La nueva adaptación que Arturo Pérez Reverte ha
realizado del Quijote y su enconada defensa de la lectura de nuestra
obra cumbre en las aulas españolas, han resucitado el eterno debate acerca de
la conveniencia o no de leer a los clásicos en los centros educativos. Quienes
no son partidarios de incorporar en las llamadas “lecturas obligatorias”
(doloroso oxímoron) los títulos de nuestra tradición literaria, aducen que
tales lecturas se hallan fuera de los centros de interés del alumnado, no sólo
por su distancia temporal, que se traduce, además, en un castellano poco
asequible, sino también porque los asuntos de estas obras están igualmente
alejados de los problemas y preocupaciones de nuestros jóvenes. Argumentan,
asimismo, que la inclusión de estas lecturas en los planes de estudio tienen un
efecto pernicioso en los proyectos de promoción lectora, ya que, en lugar de
incentivar el ejercicio de la lectura, producen el efecto contrario, es decir,
el aborrecimiento de leer derivado de la traumática experiencia de haberse
enfrentado a la oscuridad de unos textos que no entienden y para los que no
están preparados.
Tal manera de pensar no es más que la perversión de
aquella moda pedagógica del constructivismo y el aprendizaje significativo, que
tan en boga estaba en mis años de Magisterio, y que abogaba por la transmisión
de aquellos conocimientos que el alumno pudiera reconocer en su entorno más
inmediato para, de este modo, hacerlos realmente suyos. Por eso los niños
catalanes estudiaban los ríos de Cataluña, después los ríos de su provincia y,
finalmente, los editores de los manuales se planteaban ya si incorporar los
nombres de los charcos que se formaban cuando llovía en la calle de cada
estudiante. De aquellos barros, estos lodos.
No voy a perder ni un minuto de mi tiempo explicándole
al personal por qué una obra clásica es siempre una obra vigente ya que es algo
que cae por su propio peso y me sonrojaría sólo de pensar que debo todavía
aclarar tamaña evidencia. Tampoco creo que haga falta insistir en la enorme
belleza y crecimiento personal que les arrebatamos a los estudiantes cuando no
les ofrecemos a los clásicos. Pero sí quiero recordarle a los “pedagogós” de
turno, que la dificultad de un texto clásico no estriba en la incapacidad del
alumno por entenderlo sino en la incapacidad del profesor por enseñarlo. María
de Maeztu hacía buena aquella antigua máxima pedagógica que decía que “la letra
con sangre entra” pero añadía que “no ha de ser con la del niño sino con la del
maestro”. Y Emilio Lledó, reciente Premio Nacional de las Letras Españolas,
dice que la lectura “necesita la compañía de un maestro que haga sentir lo que
los libros dicen y apreciar, en el sonido de las páginas que pasan, cómo se
avientan las semillas, las ideas que encierran. Por eso es tan importante,
además de los […] siempre maltrechos
planes de estudio, la lectura de obras literarias, que el maestro hace apreciar
con su amor a lo que enseña y a los que enseña”.
Al alumno no se le puede dejar solo ante el reto de
leer a un clásico. Hay que acompañarlo. Cierto que falta tiempo, por ejemplo
esa hora imprescindible de lectura conjunta en clase donde el profesor ofrezca,
junto a su pasión y entusiasmo, las preciosas claves del libro; pero esa es una
deficiencia del sistema, no de los alumnos ni mucho menos de los clásicos. Ni
siquiera los planes de estudio de determinadas universidades españolas
garantizan que el futuro filólogo se haya licenciado habiendo leído el Quijote.
Digámoslo de una vez, aunque escueza: hay profesores de Literatura que no han
leído el Quijote en su vida, y yo ya no me puedo explicar cómo eso no
puede estar en su jodido “centro de interés”. Jodido, sí; en román paladino.
¡Cuánta razón tienes! Es muy necesario que el profesor sea el guía del alumno cuando éste se enfrenta a la lectura de los clásicos. Sin dicha orientación, el estudiante se enfrenta a un texto que le supone más dificultades que satisfacciones, por lo que acaba aborreciendo esas lecturas que son tan imprescindibles para su formación.
ResponderEliminar¿Para cuándo un sistema educativo que contemple la lectura como un pilar fundamental en la educación de nuestros jóvenes?
Ni el "Quijote" ni "La Celestina" ni tantos otros, Píramo. Aún recuerdo cuando mis compañeros de facultad me preguntaban por qué estaba leyendo tal o cual libro si no estaba en el temario. Bien, pues algunos de esos compañeros se supone que ahora serán también profesores de instituto.
ResponderEliminarSupongo que por la misma regla de tres que a los alumnos de secundaria no hay que darles a probar los clásicos, tampoco habrá que enseñarles la catedral si se les lleva a Burgos o a León, porque, claro, las catedrales góticas tampoco se encuentran en su centro de interés.
Aplaudo todas y cada una de tus palabras cuando todavía tengo en mente mi última clase de literatura, en tercero de la ESO, y cómo nos reíamos todos con el Arcipreste de Hita...un abrazo.
ResponderEliminarEl fracaso del sistema educativo de los últimos 40 años y a más al estar en manos de las autonomías es más que evidente. Y solo la habitual incultura del pueblo español avivada por progrelandia facilita el camino a la deriva en el que estamos inmersos. Hemos cambiado el Estudio 1 por Sálvame el gran triunfo de las televisiones privadas en España. Este es el fiel reflejo de la sociedad actual.
ResponderEliminarEn mis tiempos de facultad "El Quijote" era una asignatura optativa, y menos mal que la elegí. Yo ya había leído la obra pero no con un maestro-guía y, obviamente, la magnitud de la obra cobraba mucho más sentido. Solo puedo decir que es maravillosa y me cuesta entender que haya filólogos o profesores de literatura que no la hayan leído.
ResponderEliminarLos alumnos entienden si el profesor es bueno y poco importa el tiempo, el vocabulario o el asunto del que trate la obra.
ResponderEliminarExcelente, Fernando. Los por qué de tal empobrecimiento educativo son varios, pero lo que sí tengo claro es que privar a los alumnos de la lectura de los clásicos los empobrece como individuos y los limita como personas.
ResponderEliminarSi se acepta que la misión esencial es la de producir lectores (competentes, primero, críticos y ávidos, después), se puede encontrar el lugar de los clásicos en ese proceso. Eso sí, pienso en la conveniencia (la necesidad) de la lectura acompañada (y guiada) y desprovista de afectación, necesariamente amena, lúdica y viva, despojada de aquella erudición que solo es pavoneo del profesor.
ResponderEliminarHace un par de años encontré, en una librería, a la que fue mi profesora de literatura en el instituto. Estaba seleccionando una serie de libros tipo "Crepúsculo" para sus alumnos. Debí poner cara de asombro, porque no se le ocurrió decir más que... "Ay, hija, hay que modernizarse, cualquiera les hace leer El conde Lucanor, o el Buscón."
ResponderEliminarSe me cayó el alma a los pies, lo reconozco, y me alegré infinito de haber vivido tiempos en los que esas eran lecturas obligatorias porque tuve la suerte de disfrutarlas por anticipado (ser la menor de tres hermanas en el mismo colegio me permitía el lujo de la triple lectura).
Un beso enorme desde Cambrils.
Quizá la lectura de la versión íntegra de El Quijote en los primeros tramos del inicio de los alumnos en la literatura, de ese anzuelo,de ese cebo que imagino debe constituir la tutela de los profesores de cara a sus alumnos para que se aficionen a la lectura, no sea lo más recomendable dada las características linguisticas de esta obra, a mi modesto entender. Cervantes se ha de dosificar. Sin embargo la iniciativa del Sr. Pérez Reverte no me parece adecuada.
ResponderEliminarGenial lo de "Pedagogós"
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