Clima mediterráneo (Visor) es el título del nuevo poemario de Luis Bagué, libro con que
el autor ampurdanés ha obtenido el Premio Tiflos de Poesía en su trigésima
edición. Qué reconfortante resulta toparse con un libro de poemas que responde,
por fin, a un plan preestablecido, a un proyecto unitario en el fondo y en la
forma, lejos de aquellas obras heterogéneas e inconexas que se limitan a juntar
poemas sin más afán que el de la mera colección acumulativa.
Clima mediterráneo se divide en 4 secciones. La primera, titulada “Mediterráneos”, es la
desazonadora estampa de nuestro mar, crisol y cuna de civilizaciones pero
también “puerta giratoria” que ha sido testigo de la expulsión morisca y judía,
del abuso colonizador en América o de la vergonzante tragedia de los
inmigrantes. En sus playas de Niza moría Garcilaso y en el castillo de Bellver
dormitaba Jovellanos, soñando la quimera de un Mediterráneo ilustrado que ha
devenido en un vertedero, “alquitrán en las plumas, pecas en las escamas, / un
tatuaje de henna / en el caparazón”, que es también vertedero moral.
La segunda parte, “Hecho en España”, es un catálogo de
productos patrios, tamizados en el cedazo de la amarga ironía del poeta, que
degrada los símbolos clásicos al detritus de la posmodernidad. Así, en la serie
“España real”, Bagué realiza la acerada écfrasis de tres cuadros: Las
meninas, La familia de Carlos IV y La familia de Juan Carlos I.
En “Don Quijote 2.0.” se coteja la España de Alonso Quijano con ésta nuestra
donde los molinos son ahora parques eólicos, la meseta castellana es carnaza
para el especulador, la fantasía de
Clavileño una compañía aérea y del escrutinio del cura y del barbero sólo se
salvan la Biblia y la Constitución. El toro de Osborne, otro “pecio de la
cacharrería posmoderna”, merece también su oda y, siguiendo con los toros, en
“El rapto de Europa”, el poeta reformula el mito clásico para trazar una
historia del viejo continente a través de la metáfora de la vaca, hasta llegar
a las vacas flacas de la crisis económica y el rescate bancario actuales,
remedado secuestro de los dueños del nuevo Olimpo capitalista. Termina la
sección con la serie “Dieta mediterránea”, cuyo bodegón poético nos recuerda
que somos “carne mística y caducidad”; y con “Patrimonio nacional”, donde se
parodia las restauraciones falaces de lugares históricos para el turismo-zombi
de cámara al cuello, helado y camisas floreadas. En “VPO”, el poeta se lamenta
del fracaso de los pisos de protección oficial, derribados por la crisis y por
los intereses especuladores.
La tercera sección, “Alta velocidad”, está compuesta
por 23 haikus impuros, algunos de los cuales glosan el magnífico cuadro de
Darío de Regoyos, Viernes santo en Castilla, un ingenioso catálogo de
píldoras poéticas entre la sentencia y el divertimento.
Finalmente, “Zona residencial” es la sección más
intimista y metafísica del poemario y, sin embargo, su material poetizable se
abastece de la más estricta cotidianeidad. Así, el acto de reciclar o el de
barrer adquieren categorías casi ontológicas, porque en la vida, “siempre estás
en la vía purgativa”. En “Ciberespacios”, la irónica reformulación del tópico
virgiliano del locus amoenus, acaba siendo trasunto de la soledad a que
nos abocan las redes sociales. En ese mundo globalizado e impersonal, el poeta
aspira a “una proporción hospitalaria / Busco la magnitud de lo habitable”.
Clima mediterráneo es un libro inteligente, trufado de guiños culturalistas que
enriquecen el conjunto y halagan al lector. El lenguaje deconstruye
sorpresivamente los significantes y los reformula brillantemente. Su gran
mérito estriba en la simbiosis anómala de lo clásico y lo posmoderno en una
suerte de collage imposible pero
desoladoramente sugestivo.
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