La novela negra está experimentado en nuestro país un
predicamento inusitado. Baste enumerar las ciudades, que siguiendo la estela
clásica de la decana Semana Negra de Gijón, nacida en 1988, se han sumado en la
última década a la promoción de este género: Barcelona Negra (2005), Getafe
Negro (2008), Castellón Negro (2010), Valencia Negra (2013), Aragón Negro
(2014) o las inauguradas este mismo año (Granada Noir o Pamplona Negra, entre
otras). Hasta los pequeños municipios tienen su propio festival, como el que el
pasado mes de mayo celebró L’Espluga de Francolí a través de su certamen “El vi
fa sang”, maridaje de vino y novela policíaca que aspira a convertirse en
referente en la provincia de Tarragona. Fue precisamente en este marco de la
Conca de Barberà donde se presentó La sergent Anna Grima (Pagès
editors), publicada no obstante en 2014, y escrita por la ilerdense Montse
Sanjuan.
La novela de Sanjuan sigue los clichés de la novela
policíaca clásica. Los clichés no suelen gustar a los críticos pero hay que
concederle a los lugares comunes la capacidad siempre reconfortante del
reconocimiento de un género literario, en el que el lector se sienta cómodo.
Clichés los hay: la sargento obsesionada por su trabajo, su carácter solitario,
su exitosa intuición profesional y una vida personal marcada por la frustración
de no haber podido resolver el único caso que verdaderamente le ha importado:
la desaparición de su hermana. La acción principal, una serie de asesinatos de
los que se investigan patrones comunes, corre así paralela al drama íntimo de
la sargento.
La novela está bien construida, sin prisas,
invirtiendo el tiempo necesario para hilvanar coherentemente las pesquisas del
equipo de Anna Grimm, aunque para ello la autora deba sacrificar el ritmo de la
prosa al servilismo repetitivo de los protocolos policiales (interrogatorios,
procedimientos judiciales y demás), lo que, por otro lado, otorga verosimilitud
a la historia. Es en aras de ese realismo que Montse Sanjuan permite que los
avances en la investigación respondan a veces a la pura casualidad, despojando
a la sargento de cualquier atisbo de iluminación divina (pienso, por ejemplo,
en la escena del centro comercial). Son muy efectistas los capítulos breves en
los que la voz anónima del asesino nos ofrece una estampa siniestra que
interrumpe unos segundos la trama argumental. Del mismo modo, la niebla que se
enseñorea de la ciudad (la acción transcurre en Lérida), genera una atmósfera
propicia que tan bien se acomoda al misterio narrativo. El ritmo del libro se
acelera en su último tercio en un crescendo que no resulta precipitado
sino muy bien medido y calculado. También existe una correcta contención
sentimental de las escenas más emotivas, que nunca acaban en el melodrama
lacrimógeno. Siguiendo esa premisa, el estilo es sobrio y algo aséptico. La voz
narrativa se identifica en estilo indirecto libre con la sargento, excepto en
la página 207 donde un narrador externo pero omnisciente se aleja por primera
vez de la protagonista como recurso para no revelar al lector el hallazgo clave
de la sargento. En mi opinión, esa licencia es una anomalía narrativa que sólo
se justifica si se quiere hacer un guiño a los seriales de antaño o introducir
en el libro un sesgo cinematográfico. Es precisamente el estilo indirecto libre
lo que ha permitido a su autora introducir en la novela otro de sus aciertos:
las reflexiones existenciales de la sargento sobre la frontera entre la vida y
la muerte, la fortuna o el paso del tiempo.
En definitiva, Montse Sanjuan ha escrito una novela
policíaca de corte clásico, muy entretenida y con las consabidas sorpresas que
satisfarán a los lectores leales al género. Une así su nombre a la incipiente
nómina de buenos escritores de novela negra, que tratan de dignificar un género
donde es fácil hallar el intrusismo de los oportunistas.
Una novela negra siempre es una buena opción para esas lecturas veraniegas con las que pretendemos entretenernos sin más. Buena reseña.
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