Aún duerme en su estancia nuestro famoso hidalgo, tras
el calamitoso encuentro con los mercaderes toledanos, cuando el cura y el
barbero acuden a la biblioteca de don Quijote para deshacerse de los libros que
le han sorbido el seso al caballero. La biblioteca cuenta con más de cien
libros, fondo muy notable para la época. El ama llega con el hisopo y el agua
bendita para exorcizar el mal que encierran los volúmenes y a la sobrina le
place sobremanera arrumbar con todos aquellos mamotretos ventana abajo. El cura,
sin embargo, desea asegurarse antes de no cometer ninguna injusticia y, junto a
maese Nicolás, se dispone a realizar el “donoso escrutinio”.
Son varios los estudiosos que nos ponen sobre aviso
del riesgo que supone extraer conclusiones precipitadas acerca de los juicios
literarios del cura y el barbero a la hora de quemar unas obras y salvar otras.
Hay que ser precavidos, dicen, para no entender que tales criterios respondan
totalmente a las ideas literarias de Cervantes o que el capítulo constituya, en
sí mismo, una poética del inmortal escritor. Sin embargo, las valoraciones del
cura podrían pasar perfectamente por la criba de cualquier crítico literario
actual. Son fundamentalmente cuatro los aspectos negativos que el cura tiene en
cuenta a la hora de defenestrar determinadas obras de la biblioteca de don
Quijote.
El primero de ellos es el exceso retoricista y las
razones intrincadas. También hoy existen escritores que, en su afán por parecer
meritorios, ocultan tras el alambicamiento de su prosa, una verdadera
impericia.
El segundo criterio es el de la “dureza y sequedad de
estilo”. Es el polo opuesto del anterior. Hay escritores que caen en el
prosaísmo o la sosería estilística sin entender que la literatura es un arte
basado en el especial cuidado del lenguaje y en ese extrañamiento estético del
que hablaba Shklovsky.
La tercera apreciación del cura y el barbero se basa
en la verosimilitud. Un texto puede dar rienda suelta a la fantasía más
desbordante y es por eso que realizamos el famoso pacto de ficción. Pero más
allá de eso, se exige al escritor que el mundo que ha construido se sostenga
sobre una coherencia y lógica internas que impidan contradicciones o fallas
inexplicables.
Finalmente, se lanzan a la hoguera las malas
traducciones. Cuántas obras actuales se echan a perder porque el traductor ha
sido incapaz de apresar el espíritu del original.
Nuestra sección de “El cura y el barbero”, que toma su
nombre del capítulo cervantino, cumple ya un lustro. Nació para la reseña
crítica, aunque con el tiempo se haya convertido en una miscelánea literaria
mucho más libre de las ataduras de la actualidad. Durante estos cinco años creo
que en mi haber son más los libros salvados que los arrojados a la hoguera. Al
fin y al cabo, la crítica literaria debiera ser siempre un acto de amor.
Agradezco a Antoni Coll la estima con que acogió mis
textos y su propuesta de colaboración. También doy las gracias a la lealtad de
los lectores durante todo este tiempo. Que el hisopo literario y el trasquilón
crítico de este cura sin iglesia y de este barbero sin bacía, continúen
aspergiendo su amor por la literatura y adecentando las barbas del lector
peregrino. Que no nos tapien, como al bueno de don Quijote, nuestra biblioteca.
Que esta locura nuestra bien merece su pequeño Toboso donde rendir pleitesía a
la eterna dama de la Literatura.