A Eugène Sue nadie le va a dedicar una efeméride
aunque se cumplan los 210 años de su nacimiento. Y ello a pesar de haber sido
uno de los escritores más famosos de la literatura decimonónica en Francia,
padre de las novelas de folletín propiamente dichas, y de haber cosechado
probablemente el mayor éxito que una novela por entregas haya tenido nunca. Nos
referimos a Los misterios de París, publicada entre 1842 y 1843 en Le
Journal des Débats .
La vida de Sue daría también para otra novela:
aprendiz de cirujano en España como auxiliar en las tropas de los Cien Mil
Hijos de San Luis, presente en la Batalla naval de Navarino durante la Guerra
de la Independencia griega, exiliado político tras el golpe de Estado de
Napoleón III y mujeriego y gastador contumaz, capaz de dilapidar en 7 años toda
la herencia de su padre. El paso del tiempo no ha sido, sin embargo, bondadoso
con él y hoy es un escritor quizá demasiado olvidado. Tal vez su coincidencia
en el tiempo con Alejandro Dumas, con quien compartió los años de mayor
popularidad, le haya perjudicado.
Si se dispone de tiempo, Los misterios de París es una de esas lecturas propicias para el largo asueto estival. La edición que
yo he manejado consta de 894 páginas y letra menuda. Corresponde a la colección
“Libro Amigo” de la extinta editorial Bruguera y me costó 1 euro en un
mercadillo de libro usado. Nunca 1 euro había sido amortizado con tanto rédito
lúdico. El libro es fácil de encontrar. Su protagonista es Rodolfo, príncipe de
Gerolstein, quien para expiar una antigua culpa, se mezcla de incógnito, junto
a su inseparable Murf, entre los bajos fondos del París del siglo XIX para
ayudar a los menesterosos y luchar contra las injusticias que éstos sufren. Es
su manera de hacer penitencia. La casualidad querrá que entre las personas a
las que socorre, se halle la virtuosa Flor de María, con quien le une un
vínculo inesperado que me guardaré de desvelar aquí. La novela es
entretenidísima y está llena de lances aventurescos, sorpresas, giros
argumentales, amores, reencuentros inesperados, identidades misteriosas,
situaciones emocionantes, el humor y, en definitiva, todos aquellos
ingredientes que caracterizan a la novela de folletín para bien y para mal.
Entre los defectos, la novela adolece de un indisimulado maniqueísmo que
distingue muy a las claras a los personajes buenos de los malvados, lo que
redunda en la caracterización plana de la mayoría de ellos. No obstante, los
hay verdaderamente inolvidables.
Sin embargo, la impronta de Eguène Sue se deja ver en
algunos pasajes donde su maestría supera los límites que le impone el género.
En gran parte del libro, se aprecia la vocación ilustrada de su autor y, al
hilo del argumento, se reflexiona sobre aspectos sociales como el sistema de
justicia francés, la educación de los hijos, el estado de las penitenciarías,
los matrimonios por conveniencia, la doble moral de la burguesía francesa,
etcétera. Toda la novela está imbuida de un sentimiento ético-cívico inspirado
en la caridad y en la oportunidad de redención de todo ser humano. Son muchos
los casos en los que los personajes reconducen sus vidas hacia el bien,
adelantándose, aunque desmantelándolos, a los postulados del determinismo
social del Naturalismo. Sin embargo, el inesperado final trágico del libro,
deja un poso de pesimismo respecto a la superación de la culpa o del
merecimiento del perdón, quizás algo radical. No sabemos si, sobre este
particular, Eugène Sue estaba pensando en sí mismo.
Recuerdo con nostalgia aquellos cuadernillos de las novelas por entregas que llegaban a los pueblecitos como el mío, pequeño y medio escondido en la fragosidad de la Sierra de las villas y que, gastados y grasientos, solían recorrer casi todos los hogares. Nuestros mayores acostumbraban a leérnoslos en voz alta al amor de la lumbre en las largas y frías veladas de invierno. ¡Qué perversos y retorcidos eran los malos; las madrastras y padrastros, los condes y las duquesas que tiranizaban de mala manera a las huerfanitas desvalidas y a los pobres niños hambrientos del arroyo!. Y qué misterios tan insondables dejaban pendientes de resolución hasta la próxima entrega. Nos quedábamos con el alma en vilo hasta que de nuevo al mes siguiente apareciese por la calle el hombre que repartía los pliegos de cordel desvelándonos el misterio y planteando otro más peliagudo para los próximos treinta días. Tantos y tantos títulos de literatura fácilmente digerible, sencilla y perfectamente ajustada a nuestro nivel de comprensión que nos mantenían expectantes como lo haría en la actualidad cualquier serie televisiva.
ResponderEliminarNo conocía esta novela de folletín. Parece bastante entretenida. El título es muy sugerente. Un día podías preparar un artículo sobre la literatura en torno a la ciudad del Sena.
ResponderEliminarSalvador, qué evocadores los tiempos que recuerdas. Y de qué manera tan sugestiva y nostálgica lo haces. Gracias, me ha gustado mucho leerte.
ResponderEliminarTisbe, sí que es entretenida. ¡Ya hicimos un artículo sobre París! ¿Recuerdas?