En sus Cartas literarias a una mujer, Gustavo
Adolfo Bécquer realizaba su famosa definición de poesía. Y concluía el escritor
sevillano que la poesía era nada más y nada menos que la mujer misma, el famoso
“poesía eres tú”, de la rima XXI. La mujer, por su propia naturaleza, encarnaba
toda la inefabilidad del hecho poético, que en el bello sexo constituía poco
menos que una identidad inextricable. Eso sí –añade el poeta–, “en la mujer es
poesía casi todo lo que piensa; pero muy poco de lo que habla”. Y, más
adelante, “poesía verdadera y espontánea que la mujer no sabe formular, pero
que siente y comprende mejor que nosotros”. Ese “nosotros” son, claro, los
poetas hombres, que no atesorando la suerte de ser ellos también poesía, tienen
la virtud de la inteligencia, la que da forma a la poesía que la “mujer no sabe
formular”.
El menosprecio de Bécquer hacia la capacidad creativa
de la mujer, velado todo ello con la tramposa alegoría de marras, no es más que
el sedimento de siglos de historia literaria, donde la mujer es, ante todo,
musa y objeto poético. A Clodia (siglo I a.C.) la conocemos con el nombre de
Lesbia gracias a Catulo, y su vida polémica y licenciosa, que tantos celos
ocasionó al poeta veronés, menoscabó para la posteridad una de sus virtudes, el
talento para la poesía. Fuera o no la musa de Dante, la corta vida de Beatriz
Portinari (1266-1290) ha pasado a la historia gracias al poeta florentino; su
tumba se halla en la Iglesia de Santa Margarita de Cerchi, al lado de la casa
museo de Dante, condenada a ser una mera prolongación de la ruta literaria.
Petrarca hizo inmortal a Laura de Noves (1310-1348) y Garcilaso de la Vega hizo
lo propio con Isabel Freyre (1507-1536), la dama portuguesa que acompañó a
Isabel de Portugal a Castilla para casarse con Carlos I y a quien el poeta
debió de conocer, con motivo de esa ocasión, en Toledo, o bien antes, en
Portugal, cuando fue a visitar a su hermano Pedro, allí desterrado; la
tradición literaria quiere que la Elisa de las églogas garcilasistas sea esta
Isabel Freyre, aunque hay quien opina, si es que pudo estar inspirada en una
mujer real, que la candidata sería su cuñada Beatriz de Sá (1500-1530), famosa
por su belleza. Marta de Nevares, mujer
adelantada a su tiempo, capaz de lidiar con los prejuicios de la sociedad
barroca por su unión con el ya sacerdote Lope de Vega, e inteligente, dotada
para el arte de la música y de la poesía, es sólo, para nosotros, Amarilis. Y a
saber quién se escondía tras las Dorila, Ciparis, Filis, Clori, Fanny o Licoris
de las anacreónticas de Meléndez Valdés. El talento de Virginia Eliza Clemm al
piano se troca sólo en la Annabel Lee de Edgar Allan Poe. La poeta Pilar de
Valderrama (1889-1979) es antes la Guiomar de Antonio Machado que la poeta
Pilar de Valderrama.
Pero las musas han dicho ya basta y se rebelan desde
hace tiempo contra su condición pasiva. Ahora
son ellas, también, protagonistas de la literatura desde su condición de
creadoras. La joya es ahora orfebre; el jarrón, alfarero; la belleza,
inteligencia; el poema, poeta; la inspiración, creación. Y si algún poeta
quiere una musa, que se vaya a buscar a la griega Erato: la encontrará coronada
de mirto y rosas. Las otras, no. Las otras no llevan sombrero, ni de flores ni
ninguno. Las otras blanden, heroicas, la pluma y el papel. Y escriben.
A mis compañeras de departamento del IES Playa San Juan
Y también, ahora, a mis compañeras del IES Jorge Juan
Efectivamente, la historia literaria se encuentra barnizada de machismo desde sus orígenes, pero no por ello las féminas han adoptado una actitud pasiva, como bien nos recuerda el yo poético de nuestros inicios líricos, las jarchas, las cantinas de amigo, los villancicos,...Y la mismísima Condesa de Día, una de las más famosas trovadoras provenzales que tan agudamente desafió el decoro medieval.
ResponderEliminarMe ha encantado tu homenaje. Todo un detallado. Gracias, jefe.