El debut cinematográfico de William Oldroyd no ha
podido soslayar la veta teatral del director británico, no sólo por el tema
elegido, una nueva reformulación de la mítica Macbeth, sino por la factura
escénica, tan reconocible en sus resortes dramáticos. En cualquier caso, la
transmigración de género de todo ese lenguaje se ha realizado con pasmoso
magisterio.
Para esta nueva Lady Macbeth, Oldroyd ha
confiado en la adaptación que Alice Birch ha realizado del relato corto, casi
homónimo, de Nikolai Leskov, Una Lady Macbeth de Mtsensk, escrita por el
novelista en 1865, y que entronca con el gusto de algunos narradores rusos
decimonónicos por los temas shakespearianos (Turguéniev, por citar un ejemplo
más o menos conocido, escribió otro cuento titulado Un rey Lear en la estepa
en 1870).
Es precisamente en el origen literario de la película
donde hallamos el mayor mérito de la cinta. Sin esa génesis literaria, el
producto cinematográfico habría resultado un trabajo correcto sin más, con un
excelente tratamiento técnico, quizás demasiado perfecto en su ensimismamiento
y autocomplacencia formal, pero cuya pulcritud innegociable le arrebata algo de
alma. Sin embargo, al comparar el libro con la película, toca rendirse ante la
inteligencia de Birch a la hora de ejecutar la adaptación del texto de Leskov,
atreviéndonos a afirmar (¡oh, anatema!) que la película mejora el original
literario. Así como Disney edulcoró los cuentos de los hermanos Grimm, Birch ha
hecho justamente lo contrario con el libro de Leskov, imprimiendo una versión
más oscura, telúrica y despiadada, que carga las tintas sobre el personaje de
Katherine. Baste como ejemplo la terrible e impactante escena del asesinato por
envenenamiento de Boris, el suegro de Katherine, que en el relato de Leskov
queda apenas insinuado. En general, toda la película es una subyugante
intensificación de la historia escrita por Leskov, de la que se poda muy
acertadamente su parte final, pues, efectivamente, su lectura produce la
sensación de un enojoso y prescindible epílogo. En cambio, hay partes del
cuento de Leskov que habrían sido muy útiles a la película, como son todas las
imágenes oníricas que simbolizan la punzada de la culpa y los remordimientos
ante las atrocidades que comete Katherine; éstas son extirpadas en la película,
lo que resta humanidad al personaje femenino para convertirlo prácticamente en
una alegoría del mal. Las dudas morales, en cambio, pasan a Sebastian, el
amante de Katherine, justo al contrario que ocurre en el libro de Leskov. Al
poner el énfasis en la capacidad manipuladora de Katherine y en su frialdad
ante las muertes que produce, este personaje queda más cerca de su modelo
shakespeariano (algo adulterado en Leskov) y homenajea, como sólo sabe hacerlo
el cine británico al genio de Stratford, como ya quedó demostrado con la
imprescindible Macbeth, de Justin Kurzel (2015), por nombrar la
adaptación más reciente. Quizás, ya, puestos a intensificar el relato de
Leskov, el guión de la película podría haber atendido mejor a la tensión
erótica inicial entre Katherine y su amante, que se soluciona, como en el
libro, sin la necesaria morosidad. Hay que destacar también la interpretación
de Florence Pugh, que encarna el perfecto prototipo de la inocencia hecha
perfidia.
En definitiva, el mérito de Lady Macbeth reside
en su portentosa ejecución técnica y en su inteligentísima adaptación. Se echa
en falta, en cambio, que en sus sugestivos silencios, se oiga el grito
desgarrador del alma de unos personajes demasiado impolutos.
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