Tengo por costumbre no complicarme demasiado la vida a
la hora de titular mis artículos. Sobre todo, cuando se trata de reseñas
críticas de algún libro, suelo encabezar mi escrito con el mismo título de la
obra que reseño. Sin embargo, en algunos de los periódicos con los que colaboro
me he topado con algún jefe de redacción que me ha pedido titular la reseña de
otro modo con el fin expreso de que no coincidiera en ningún caso con el de la
obra reseñada. He notado que en el mundillo periodístico esta sugerencia ha
adquirido la categoría de máxima, una suerte de acuerdo tácito que todo el
mundo acepta con normalidad, y hasta hay quien se extraña de mi imperdonable
ingenuidad –quién es este tío que titula igual que el libro, habrase visto, qué
falta de profesionalidad, debe de ser nuevo–. ¡Anatema! Sólo en mi columna del Diari
de Tarragona dispongo de total libertad a la hora de titular. Quizás sea
porque, tras casi 8 años de colaboración semanal, ya nadie se preocupa de
revisar lo que escribe el pirado ese de la literatura…
Pero es que, ¿por qué inventarse un título alternativo
cuando uno reseña un libro titulado, por ejemplo, El corazón es un cazador
solitario? O, El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos.
O A la sombra de las muchachas en flor. O La insoportable levedad del
ser. O Lo bello y lo triste. O La balada del café triste
(McCullers tenía realmente un don). O El museo de la inocencia. O El
guardián entre el centeno. O Buenos días, tristeza. O La soledad
de los números primos. O El amor en los tiempos del cólera. O Un
tranvía llamado deseo. O Primavera con una esquina rota. O Mortal
y rosa. ¿Qué mejor pórtico para una crítica literaria que la literatura
misma? Por no hablar de los libros de poesía, que son un verdadero tesoro en el
arte de titular. Recuerdo una vez que reseñé un libro de Antonio Carvajal,
titulado El fuego en mi poder y para no repetir el título tuve que
ingeniármelas de tal modo que acabé llamando al artículo “Carvajal, Prometeo de
la poesía”. Buf.
El nutrido caudal de títulos hermosos que a mí me
facilitan mi tarea se debe en muchas ocasiones al buen tino de los editores o,
al revés, a la lucha del escritor por no escuchar las recomendaciones de
aquéllos. Orgullo y prejuicio iba a llamarse “Primeras impresiones”; Matar
a un ruiseñor se iba titular con el nombre de su protagonista “Atticus”; Lo
que el viento se llevó iba a ser “Mañana será otro día”; Moby Dick se
hubiera limitado a “La ballena”;y Guerra y paz estuvo a punto de
imprimirse como “Bien está lo que bien acaba” (eso sí hubiera sido una
anatema). Otras veces, algunos títulos insulsos se han revestido de una
sugestión especial al traducirse. Así, La importancia de llamarse Ernesto,
de Oscar Wilde, proviene de un error de traducción, al confundir earnest,
–que significa serio–, con Ernesto. Y Jorge Luis Borges, no sabemos si
premeditadamente o por desconocimiento, tradujo The sound and the fury,
de Faulkner, como El sonido y la furia, cuando en realidad el título
original es una frase hecha, similar a nuestro “hablar por hablar”. Bienvenida,
pues, la confusión.
Seguiré, pues, en la pertinaz contumacia de titular
las reseñas igual que las obras reseñadas. Y si alguna vez cae en mis manos un
buen libro con un mal título haré lo mismo. Porque los libros tienen derecho a
que se los llame con sus nombres y apellidos. Para que vayan de boca en boca y
acaben en el bautismo, siempre nuevo, de los ojos del lector.
Pocos títulos más definitivos que el de CIEN AÑOS DE SOLEDAD. El caso es que en los años 40 García Márquez llevó a cabo un primer intento de escritura. En esa primera aproximación la novela iba a titularse LA CASA.
ResponderEliminarBorges, por cierto, en una de sus maldades, declaró que a la novela le sobraban algunos años.
Estoy muy de acuerdo contigo, Fernando.¿por qué usurpar al libro su tarjeta de presentación natural, que no es otra que su título?
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