Ignoro a cuánto se pagan los espacios publicitarios en
las páginas de un periódico pero a los dueños de la empresa aérea Norwegian
ésta les va a salir gratis. ¡Media planaza, no se pueden quejar! Pero, oye, se
lo merecen. Eso sí, espero que los noruegos se estiren un poco y, a cambio, me
regalen algún vuelo en clase business a la tierra de Ibsen, que tengo la
ilusión de navegar entre los fiordos y contemplar El grito de Munch.
Pero no divaguemos; a lo que íbamos. A lo mejor ya conocen la noticia y apuesto
a que, si les gusta la literatura, algo se les ha tenido que remover por dentro
cuando han visto a Gloria Fuertes decorando la aleta trasera del Boeing 737-800
de la compañía de vuelos escandinava. No es la primera figura española que
surca los cielos de esa guisa. Norwegian hizo lo propio también con Cervantes,
Cristóbal Colón, Juan Sebastián Elcano y Clara Campoamor.
Si de mí hubiera dependido, habría optado por don
Quijote y Sancho, en lugar de Cervantes. A don Miguel, que en nada era
vanidoso, no le habría importado sacrificarse por sus personajes, y además
habríamos saldado una deuda pendiente con el bueno de Alonso Quijano que,
engañado por Sancho y por aquellos imbéciles integrales que eran los duques,
creyó (o no) que había hendido el firmamento a lomos del caballo Clavileño.
Por su parte, a Colón y a Elcano se les dará ahora la
oportunidad de navegar otro azul. Y a Clara Campoamor, lo de encaramarse a las
nubes hace justicia a la altura de su espíritu y al sueño, todavía
inalcanzable, de la igualdad por la que tanto luchó.
Pero a mí quien me enternece de verdad viéndola
remontar el éter es a Gloria Fuertes. Habrá que desmentirle, al fin, aquel
poema donde decía algo parecido a que los muertos no andan, ni vuelan, ni
flotan. ¡Vaya que si vuelan! Y cumplirá ella también, aquella vocación de
altura del pajarito cautivo de su poema. ¿Se acuerdan? Aquel pajarillo
encerrado en una jaula con un lacito azul, sus dos puertas, sus tres palos, su
terrón de azúcar y un columpio lento. “Pero el pajarito / no estaba contento. /¡Él quería árboles! /¡él quería cuentos! /¡él quería ramas!…/ Volar bajo la
lluvia, /ver a los fantasmas, /ir a las estrellas, / cantar a las ranas / y
buscar amigos, /y un nido tener. / Dobló sus patitas, /rezó arrodillado / pidió
al cielo suerte. / Vino el huracán, / sopló viento fuerte / y le abrió la jaula
/ en un periquete. / El mover sus alas / no se le olvidó. /Y aquel pajarito /
feliz escapó”.
O hará bueno aquel otro poema del hombre que fue a
pedir trabajo a un circo. Y el dueño del circo le preguntó al hombre que qué
sabía hacer. Y éste respondió, ante la incredulidad y fastidio del jefe, que
sabía hacer el pájaro. “Eso lo hace cualquiera”, le respondió. Y luego, “déjeme
en paz, / tengo que hacer esta mañana / y el pobre hombre / que buscaba trabajo
/ salió volando por la ventana”.
Pero, sobre todo, se cumple el deseo de Gloria Fuertes
de uno de mis poemas favoritos, aquel titulado “Cosas que me gustan”. En el
último verso, la poeta madrileña confiesa la vocación insatisfecha de todo
poeta que se precie: la de elevarse y trascender:
Me gusta
divertir a la
gente haciéndola pensar.
Desayunar un poco de harina de amapola,
irme lejos
y sola a buscar hormigueros,
santiguarme si pasa un mendigo cantando,
ir por
agua,
cazar cínifes,
escribir a mi rey a la luz de la luna,
a la luz de
las dos,
meterme en mi pijama
a la luz de las tres,
caer como dormida
y
soñar que soy algo
que casi, casi vuela.