Hagan la prueba. Lléguense hasta su librería más
cercana y pidan algo de Antonio Skármeta. Casi siempre le responderán que en la
tienda no hay nada pero que “si aguarda usted unos días, podríamos pedirlo”. Ya
ni El cartero de Neruda encuentra acomodo entre las estanterías.
Desahuciado de los anaqueles de las librerías al uso, a Skármeta hay que
buscarlo en las bibliotecas o entre esa mágica chamarilería que son las
librerías de viejo. Y, a veces, ni por esas. ¿A qué se debe este destierro?
Cierto que el autor chileno no es el escritor más prolífico del mundo (apenas
10 novelas en 42 años, si no contamos sus cuentos y obras de teatro, que, por
cierto, habría que reivindicar), pero más allá de esa moderación creativa,
resulta difícil de entender que, pasado el furor de su entrañable cartero,
Skármeta se haya convertido en una pieza rara de los museos bibliográficos.
Echo de menos el mimo con que las editoriales españolas se vuelcan en la
promoción de escritores de peor calidad sin escatimar recursos en las reediciones
de sus obras. Y algo tendrá que ver también la propia naturaleza personal de
Antonio Skármeta, tan en las antípodas del envanecimiento y ansias de
protagonismo de otros.
Pero resulta que Antonio Skármeta existe. Vaya que si
existe. El pasado mes de mayo, el autor de El baile de la Victoria leía
su discurso de ingreso a la Academia Chilena de la Lengua, titulado “Pedaleando
con San Juan de la Cruz”, donde repasa la influencia que ha ejercido la
tradición española en sus obras. Leer esa agradecida y apasionada deuda de
Skármeta con nuestros clásicos, todavía llaga más la herida de su injusto
olvido o relativa indiferencia en nuestro país. Ya lo dije en otra ocasión:
cuando se lee a Antonio Skármeta, uno experimenta la ingenua esperanza de poder
reconciliarse con el género humano. Los personajes creados por el escritor
chileno en sus novelas están concebidos desde una insobornable filantropía
merced a la cual nos son presentados como almas limpias, transparentes,
generosas y entrañablemente cándidas. Son, en definitiva, buenas personas. Esta
marcada bonhomía no se asienta, sin embargo, sobre una concepción maniquea de
los caracteres que pudiera originar, por contraste, la separación entre los
buenos y los malos. El desarrollo de sus personalidades fluye de manera tan
natural que las aceptamos sin escepticismo y nadie nota en su construcción
soldaduras que pongan de manifiesto el trabajo literario del novelista. Tampoco
son, pese a su nobleza, personajes que aspiren a ser ejemplo de nada. Su
profunda humanidad los hace imperfectos, seres reales de carne y hueso; no son
héroes épicos pero sus limitaciones y la conciencia de las mismas los
dignifican en ese heroísmo cotidiano del vivir.
Casi al final de su discurso, Skármeta cita su cuento
“El ciclista de San Cristóbal”. En él un
ciclista que participa en una competición, se obsesiona con la idea de que cada
pedalada servirá para curar la enfermedad de su madre. Al volver a casa, halla
a su madre restablecida comiendo una sopa. El pedal, en su movimiento alterno
de descenso-ascenso se convierte entonces en símbolo de su credo literario y
vital: “del pedal que sube al pedal que baja, del alma que se hunde en las
tinieblas y del alma que sube a la luz de la revelación. Es el tránsito de la
vida: lo bajo nutre lo sublime, lo sublime sólo hace sentido si se empuerca en
la grandeza de lo mínimo. Este es el tránsito al que aspira mi prosa. Es mi
modo de reverenciar la poesía”.
¡Pues venga entonces! ¡Una pedalada para arriba para
Antonio Skármeta!
Pues es una pena ese ostracismo del que hablas. Yo a Skármeta le estoy doblemente agradecido: como lector suyo y como profesor de Literatura. Los profesores sabemos de lo difícil que es que los lectores adolescentes conecten con las lecturas que les proponemos. Sin embargo, siempre que les he mandado leer "El cartero de Neruda", "No pasó nada" o "Un padre de película" les ha gustado mucho. Y ahora que lo dices, me acuerdo de que un año quise volver a poner esta última y estaba agotada.
ResponderEliminarEs una lástima que sea difícil encontrar obras de Skármeta, un autor con el que he disfrutado mucho leyendo. Sus personajes, como bien dices, rezuman bondad y el lector empatiza rápidamente con ellos.
ResponderEliminarQuerido Fernando,
ResponderEliminarsoy adicta a tus (vuestras) entradas! Ay, Skármeta!!
Notissia: me han nombrado jurado del premio nacional al Fomento de la Lectura. Se falla el próximo día 21 de septiembre.
He pensado proponer tu/vuestro (??) blog. Entra perfectamente en lo exigido en las bases y a mí me encanta. No tengo que repetirte lo que creo es un enfoque que compartimos; ése que une literatura y percepción curiosa e interesada de la vida. ¿Cómo no voy a dar a conocer este excelente trabajo?
Tengo de plazo hasta el 11 de agosto para enviar mi propuesta por mail. Si ves otros premiados verás que al año pasado recibió el premio el Blog de Ana Tarambana así que, WHY NOT???
Te mando por privado mi mail. Debo presentar los datos bio (brevísimos) de los autores del blog (si más de uno) y teléfono de contacto. Si que necesitaría por tu parte un breve resumen donde indique cuándo empezó, el objetivo, a quién va dirigido, intención tras ello,
algunas entradas que tú destaques, si ha aparecido en los medios etc. Todo muy breve, pongamos que máximo máximo 2 páginas word a doble espacio.
Te lo digo en serio: LET'S DO IT!!!
Abrazos. Nos vemos si estáis, si os apetece, en Alacant en agosto!
Marisol
PS. Estaré fuera de españa hasta el 1 de agosto; tenemos tiempo.