La ingente obra dramática de
Lope de Vega es universalmente conocida. De hecho, se suele atribuir al Fénix
de los Ingenios la friolera de mil quinientas piezas entre las que se
encuentran algunas de las más importantes escritas en lengua española. Éstas
son las más representadas en las tablas, mas últimamente se observa una
tendencia a rescatar obras que habían caído en el olvido. Es el caso de Las
dos bandoleras, una comedia histórica que apareció impresa en una de las
partes llamadas “extravagantes” o “de fuera de Madrid” titulada Doce
comedias nuevas de Lope de Vega Carpio y otros autores. Segunda parte. En
Barcelona, por Jerónimo Margarit. 1630. Pertenece, por tanto, a la primera
etapa del autor y parece ser que fue escrita entre 1604 y 1605, momento en que
Lope de Vega residió en Toledo.
La Compañía Nacional de
Teatro Clásico y Factoria Escènica Internacional han resucitado esta pieza con
un montaje que actualmente está de gira por nuestro país.
La acción gira en torno a la
recuperación de la honra de dos hermanas, doña Teresa y doña Inés, que fueron
burladas por dos soldados que les hicieron promesa de matrimonio para disfrutar
de la entrega de las damas, mas se marcharon a la conquista de Córdoba sin
interés alguno por cumplir su palabra. Las jóvenes, dolidas y
mancilladas, deciden convertirse en serranas y matar, como venganza, a todos
los varones que se crucen en su camino. Esta temática aparece también en La
Serrana de la Vera, personaje al que las dos hermanas toman como modelo. Un
acierto de este nuevo montaje es la aparición de Leonarda y su desesperado
amante, don Carlos, protagonistas ambos de esta última obra, junto a los
personajes de Las dos bandoleras. Constituye un bonito juego metateatral
que aumenta la calidad lírica de la pieza, gracias a los monólogos y
parlamentos de Leonarda.
Por
otra parte, Las dos bandoleras supone un homenaje a la Hermandad Vieja
de Toledo, institución de raigambre medieval que surgió con la finalidad de
acabar con los bandoleros que invadían el camino de Castilla a
Andalucía. El padre de las jóvenes, Triviño, pertenece a dicha hermandad y,
cuando conoce su deshonra doméstica, no duda en cumplir con su misión. El deber
está por encima del amor familiar. Todo se resuelve con la llegada del Rey,
quien perdona los asesinatos que han cometido las damas y ordena que los
enlaces se celebren. La honra es recuperada de este modo, si bien doña Inés y
doña Teresa no parecen demasiado felices con dicha solución. Es éste un giro de
la nueva puesta en escena que acerca un poco más esta problemática a los ojos
de las mujeres de nuestro tiempo. La restauración del honor mediante el
casamiento de las damas ultrajadas con los hombres que las deshonraron no
resulta satisfactoria porque ¿con qué estómago recibirán las mujeres a esos
hombres que las han despreciado? Es de esos finales que repugnan a la
mentalidad actual pero que, en tiempos de Lope, constituía la opción más
plausible para la recuperación del orden perturbado. Quizás Lope, tan cercano
al espíritu femenino, tampoco viera con buenos ojos tales apaños y es muy
posible que, detrás de esa solución tópica se esconda, en realidad, una crítica
velada.
Respecto
a la puesta en escena, ésta es, en líneas generales, aceptable sin más. No se
trata de una pieza que permanecerá en el recuerdo de los espectadores puesto
que la interpretación de los actores resulta poco satisfactoria. La fuerza de
la obra recae en las hermanas a quienes
dan vida dos actrices muy conocidas en el mundo televisivo pero que en el
escenario carecen de garra y de la cadencia y delicadeza necesarias para mimar
el verso. ¡Qué lejos están sus parlamentos de otros interpretados por actores
de la CNTC! Especialmente negativa es la interpretación de Macarena Gómez, que
recita con voz insoportablemente estridente, y cuyo arrastre de las eses, al más
puro estilo megapijo es más propio de alguna ridícula dama burguesa de
cualquier obra de Jardiel Poncela que de una obra de nuestro teatro áureo.
El
vestuario tampoco sigue un criterio fijo. Así, coexisten las chaquetas de
cuero, las minifaldas, los trajes de camuflaje de los soldados y el uniforme
falangista de don Triviño con vestidos de época. Personalmente, esta mezcolanza
denota falta de criterio. ¿Estamos ante una obra que respeta el espíritu
clásico de la misma o ante una
adaptación más moderna?
En
definitiva, es siempre loable el esfuerzo que supone escenificar obras clásicas
y se agradece que los directores no se
conformen con los títulos más tradicionales, ahora bien, es una lástima que
todo ello no vaya acompañado de una interpretación decente. Se trata, en
definitiva, de una obra escrita por Lope de Vega pero que no puede ser
calificada como “de Lope”.
Atinadísima reseña, Tisbe. Y, ciertamente, deplorable la actuación de las dos actrices: una sosa y la otra esperpéntica. ¡Qué manera de destrozar los versos de Lope! Qué contraste, por ejemplo, entre ambas actrices y la interpretación de Leonarda en ese juego tan acertado de insertar LA SERRANA DE LA VERA entre los pasajes de LAS DOS BANDOLERAS. Seguramente, lo más acertado de la obra. LA SERRANA DE LA VERA como epifanía mítica de la tradición en un ejercicio de folklore y metateatro muy bien conseguido. El resto, para olvidar.
ResponderEliminarYa me había parecido, ya, que era una camisa falangista lo que se veía en el cartel...
ResponderEliminarY qué fuerte lo del código del honor. Siempre he pensado lo mismo: con qué ánimo se podían casar las mujeres de entonces justamente con quien las había ultrajado. Por no hablar -pienso, por ejemplo, en "El burlador de Sevilla", de Tirso- de que los ricos que engañaban con la promesa del matrimonio a las jóvenes, sólo estaban obligadas a cumplir la promesa si la chica era de alto linaje (si no, quedaban liberados).
Gracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarPíramo, ya pronto disfrutaremos de una nueva representación. Esperemos que la interpretación merezca la pena.
Javier, es muy difícil comprender el código del honor desde la mentalidad del siglo XXI. Por suerte para las mujeres, hemos avanzado bastante en estos temas.