Entre las canciones de France Gall que más me gustan
hay una titulada “Le soleil au coeur” (“El sol en el corazón”). Qué difícil se
me hace escucharla estos días cuando el mío está pasando frío en esta
intemperie que resulta siempre de perder un pedazo de nosotros mismos. Qué
punzada en el pecho visionar el vídeo en que France Gall pasea entonando esa
misma melodía con su sonrisa luminosa y confiada y esa voz juvenil que se
antoja una flor germinando hacia la vida. Y qué tristeza verla desaparecer,
luego, como una terrible premonición, hacia la luz entre la que se diluye su
figura grácil y delicada.
Conocí a France Gall gracias al mítico espacio
radiofónico de Juan de Pablos, Flor de pasión, en Radio 3, cuya sintonía
empezaba precisamente con un tema de la cantante francesa, “Attends ou va-t'en”
y que terminaba con “Azurro”, de Adriano Celentano. Aquella madrugada el
programa realizaba un monográfico sobre ella y comoquiera que la primera de las
piezas de la selección me dejara cautivado, busqué rápidamente una cinta virgen
y grabé el programa entero en aquel radiocasete –también mítico– que mis padres
habían comprado en Andorra y que era mi compañero habitual de cama en aquellos
viajes nocturnos por el dial a la caza de tesoros musicales. Al día siguiente,
camino de la Facultad, escuché la cinta y me enamoré para siempre. En la
antigua Facultad de Letras de Tarragona mis compañeros de carrera asociarían
siempre su nombre al mío, tal fue mi entusiasta apostolado de su música, y el
poco francés que sé lo aprendí chapurreando sus canciones, sobre todo aquellas
que llegan hasta los años 70. A partir de los 80, salvo algunas felices
excepciones, la música de France Gall no alcanza el delicioso encanto de sus
primeras etapas.
La imagen aniñada y candorosa de France Gall fue un handicap
para ella. Los letristas (aunque no todos) explotaron ese perfil para
componer canciones que trataban de reflejar las inquietudes estereotipadas de
una adolescente pero también para abusar de su ingenuidad como hizo Serge Gainsbourg al componer para ella la
polémica letra de “Les sucettes”, que narra la afición de Annie a las
piruletas, trasunto de una felación. Sólo France Gall pareció no darse cuenta
del doble sentido. Cuando fue consciente del engaño, abandonó al compositor.
Desde que conocí esta historia no puedo evitar que Gainsbourg, a quien le
reconozco su innegable talento, me resulte del todo repulsivo. El éxito
eurovisivo de France Gall representando a Luxemburgo en 1965 con la popular
“Poupée de cire, poupée de son” y el marbete de chica yeyé limitaron en gran
medida la percepción de su música, que va mucho más allá de esa visión
reduccionista. Así, hay etapas de un excelente sincretismo donde se dan la mano
el jazz, la balada, lo étnico, y lo pop con una gracia insuperable. Es en estos
temas donde se aprecia a una France Gall más cómoda, con un estilo más personal
e independiente, desasida al fin de la brida de su imagen inocente, que
amenazaba con encasillarla para siempre. Sólo hay que ver el vídeo de su
canción “Avant la bagarre”, que aunque no abandona los temas de amor
adolescente, adquiere la frescura de un tono más jocoso. No he visto una
actuación suya como la de esa canción donde más haya visto disfrutar a France
Gall, con aquel baile divertidísimo y contagioso que no me canso de mirar.
El pasado 7 de enero la luz de Isabelle Geneviève
Marie Anne Gall se apagó. Pero no la de France Gall. Como dice en su canción
“Mon bauteau de nuit”, sólo ha partido del puerto con su barco, por la noche,
hacia países lejanos, de donde vuelve cada nuevo amanecer. El amanecer de su
voz cada vez que pulso el “play” de mi viejo, triste y cansado radiocasete, al
que ya va pareciéndose su dueño.
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