico. Marcelino,
un chico provinciano que es dueño de una próspera fábrica de chocolatinas, llega
a Madrid en busca de una esposa para olvidar un trágico suceso que le ocurrió a
su anterior mujer. Allí se instala junto a su madre, doña Matilde, en casa de
su tía doña Paula. El joven acude al salón Oasis, donde conoce a una simpática
señorita llamada Maribel que encaja perfectamente con el prototipo de chica que
busca: simpática, alegre y, sobre todo, moderna. La joven acepta visitar su
casa, pues piensa que el cliente quiere intimar con ella, pero cuál será su
sorpresa cuando descubra que Marcelino la presentará como a su novia a dos
simpáticas ancianitas que alabarán la frescura, la amabilidad y el “modernismo”
de Maribel. A partir de este momento, se desencadenan divertidas situaciones en
las que la prostituta va cogiendo cariño a esta extraña familia que parece no
darse cuenta de cuál es su verdadera profesión. Paulatinamente, la protagonista
empieza a conocer el verdadero amor y siente la necesidad de cambiar para
encajar en la familia de Marcelino. Así, la joven experimenta una
transformación que se evidencia en su forma de expresarse, de comportarse y de
vestirse. No obstante, no desea casarse con Marcelino sin que éste conozca
verdaderamente cuál ha sido su pasado mas el empresario se niega a hablar de
este tema. Para él, Maribel es una joven maravillosa. Eso es lo importante y
así se lo hace saber a su prometida: “uno no es como piensa que es, sino como
lo ven los demás”.
El
tema de la bondad de la familia de Marcelino resulta especialmente interesante.
Tanto él como sus tías son personajes blancos, buenos en sí mismos, que escapan
a los prejuicios morales de una sociedad rancia y dominada por la obsesión por
guardar las apariencias. La negación de la verdadera profesión de Maribel no ha
de interpretarse como un acto de hipocresía sino como una superación de los
prejuicios morales, pues lo importante es la persona y Maribel rezuma bondad y
demuestra que puede ser una buena esposa para Marcelino. Precisamente la
sinceridad, la honestidad y la bondad de los personajes desencadenarán
situaciones cómicas y equívocos que harán las delicias de los espectadores.
Los
actores que Gerardo Vera ha elegido para esta nueva aventura encajan
perfectamente en su papel. Las protagonistas femeninas nos regalan una
interpretación deslumbrante: Lucía Quintana sí es Maribel, la actriz demuestra
una valía enorme y una gran variedad de registros interpretativos; Ana María
Vidal y Sonsoles Benedicto –tía y madre de Marcelino- están radiantes en sus respectivos papeles. Por otra
parte, Markos Marín encarna a un
Marcelino apocado y tímido a la perfección, que queda eclipsado por la
arrolladora personalidad de Maribel y de las dos ancianas.
La
puesta en escena también es un acierto. A la decoración tradicional que
representa la casa de doña Paula se le suman algunas situaciones con
videoescenas. Los entreactos sumergen al espectador en el interior de una sala
de fiestas de los años 50, con canciones y coreografías que amenizan la
representación y que nos hacen partícipes de ese local en el que trabajan
Maribel y sus alocadas amigas.
En
definitiva, esta nueva versión de Maribel y la extraña familia nos
ofrece la posibilidad de disfrutar del teatro con mayúsculas, de ese teatro que
respeta el espíritu original de la obra pero sabiendo hacer uso de una libertad
creadora con la que el director es capaz de conectar con el público actual. Se
demuestra así que Miguel Mihura no es un dramaturgo pasado de moda, arraigado a
una veta teatral rancia sino que sigue cosechando éxitos como ya hiciera en
1959 cuando se estrenó por primera vez esta comedia. Quedémonos con el mensaje
de bondad que nos transmite la obra: “Ahora
a las personas inocentes y buenas se las llama locas y maniáticas porque
la verdadera bondad, por ser poco corriente, no la comprende nadie”. La obra hace malo, pues, aquel refrán del
“piensa mal y acertarás”. Busquemos, pues, a ese Marcelino, a esa Paula o a esa
Matilde que todos llevamos dentro y no tengamos miedo de ser tachados de locos
por hacer de la bondad nuestra bandera.
Tuve la suerte de asistir a la representación en el Teatro Principal de Zaragoza. Así que la recomiendo, desde luego.
ResponderEliminarLa vi el año pasado. Magnífica representación
ResponderEliminarEstupenda reseña, Tisbe. Ciertamente, Lucía Quintana es una Maribel perfecta. Las escenas de los primeros equívocos en casa de Marcelino entre Maribel, las tías y el propio Marcelino son para enmarcar. Lo mejor de la obra.
ResponderEliminarSylvia y Jesús, coincido con vosotros en la recomendación. Merece la pena ver este nuevo montaje.
ResponderEliminarPíramo, las escenas que mencionas son muy divertidas. ¡Qué importante es saber hacer reír al público!
Gracias a todos por vuestros comentarios.