“Escribo
de lo que me duele”, con estas palabras se refiere Marta Sanz a Clavícula,
una obra híbrida a medio camino entre la novela, el ensayo y las memorias que
está formada por breves capítulos vertebrados por la omnipresencia de un dolor
que la escritora madrileña comenzó a sentir en un vuelo
hacia San Juan de Puerto Rico. Una “garrapata” que provocó en la
narradora-protagonista no sólo un dolor físico, externo, sino también
psicológico, interno. Se trata, por tanto, de una obra en la que Sanz se
desnuda ante el lector mostrando un episodio amargo de su propia vida, con una
autenticidad y sinceridad que aseguran la empatía del lector.
La
autora no teme mostrarse débil, humana y en aras de dicha fragilidad, aborda un
amplio abanico de temas colaterales que subyacen al dolor: “el miedo a enfermar
y el miedo a no poder enfermar”; el sentimiento de culpa por ser la causa de la
preocupación de sus seres queridos: “mi dolor me lleva a experimentar una gran
culpa. Mi dolor es un fallo que no puedo permitirme”; la larga y fatigosa
peregrinación por diferentes especialistas que lanzan hipotéticos diagnósticos
y que acaban produciendo un descreimiento recíproco entre el paciente y el
doctor: “No puedo creer al médico. Me aparto de él. Él da un paso atrás porque
tampoco cree en mí”; la agotadora odisea en busca de una explicación al dolor,
en la vital necesidad de ponerle nombre a esa garrapata que la corroe por
dentro y por fuera: “Lo que primero necesito urgentemente es ponerle nombre a
lo que me pasa y, con el nombre, sentirme parte de algo”; la sensación de
soledad que, en ocasiones, se experimenta: “nadie me ayuda” y un largo
etcétera. Clavícula también es una legitimación del derecho a expresar
un dolor, a quejarnos, en una sociedad que ha convertido algo tan
intrínsicamente humano en un tabú y que lleva a muchas personas a sentir
vergüenza por no ser capaces siempre de disimular su malestar.
Ahora
bien, Clavícula no es sólo un libro que versa sobre el dolor sino que
también aparecen otros núcleos temáticos como la precariedad de los escritores.
Marta Sanz los dibuja alejándolos de la imagen idílica que la sociedad tiene de
ellos y no esconde su necesidad de autoexplotarse para subsistir en un mundo
tan inestable como es el literario, hecho que agrava su miedo a enfermar pues
supondría su incapacidad para ganarse la vida. De hecho, llega a enumerar las
cantidades exactas de sus honorarios a lo largo de diferentes meses, una
confesión que “es absolutamente impúdica, pero fundamental”.
Por
encima de todo, Clavícula es una obra de amor, una hermosa declaración
de amor de Marta Sanz hacia sus progenitores- no en vano se lamenta de haber
alterado el orden natural, pues lo lógico es que los hijos cuiden de los
padres- y hacia su esposo, su apoyo incondicional. En un ejercicio de
generosidad plena hacia el lector, Sanz no duda en compartir los correos
electrónicos que se intercambiaba el matrimonio durante su estancia en
Colombia, en los que queda patente el amor y la admiración que sienten el uno
por el otro. En definitiva, su familia es su principal sustento, la muleta
sobre la que caminar cuando le flaquean las fuerzas, cuando siente que su
cuerpo y su vida se están rompiendo en pedacitos –la fragmentación del libro bien
podría ser metáfora de esta ruptura vital- y a la escritora le aterra
preocuparles. ¿Hay, acaso, prueba de amor más irrefutable?
Este
ejercicio de desnudez del alma de Sanz va acompañado por una variedad de tonos
que oscilan desde la voz reivindicativa, frágil, amorosa, infantil y enfadada
hasta la más humorística, como cuando describe algunas pruebas médicas a las
que se sometió –no se pierdan la espirometría y la prueba de fuerza-.
En
resumen, Marta Sanz nos regala un libro que rebosa autenticidad, verdad; una obra valiente que da visibilidad a temas
tabú sobre la enfermedad y la mujer, pero también sobre nuestra sociedad; una
poética de la fragilidad, una defensa del derecho a expresar el dolor y una
gran muestra de amor. Nos ofrece un aprendizaje, un consuelo, una compañía, una
sonrisa amable, una toma de conciencia sobre nuestra humanidad y un
ejemplo de cómo la literatura puede ser el mejor antídoto contra el dolor.
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