Que la perversión del lenguaje constituye uno de los
paradigmas del separatismo catalán es algo que ya sabíamos desde hace tiempo.
Lo que no esperábamos es que su audacia se atreviera también con Cervantes,
cuyo homenaje fue boicoteado a gritos de “fora feixistes” por grupos radicales
independentistas el pasado 7 de junio en la Universidad de Barcelona, con los
agravantes de violencia e intimidación. La ligereza con que se utiliza en
Cataluña el término “fascista” para todo aquello que huele a español o atribuido
a quienes no comulgan con la causa soberanista, más que indignación produce ya
sonrojo. No sólo porque se use como una especie de mantra o ripio de poeta
malo, sino porque demuestra la profunda ignorancia y desconocimiento de la
Historia de quienes blanden el desafortunado término arrogándose una suerte de
autoridad moral nacida de la mentira del agravio, sin saber que son ellos
mismos los que adoptan la postura totalitaria contra la que creen luchar, al
violentar las ideas y libertades de los demás, como en el caso de marras. En
ese sentido, resulta aterrador comprobar cómo el nacionalismo fundamentalista
está reproduciendo con inquietante parentesco la estética y las acciones de los
totalitarismos del siglo pasado.
Quienes defienden el boicot al homenaje cervantino,
entre quienes se hallan representantes de una parte de la izquierda –lo que lo
hace aún más lamentable, pues traiciona vilmente su propio ideario de
tolerancia– aducen que protestaban contra la plataforma convocante, Societat
Civil Catalana, a la que acusan de coquetear con la extrema derecha, particular
que yo ignoro. Pero mientras alguien me demuestra esas oscuras conexiones de
una asociación que jamás ha reventado el acto de nadie, que ha utilizado como
vocales en los suyos a los muy fascistas Vargas Llosa, Josep Borrell o Félix
Ovejero, entre otros, o que ha logrado reunir a cientos de miles de catalanes
contra los abusos del separatismo –fascistas, imagino también–, mientras
alguien me lo aclara, digo, que ese alguien me explique también qué culpa
tenían de todo esto Cervantes o Jean Canavaggio a sus 81 años o las personas
que acudieron al Aula Magna de la universidad con la sana intención de escuchar
al insigne biógrafo y a cultivarse con la ponencia sobre nuestra figura más
señera y universal. Y, hablando de universalismo, ¿cómo se explica que el
rector de la universidad, la casa de todos, no pudiera garantizar la seguridad
de los asistentes y, con vergonzante connivencia, les pidiera cancelar el acto
y salir por una puerta lateral “en silencio y ordenadamente” mientras los
radicales aporreaban la puerta principal e insultaban a público y ponentes? ¿Se
imaginan si el boicot hubiera sido a la inversa?
Pero ésta es una columna literaria. Hablemos, pues, de
literatura. Aunque resulten ya muy manidas conviene recordar estas
palabras:
“Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los
extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los
ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y única en sitio y en belleza”.
Y estas otras:
"Admiroles el hermoso sitio de la ciudad [de
Barcelona], y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de
España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y
delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería,
ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa,
rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso lector."
Estas palabras las escribió Cervantes, ese facha
redomado.
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