Como se sabe, las jarchas son breves composiciones
anónimas y orales cantadas en lengua mozárabe (mezcla de castellano primitivo y
árabe) por la población hispánica que habitaba Al-Andalus durante el dominio
musulmán. Dado su carácter oral, que hoy conservemos ejemplos de estas
canciones obedece, como casi siempre, a esas coyunturas milagrosas que nos
regala la historia de la Literatura cada cierto tiempo. Se cree que un poeta
cordobés, nacido en Cabra entre los siglos IX y X, llamado Muqaddan Ibn Muafa, puso
de moda entre los poetas cultos el cultivo de la moaxaja, composición limitada
en su origen al contexto andalusí y escrita en árabe. Su carácter estrófico con
versos de vuelta la separaba de las largas tiradas monorrimas de la qasida
clásica. Los puristas, pues, abominarían del invento, pero a nosotros nos
obsequiaron con el impagable prodigio de salvar del olvido a las jarchas
mozárabes, pues la peculiaridad de la moaxaja es que toda ella está pensada
para colocar en su remate la jarcha que le preexistía. De hecho, los versos de
vuelta de la moaxaja riman con la propia jarcha. O dicho de otro modo, la
moaxaja es la glosa de la jarcha. Así, se podría considerar a los moaxajistas,
los primeros recopiladores de la literatura oral hispánica. Sin su concurso, no
conoceríamos hoy la primera manifestación de nuestra lírica. Probablemente no
pudieron sustraerse a la hermosura de aquellas canciones que entonaba el pueblo
invadido y se vieron en la necesidad de fijarlas por escrito de algún modo. La
calidad en el engaste de la moaxaja con la jarcha, demuestra en cada caso la
pericia del moaxajista, que unas veces parece natural, en otras se ven
demasiado claros los puntos de sutura y en otros casos apenas tienen que ver la
una con la otra. Por supuesto, al fijar la jarcha, sólo se hizo con una de las
tantas versiones que debieron de circular de cada una de ellas, pues su
naturaleza oral hace previsible su vida en variantes. De hecho, hay moaxajas de
autores distintos y de épocas distintas que contienen la misma jarcha con
alguna pequeña diferencia. El descubrimiento de las jarchas por Stern en 1948
convirtió a nuestra lírica en la más antigua de Europa.
Aunque el tema habitual de las jarchas son las
lamentaciones de una mujer ante la ausencia del amado, tomando como confidentes
de su dolor a la madre o a las hermanas, también las hubo de carácter erótico,
como ésta que nos ocupa. La muchacha que canta esta jarcha demuestra gran
elasticidad, pues es capaz de colocar las argollas que adornan sus tobillos a
la altura de las orejas. El poeta árabe que seleccionó esta jarcha para su
moaxaja se mantuvo en un pudoroso anonimato, quizás por la procacidad de la
misma pero se antoja un buen poeta, pues su moaxaja, llena de referencias
báquicas y descripciones de jardines umbríos a la luz de la luna, casa muy bien
con la voluptuosidad de la jarcha de la que parte. Ésta apenas contiene
palabras en romance (muy reconocible el “non t’amarey” del inicio).
El visir Al-Mu’Allim pasea por el barrio mozárabe de
Sevilla. Sus ricos atuendos llaman la atención de unas lavanderas que, entre
risas, cuchichean pícaramente a su paso. Una de ellas entona entonces nuestra
jarcha, que el visir escucha algo azorado. Aprieta luego Al-Mu’Allim el paso,
dejando atrás un coro de carcajadas mezcladas con el rumor del agua. Pero el
visir ha anotado en su cabeza la canción y sonríe al evocarla. Se la cederá a
su rey Al-Mu’tadid, que gusta de escribir atrevidas moaxajas. Y en el puesto de frutos secos, ¿qué canta
aquélla?: “¡Ben, ya sahhara! / Alba / q’está kon bel fogore,/ kand bene pid
amore” (“¡Ven, oh hechicero! / Un alba que tiene tan hermoso fulgor, /cuando
viene pide amor”). Hermosa jarcha, piensa el visir. Y decide que ésa se la
queda para él y su moaxaja.
Y aunque la vendedora de frutos secos estaba pensando
en su amado, a nosotros la jarcha nos evoca otra alba con hermoso fulgor: la
del bellísimo amanecer de nuestra lírica, sol que brota de la tierra misma, en
el balbuceo mágico del idioma castellano.
Me encanta esta nueva iniciativa. Qué bonito milagro la conservación de las jarchas.
ResponderEliminarMuy buen artículo, Fernando. Recuperar las raíces de nuestra literatura, gozar de la belleza en tiempos en los que ésta parece ser despreciada, reconocernos en estos primeros dones de nuestra lengua, es una labor loable y necesario.
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