(Publicado en mi columna semanal del Diari de Tarragona, "El cura y el barbero")
Hasta el pasado miércoles había transcurrido un mes
sin que me acercara a esta columna semanal que va camino ya de cumplir un
lustro en el Diari. Ya tenía el cura ganas de asperger su hisopo
literario y el barbero de afanarse con el trasquilón crítico, pero feligreses
del libro y melenudos filológicos hemos tenido que esperar nuestro turno.
Gracias a todos por vuestra lealtad.
Lo importante no es que mi columna aparezca publicada
o no en la prensa. A la postre, sé que quienes me leen son mis cuatro parientes
próximos y el cenáculo de letraheridos clandestinos que restañan las cicatrices
de la cotidianeidad buscando entre las hojas de un periódico el bálsamo que les
alivie. Es lo mismo que busco yo al escribir. Lo importante, decía, no es que
no se me lea durante un tiempo; lo verdaderamente relevante es el motivo de ese
silencio. La razón es muy sencilla: no había espacio, no cabía. El redactor
jefe de este periódico, que realiza una labor ingente y profesional, y a quien
agradezco el mimo con que me trata, tuvo que arrinconar la sección porque le
apremiaba la siempre prioritaria urgencia informativa cada vez que un nuevo
caso de corrupción saltaba a la palestra. La cosa, desde luego, da para
reflexionar y demuestra cuál es el eslabón más débil de nuestra sociedad. Si
hay crisis económica, al profesor que instruye abnegadamente a nuestros hijos
se le congelará o rebajará su sueldo; si las arcas públicas están tiritando, se
subirá al 21% el IVA de los teatros, los cines y la música; si no hay dinero
porque se lo han llevado los chorizos que nos gobiernan y los que no nos
gobiernan también, se acabaron las subvenciones para cualquier tipo de
iniciativa cultural. Y, al igual que ya no hay celdas suficientes en las
cárceles españolas para albergar a tanto sinvergüenza, los periódicos tampoco
disponen ya de páginas bastantes para informar de los infinitos casos de
bellaquería política que nos inundan sin tener que reducir las secciones culturales o prescindir, mal
que les pese, de ellas.
La cultura es, sin duda, un buen indicativo para
calcular el nivel de podredumbre de un país. No me refiero a la calidad de esta
cultura, que eso daría para otro artículo, sino al índice de su presencia.
Cuando no se habla de cultura es porque se habla de otra cosa y casi nunca el
asunto alternativo suele ser grato. El único consuelo que nos queda es saber
que, en tiempos oscuros como los que nos está tocando vivir, es cuando el arte
aguza su ingenio y nos muestra su grandeza. Cuando el sueño del imperio español
se desvanecía por la ineficacia de sus gobernantes, aparecieron Cervantes y
Góngora y Quevedo y Lázaro de Tormes; cuando urgía la regeneración política y
social de nuestro país, tras la pérdida de Cuba y la crisis finisecular, se abanderaron Machado y
Unamuno y Valle-Inclán y Baroja. Yo no
sé qué nuevos prohombres ilustres de nuestra España desnortada se erigirán con
la misma vehemencia como los adalides de la cultura española contra las
felonías, ya insoportables, de nuestros políticos. Tampoco sé si esa es la
función del arte y no quiero embarcarme en el debate de si éste debe ser
comprometido o sólo una forma de evasión. Pero, cultura, amigos. Cultura para
cauterizar, para lamernos las heridas; cultura para huir de la mediocridad;
cultura para atisbar un trocito de eternidad al amparo de la belleza; cultura
para ser independientes y no manipulables; cultura para ver el mundo con otros
ojos; cultura para sobrevivir.
Y cultura para ser felices. Como escribiera Borges, "la felicidad, cuando eres lector, es frecuente".
ResponderEliminar¿No fue Hermann Göring quien dijo la célebre frase: Cuando oigo la palabra cultura saco mi revólver?
ResponderEliminarAsi es y según leo, no sólo en Honduras mandan los espacios culturales a la banca de reposo. Los nuevos diseños de periódicos carecen de espacio para la cultura, le arrebata protagonismo a los eventos sociales que nada dejan de relevante. La nota roja impera sobre el aporte de un pintor o de un escritor, a estos ¡que se los lleve el diablo!
ResponderEliminarTu artículo de ayer lo recordaré siempre porque mientras lo leía me trasladaba en el tiempo, como en un sueño, a una etapa de mi vida especialmente dura; últimos años 50. Escasez de alimentos, paro, represión. Hace apenas dos años que he aprendido a leer y recojo cualquier papel impreso que encuentro por la calle para alimentar mi voraz afición por la lectura. Pero como siempre ocurre en tiempos difíciles la cultura es la gran perdedora. Y en esos años tan duros yo robé libros con cuya lectura pude sobrevivir a tanta tristeza..
ResponderEliminar¡Cuánta razón tienes!
ResponderEliminarMenos mal que, pese a los tiempos difíciles para la cultura, sigue habiendo defensores a ultranza que, como tú, alzan su voz entre la podredumbre en la que vivimos.
Cultura que si por nuestros gobernantes fuera se quedaría en el último estante del último mueble de la última habitación de la casa abandonada.
ResponderEliminarDa mucha pena el panorama cultural que nos ofertan hoy en día y cuando hay algo interesante el precio es imposible. Sin ir más lejos, un par de óperas que se hacen en Tarragona ahora mismo cuestan la friolera de cincuenta euros por persona. Por no hablar de ballets, conciertos, obras de teatro y otras maravillas que no están al alcance del populacho.
Por suerte, siempre nos quedarán las bibliotecas y los mercadillos de antigüedades para irnos con cinco o seis libros a casa sin sentirnos estafados.